8 de octubre de 2012

“Bebiendo en la fuente de la Palabra divina, realicemos siempre el bien”.

Celebramos hoy a san Jerónimo, patrono de nuestra ciudad, el cual vivió ochenta años entre los siglos cuarto y quinto (340-420), consagrando su existencia a servir a Jesús y a su iglesia.
 En la primera oración recordando el aprecio y el gusto que tenía el santo por la sagrada Escritura, pedíamos “que tu pueblo se alimente con mayor abundancia de tu palabra y encuentre en ella la fuente de la vida”.
Hermosa súplica, ya que así como el hombre necesita del alimento material para el sustento de la vida del cuerpo, así también necesita alimentar su espíritu con la Palabra de Dios. Esa palabra de la que cantábamos recién que es pura, permanece para siempre y “da sabiduría al simple” (salmo 18).
Si muchas veces el hombre de hoy permanece vacío y no encuentra sentido a su existencia más que dentro de las fronteras del tiempo, es porque no se alimenta con la palabra del Dios vivo que es fuente de la verdadera Vida. Cantábamos que “la ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero”, encontrando en ella la alegría que no existe cuando se vive simplemente de la palabra humana que promete siempre espejismos y nos deja con las manos vacías.
Como únicamente la palabra de Dios responde a las grandes inquietudes que tiene el ser humano, hemos de pedir siempre el alimentarnos abundantemente de ella, abrevando siempre en la fuente de la Sagrada Escritura, iluminando así nuestro espíritu y aplicándola a la vida cotidiana.
Pero además, este camino se perfecciona cuanto más nos acercamos a la Palabra encarnada, Jesús, en la Eucaristía, pan de Vida y bebida de salvación, recibiendo en abundancia del Señor su mismo espíritu.
Precisamente el libro de los Números (11,16-17ª.24-29) nos habla de la voluntad de Dios de entregar parte del espíritu de Moisés a setenta ancianos quienes “comenzaron a hablar en éxtasis”, configurándose así poco a poco la comunidad del pueblo elegido. El espíritu se posó sobre todos los inscritos, incluso sobre dos de ellos que no estaban en la carpa de reunión sino en el campamento, indicando así la libertad de Dios que distribuye sus dones como quiere, sin atarse a lugar o espacio determinados. Ante esto, Moisés mismo, haciendo caso omiso del asombro de Josué que pide se prohíba a Eldad y Medad profetizar, sostiene que “¡Ojala todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque Él les infunde su espíritu!”
Pues bien, somos profetas por el sacramento del bautismo, enviados al mundo para prolongar la obra de Cristo Profeta hasta el fin de los tiempos. Este anuncio, como misión, supone el alimentarse siempre de esta palabra, y debe llegar al corazón de todos de tal manera que cada uno pueda tener la oportunidad de la conversión de su corazón. Precisamente el apóstol Santiago (5,1-6) habla con una dureza poco común de aquellos que se han enriquecido por medios ilícitos, en este caso en el mundo agrícola, pero su mensaje va más lejos por cierto.
En la actualidad podríamos personalizar el mensaje en aquellos que se han enriquecido a través de la droga, de la prostitución, del juego institucionalizado que corroe los bolsillos y las familias más pobres.
Son muchos los que se enriquecen con el asesinato de los niños no nacidos, los que promueven leyes inicuas rindiendo culto al dios Mamón, sin importarles el bienestar de los pueblos; los que impiden el crecimiento de la persona por medio de trabajos dignos y bien remunerados. Muchos son incluso los que diciéndose católicos, se enriquecen por medio de negocios usurarios e innobles, traicionando la fe que dicen profesar.
Continúa diciendo el apóstol Santiago de todos ellos, “lloren y giman por las desgracias que les van a sobrevenir. Porque sus riquezas se han echado a perder y sus vestidos están roídos por la polilla. Su oro y su plata se han herrumbrado, y esa herrumbre dará testimonio contra ustedes y devorará sus cuerpos como un fuego”.
Más aún, vaticina un final desgraciado a los que han amasado dinero injustamente, porque “se han cebado a sí mismos para el día de la matanza”, el del juicio ante Dios, ante quien no servirán las riquezas.
Y culmina el texto expresando que “han condenado al Justo, sin que él les pusiera resistencia”. El “justo” es Cristo, ya que todo lo que se hace en bien o mal al hermano, se realiza directamente a favor o en contra del Salvador (cf. Mateo 25).
Condenar y matar al justo es arrojar a la miseria más atroz a innumerables personas que no se reconocen como hermanos, es corromper a tantos por diversos medios privando de la vida que el Señor viene a darnos en abundancia. Por el contrario, cualquier gesto, por pequeño que sea, realizado a favor de quienes lo siguen, no quedará sin recompensa.
En el texto del evangelio, Jesús también se muestra durísimo en sus palabras (Mc. 9,38-43.45.47-48) cuando al referirse al escándalo, es decir, cuando por acciones, palabras u omisiones, se es ocasión de pecado para el prójimo, “sería preferible para él (el escandaloso) que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar”. De allí la advertencia de separar de nuestro cuerpo lo que haya sido ocasión de pecado para otro, para entrar en el Reino, antes que preferir la integridad de los miembros y ser arrojados al infierno.
Pienso en aquellos que con leyes inicuas van gestando en las conciencias de los hombres la idea errónea que es lícito matar a los niños no nacidos, o desfiguran el sentido único y verdadero del matrimonio o de la familia, o arrastran al desenfreno de la lujuria a tantos inocentes, que hubieran obrado de otra manera si siempre se les transmitiera la verdad referida a todos los ámbitos de la existencia humana.
¡Cuántos creyendo que el mal “legal” es lo correcto son apartados de la búsqueda y vivencia del bien! ¡Cuántos escandalosos promueven sin cesar el mal en la sociedad actual, privando a muchos de su propia grandeza como creaturas de Dios, creados a su imagen y semejanza! Queridos hermanos: todo esto que nos presenta hoy la palabra de Dios, invitándonos a vivir en la sabiduría que viene de lo alto, no sólo nos permite crecer como bautizados perfectos, sino que nos interpela también para ir al encuentro del hombre de hoy, sintiéndonos enviados, y ayudar a todos a un encuentro fecundo con el Salvador. Pidamos la luz divina para conocer siempre la voluntad de Dios, y la fuerza necesaria para llevarla a cabo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVI del tiempo ordinario, ciclo “B” y Solemnidad de San Jerónimo. 30 de septiembre de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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