Estamos celebrando el domingo misional en el que la Iglesia reconoce que ha sido enviada a todo el mundo para llevar el mensaje de la salvación.
Al mismo tiempo en nuestra diócesis se realiza la apertura del Año de la Fe que inaugurara para el Iglesia universal el papa Benedicto XVI el pasado jueves 11 de octubre al celebrarse los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II y los veinte de la Constitución Apostólica “Fidei Depositum” de Juan Pablo II por la que se publicaba el Catecismo de la Iglesia Católica.
El año de la fe está íntimamente unido a la evangelización, ya que cada bautizado es enviado para hacer presente a Jesús, para proclamar que la voluntad de Dios es que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, como afirma la primera oración de esta misa. Esta aseveración pareciera contradecirse con lo que el texto del evangelio de este domingo (Mc. 10,17-30) pone en boca de los discípulos de Jesús en forma de pregunta, “¿quién podrá salvarse?”. Y Jesús responde “para los hombres es imposible, pero no para Dios”.
En efecto, siendo tan elevada la vocación del hombre, esto es, su amistad con Dios, tanto en esta vida como su perfección en la eterna, se hace necesaria una intervención directa de Él, ya que por su condición de creatura, le es imposible al hombre.
Al respecto, sin embargo, la Sagrada Escritura nos muestra el camino a recorrer para que sea posible la salvación y grandeza humanas.
El libro de la Sabiduría (7,7-11) señala, que quien busca ser sabio es capaz de opciones que conducen al hombre a su salvación y comunión con Dios. El texto de la Sabiduría describe en qué consiste la capacidad de discernir que había pedido (1 Reyes 3, 6-13) Salomón como rey de Israel, o sea, qué es lo más adecuado para gobernarse a sí mismo y al pueblo elegido.
La sabiduría requerida es preferible a los tronos, a la riqueza, a la salud, a la belleza.
Comparando con lo que el mundo o la vida ofrecen, el que busca la sabiduría prefiere ésta antes que cualquier otro bien, que aunque atractivo, es siempre pasajero.
Siguiendo en esta línea de pensamiento, Jesús en el texto del evangelio, le hace este planteo al hombre que sinceramente le pregunta “maestro bueno, ¿que he de hacer para heredar la vida eterna?”.
Le responderá primero “¿por qué me llamas bueno, sólo Dios es bueno?” como diciéndole yo te hablo no como maestro de la ley sino como Dios, y en ese papel soy bueno.
Al inquirir sobre cómo alcanzar la vida eterna, este hombre está interrogando al Señor sobre la sabiduría, ya que sólo el sabio se interesa principalmente por la meta última de la comunión con Dios.
El que se queda en el camino apeteciendo lo pasajero, no ha entendido qué es lo más importante en la vida humana, y por eso su corazón permanecerá insatisfecho, al fijarse en lo efímero, en lo que se deshace en sus manos, como la arena, tal como lo recuerda el libro de la sabiduría.
Jesús le dirá que cumpla los mandamientos, ya que ellos constituyen el comienzo del itinerario a la sabiduría, hecho que ya realizaba desde joven.
El Señor, ante esta respuesta, fija su mirada de amor sobre él. Mirada que está indicando que en el camino de la salvación y de la generosidad de la entrega, lo que es imposible para el hombre es posible para Dios, el cual no sólo no se deja ganar en generosidad sino tampoco en la exigencia.
De allí que responda, asegurándole su ayuda con la mirada de complacencia, “te falta una cosa, ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme”.
Equivalen estas palabras a lo ya anunciado en el libro de la Sabiduría, es decir, “debes preferir el don del discernimiento, de la sabiduría, antes que las riquezas, o cualquier otro bien de este mundo”.
Más aún, le está anunciando “es necesario que elijas encontrarte conmigo, la Sabiduría del Padre que se ha hecho hombre, con las exigencias que esto significa, antes que quedarte con cualquier otro bien”.
Entristecido el hombre se fue, ya que poseía muchos bienes. No se animó a dar un paso más en la búsqueda de la sabiduría, que no es únicamente dejar los bienes materiales,-aunque la Escritura insista muchas veces en esto ya que constituyen una atadura difícil de superar-, prefiriendo al Señor cuyo encuentro es lo más importante que se nos ofrece en la vida, sino que pueden ser otras realidades las que pueden presentarse como verdaderos obstáculos para una entrega generosa y total.
De allí que cada uno de nosotros ha de preguntarse “¿Soy capaz de seguir al Señor con un corazón disponible a lo que me pida? ¿Qué hay en mi vida que impide un seguimiento radical a su Persona, a su vida y enseñanza?” ¡Son tantas las cosas que pueden apartarnos del seguimiento de Cristo y llevarnos a preferir el modelo que presenta el mundo!
Sentimos muchas veces que el mundo nos dice “Ven y sígueme, acepta estas costumbres, este modelo de vida”, y nosotros las aceptamos aunque nada tienen que ver con lo que Jesús reclama en lo secreto del corazón.
El seguimiento de Cristo es exigente, por eso dice “¡qué difícil será para los ricos entrar en el reino de Dios!”, más aún “ hijos míos ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios!”, para significar que la dificultad no sólo proviene del dinero sino de cualquier otra atadura, de una decisión tomada en la vida personal que se contradice con la enseñanza del evangelio, que me obnubila y me impide el verdadero seguimiento.
Esto hace que sea realidad lo que señala la segunda lectura (Hebreos 4,12-13) en el sentido que la palabra de Dios es una espada de doble filo y penetra en lo más profundo del corazón.
Es Jesús, espada de doble filo, quien escudriña nuestro interior dejándolo al descubierto, diciéndonos a la vez “¿qué vas a hacer de tu vida, cuál ha de ser tu respuesta?” Por eso, el año de la fe que hemos comenzado, nos pone frente a la opción de adherirnos a la Persona de Cristo, no sólo a las verdades que nos enseña.
De hecho muchas veces nos adherimos a “verdades proclamadas por Él o la Iglesia”, pero al no unirnos a la Persona del Salvador, aquellas quedan como “ideas” y, no nos conducen a la verdadera transformación interior que es el resultado de asimilarnos al Hijo de Dios hecho hombre. La unión con Cristo, en cambio, da sustento a la vivencia de las verdades que de Él provienen, sin caer en división de vida alguna.
Por otra parte, esta fe se proclama, actualiza y fortalece, como nos decía Mons. Arancedo en su mensaje de esta semana, en la liturgia, especialmente en el domingo, cuando comunitariamente expresamos nuestra adhesión a Cristo muerto y resucitado para la vida del mundo.
Pidamos al Señor que siempre tengamos hambre y sed de su Persona, Sabiduría del Padre, para que encontrándonos con su vida la proclamemos valientemente cada día en el mundo en el que vivimos y por el cual avanzamos hasta el encuentro de la Vida eterna, la verdadera sabiduría.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXVIII del tiempo ordinario, ciclo “B” 14 de octubre de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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