10 de junio de 2017

“Es Dios Uno y Trino herencia del pueblo redimido, porque Dios envió a su Hijo al mundo para que se salve por Él”.


Celebra la Iglesia en este domingo la fiesta litúrgica de la Santísima Trinidad, después de actualizar los misterios de la Pasión, muerte y resurrección del Señor, su Ascensión a los cielos y el envío por el Padre y el Hijo del don del Espíritu Santo.
Esto nos hace comprender que todos estos misterios celebrados nos conducen a un conocimiento más pleno del misterio de la Santísima Trinidad. Y así descubrimos que a  la glorificación de  Dios Uno y Trino se ordena todo lo creado y, que la Encarnación misma del Verbo con su presencia entre nosotros, fue necesaria para que se develara la intimidad divina de un modo al que pudiéramos tener acceso.
1.-Ahora bien, ¿qué implica hablar de la Santísima Trinidad?
En primer lugar, aseveramos y creemos que la Trinidad es un solo Dios, con lo que reprobamos la idolatría y reconocemos la necesidad de adorar y confesar a Dios Uno, nuestro supremos Señor.
En segundo lugar, afirmamos que es Dios Uno en Tres Personas, revelado esto ya en la Anunciación del Señor por el ángel a María, cuando se afirma que Jesús será llamado Hijo del Altísimo y que el Espíritu Santo descenderá sobre Ella (Lc. 1, 35); ya en el bautismo de Jesús en el Jordán (Mt. 3, 16-17), cuando se escucha al Padre expresando su complacencia mientras el Espíritu Santo desciende para consagrarlo para la misión y envío.
Por otra parte, en diversas ocasiones, Jesús menciona a las tres personas cuando ruega al Padre que envíe al Espíritu Santo (Jn. 14, 16.17); cuando promete que el Padre lo hará en el nombre del Hijo, o que Él mismo lo enviará a todos (Jn. 14,26), y cuando envía a los discípulos a instruir las naciones y bautizar en el nombre de las tres personas divinas (Mat. 28, 19).
En tercer lugar, atestiguamos que las tres personas son distintas, ya que la paternidad es propia del Padre, la filiación es propia del Hijo y el Amor que los une es lo que caracteriza al espíritu Santo.
2.-La Santísima Trinidad en la Liturgia del día.
En la primera lectura (Éxodo 34, 4b-6.8-9) Moisés se presenta ante Dios llevando las dos tablas de la Ley, y luego de invocarlo, “El Señor pasó delante de él y exclamó: El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse y pródigo en amor y fidelidad”. 
De esta manera se manifiesta la intimidad de Dios llegando de tal manera su declaración bondadosa a Moisés, que éste le suplica ir en medio del pueblo a pesar de sus pecados, convirtiéndose Él de ese modo, herencia de todos.
Ahora bien, este amor de Dios para con el pueblo elegido se convierte en amor y misericordia para con toda la humanidad, y así lo manifiesta Jesús al proclamar que “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn. 3, 16-  18), explicando la razón de esta bondad “porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”, fortaleciéndose la figura de Dios como herencia del nuevo pueblo redimido.
A su vez, el Hijo no nos deja solos sino que nos envía con el Padre el don del Espíritu Santo, para que nos santifique y nos haga intrépidos  en la proclamación del Evangelio como reflexionamos el domingo pasado.
La Trinidad  de personas divinas opera continuamente en nuestra vida espiritual, ya que somos sus hijos adoptivos, siendo a su vez nosotros templo de la divinidad toda vez que vivimos y obramos como lo que somos.
San Pablo (2 Cor. 13, 11-13), por otra parte, nos insta a alegrarnos y a trabajar para alcanzar la perfección animándonos unos a otros, viviendo en armonía y paz , de manera que permanezcan en nosotros “la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo”.
3.-Nuestra respuesta a la revelación de tan gran misterio
La actitud principal ha de ser la de adoración a la verdad de Dios Uno y Trino, valorando que nuestro existir tiene pleno sentido en la medida que vivamos  en comunión de vida y amor con cada una de las personas.
En efecto,  el Padre nos atrae hacia Cristo,  por Cristo que es el Hijo de Dios vivo y único camino, retornamos al Padre y,  por el Espíritu que nos envía el Padre y el Hijo, somos santificados y fortalecidos en el Amor eterno de Dios.
Reconocer la presencia trinitaria en nuestra vida de oración, ya que movidos por el Espíritu, nos animamos a decir “Padre”, unidos a su vez en el Hijo.
En los sacramentos, medios de salvación que recibimos en la Iglesia, encontramos a su vez la presencia de la Trinidad, ya que en su nombre somos bautizados, perdonados nuestros pecados y enriquecidos con las gracias que son propias de los demás sacramentos, principalmente la Eucaristía.
Queridos hermanos: pidamos al Padre Creador que nos siga llamando y fortaleciendo para cooperar en su obra creadora cuidando de todo lo que nos ha brindado y que nos conduzca a su Hijo para adherirnos más a Él.   
Pidamos al Hijo que nos ha redimido, que nos muestre siempre al Padre  llevándonos a su presencia ya que es nuestro origen eterno.
Pidamos al Espíritu Santo, que es el artífice de la santificación humana, que nos enseñe siempre a orar al Padre, dándonos su fuerza para dar testimonio con nuestras vidas dem mensaje que trajo Jesús.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo “A”. 11 de junio de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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