4 de marzo de 2018

Los mandamientos tutelan y protegen los bienes del hombre y su vulneración desordena a la persona y la vida social toda.

En el libro del Éxodo (20,1-17) Dios manifiesta su voluntad por medio de la promulgación de los diez mandamientos o palabras, que ya están escritos en el corazón del hombre desde su nacimiento para este mundo, y que cada uno puede descubrir por la razón, siempre que ésta no esté ofuscada por el pecado y su mundo tenebroso.

Dios quiere que entre Él y nosotros se de una alianza exclusiva, de manera que la observancia de la Ley divina, no sólo signifique nuestra respuesta al  amor recibido de lo Alto, sino también camino para la libertad de hijos.
Quiere el Señor ocupar el primer lugar en nuestra vida de manera que no rindamos culto al dios de la moda, del placer, del dinero, del consumo, de la frivolidad, que alimentan y profundizan nuestro egoísmo que se erige cada vez con más soberbia y desprecio a la voluntad divina.
El domingo destaca como el día del “Dominus”, es decir, del Señor, de allí la interpelación para que le rindamos culto, uniéndonos a la ofrenda permanente que Jesús hace de sí mismo al Padre por la salvación del hombre, de modo que convertido de veras, reciba los frutos de la redención.
Santificar el domingo implica reconocer el día del Señor, de manera que salvo los trabajos esenciales para la vida, descansemos en la oración, en la obras de caridad para con el prójimo y en el alivio del cuerpo.
Los mandamientos como nos enseña  Juan Pablo II, tutelan y protegen aquello que es propio de la dignidad humana, de allí que su vulneración desordena no sólo el interior de la persona sino también la vida social.
Siguiendo con los textos bíblicos, el apóstol san Pablo (I Cor. 1,22-25) señala que la voluntad divina se manifiesta a menudo de un modo que parece absurdo para la mentalidad moderna, oscurecida por tanto desorden y deformación de la inteligencia humana, más inclinada a la opinión cambiante de la cultura de hoy que a la verdad inmutable.
Aunque difícil, la voluntad de Dios manifestada en su Providencia, debe recibir el homenaje de nuestro acatamiento, y así  “los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado….necedad para los griegos, pero para los llamados a Cristo…fuerza de Dios y sabiduría de Dios”
Lamentablemente nosotros los católicos no pocas veces nos ufanamos de poseer la sabiduría del mundo dejando de lado la sabiduría de la cruz.
Ante las distintas situaciones desagradables de la vida no pocas veces elegimos vivir de acuerdo a la sabiduría del mundo, y por ejemplo,  exigimos el aborto ante un embarazo no deseado, la eutanasia contra el sufrimiento, o aceptamos  negocios turbios para obtener ganancias fáciles.
Preferimos vivir de  la lujuria como camino de “falsa felicidad”, abandonando la castidad de vida, entramos fácilmente en el juego de concedernos todo lo que el mundo aplaude.
¡Con qué facilidad se abandona la sabiduría de la cruz respecto al amor humano, la vida, la justicia, la verdad!
La sabiduría del mundo aprueba las familias ensambladas tomándolas como modelo de vida moderna, desestimando la llamada familia “tradicional” que sigue los pasos de la Sagrada Familia de Nazaret.
La sabiduría de la cruz recorre la senda de los diez mandamientos que permiten al hombre encontrar la felicidad de  propia de los hijos de Dios.
Ante el desprecio que recibe la sabiduría que proviene de la predicación de  la cruz de Cristo, el mismo apóstol afirma que “la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres”.
Por más que el hombre huya de la cruz de Cristo no logrará escabullirse de ella porque forma parte del legado dejado por Cristo como medio de salvación  verdadera para alcanzar la resurrección.
En el texto del evangelio (Jn. 2, 13-25) la voluntad de Dios se expresa por la palabra y la acción del mismo Cristo, el cual, respecto al Templo nos recuerda que el lugar sagrado debe respetarse como tal, como casa del encuentro con Dios, ámbito de oración y de adoración al Padre eterno.
¿Es para nosotros el templo casa de oración y de adoración? ¿Respetamos el ámbito sagrado con nuestros comportamientos personales o hacemos vida social? ¿Cómo nos vestimos para participar de la liturgia dominical? ¿Con qué disposición del corazón venimos a la Casa de Dios?
Jesús nos enseña que Él es el nuevo templo en el que y por el que rendimos culto al Padre del cielo, ¿tratamos por lo tanto de unirnos más y más a su Persona y enseñanza? ¿Estamos dispuestos a desalojar a latigazos todo aquello que en nuestro interior se opone al seguimiento de Cristo, ya sea el pecado, como las imperfecciones y mañas contrarias al amor divino?.
Queridos hermanos: la voluntad de Dios se ha expresado en los textos bíblicos de  la liturgia de este domingo, invitándonos a recibir y observar los mandamientos de su ley; a permanecer fieles a Él aún en los momentos más difíciles de la vida, como lo recuerda san Pablo; a respetar las cosas y ámbitos santos como enseña Jesús.
El Señor espera nuestra respuesta, seamos capaces entonces de morir a nosotros mismos por el misterio de la Cruz, fortalecidos por la Eucaristía y amparados por la protección de María Nuestra Madre.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo III° de Cuaresma,  ciclo “B”. 04 de Marzo de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.

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