18 de julio de 2018

“Elegidos y enviados al mundo, para predicar a Jesús e invitar a la conversión, anunciamos la grandeza del hombre como hijo adoptivo de Dios”

 En la primera oración de esta misa, recogiendo las intenciones de la Iglesia, decía “Señor Dios, que iluminas a los extraviados con la luz de tu verdad, para que puedan volver al buen camino; danos, a quienes hacemos profesión de cristianos, la gracia de rechazar todo lo que se opone a este nombre y comprometernos con todas sus exigencias”.


El ser humano fue creado orientado hacia la verdad y el bien, porque de Dios nada malo puede tener origen, pero el pecado de los orígenes por el que el hombre quiso igualarse a su Creador, la humanidad toda queda herida.

La historia humana, pues, muestra en su recorrido histórico las infidelidades del hombre, que no se cansa de pretender lo que no alcanzó, y la bondad y misericordia divinas que ilumina con la luz de la verdad para que la humanidad extraviada y sin rumbo pueda volver al buen camino.
Esta realidad de la historia humana la vemos plasmada en las repetidas intervenciones divinas  a favor del hombre caído y las consiguientes respuestas del hombre que no siempre se mantiene en la fidelidad reclamada.

El profeta Amós (7, 12-15) es elegido por Dios para llamar a la conversión a los israelitas ya que se han apartado de la verdad y del bien, pero es rechazado por Amasías, sacerdote del santuario de Betel, quien resaltando que se trata de un santuario del rey, no tiene lugar para transmitir lo que según parece se le ha encomendado, y lo  echa al reino de Judá.

En el texto del evangelio (Mc. 6, 7-13) contemplamos que Jesús llama y envía a  los doce de dos en dos a cumplir una misión, ya que han de continuar su obra después de su partida de este mundo, y este es el momento de dar los primeros pasos en orden a “iluminar con la luz de la verdad a los extraviados” de este mundo para que retomen la buena senda.
En el pasado fue Dios quien eligió y envió a los profetas, como lo hizo con Amós, en la plenitud de los tiempos es Jesús el Hijo de Dios vivo quien elige y envía a los doce, y tanto unos como otros, deben llamar a todos a la conversión, que significa dejar atrás el pecado por el que Dios está ausente, y comenzar un caminar nuevo en santidad de vida.

Sin embargo no pocas personas se preguntan por qué debemos vivir unidos a Dios si es que éste existe, incluso de aquellos que creen en su existencia hay algunos que manifiestan que se puede vivir igual sin la presencia divina, e incluso aunque se obre mal el éxito parece sonreír.
Por otra parte, cuántas personas se sienten desconcertadas porque mientras al que obra el bien sólo le cabe sufrimientos y penas, al malo pareciera que todo le sonríe ya que tiene una vida exitosa a pesar de sus maldades.
Si el mal y su realización fuera la meta de la humanidad ya tendríamos que vivir felices todos  por el imperio de las obras de las tinieblas, cuando en realidad comprobamos que todo esto deja dolor, miseria, sufrimiento y abandono en el corazón del hombre, careciendo de paz el malvado a causa de lo que hace, como lo describe el libro de la Sabiduría (cap. 2).
Precisamente nos quejamos sobre cómo se va destruyendo la sociedad humana justamente porque se universaliza el reinado del mal y de los malos.

La cultura de nuestro tiempo que siembra el relativismo total, por lo tanto, nos desafía a salir al encuentro del hombre de hoy para continuar la obra del Señor, es decir, iluminar con la luz de la verdad, porque no es cierto que ya nada se puede hacer para cambiar la historia humana, porque Cristo venció al mal y promete estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.
También nosotros, que hemos de convertirnos, fuimos elegidos y enviados a la sociedad en la que vivimos, para hacerlo presente a Jesús, invitar a la conversión y dar a conocer la grandeza de nuestra realidad humana, no confiando en apoyo humano alguno sino sólo en el poder de Aquél que nos envía exhortándonos a combatir al espíritu del mal con obras de bondad.

Encontramos el eje de cómo ha de ser nuestra misión hoy, en la carta de san Pablo a los Efesios (1,3-14) en la que se describe la grandeza del misterio del hombre conocido desde el misterio develado de Cristo el Señor.
El apóstol  comienza bendiciendo al Padre por los bienes espirituales  recibidos en Cristo, recordando que fuimos elegidos en Él antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor, logrando esto mediante el favor divino y la respuesta fiel de cada uno.
Mucha gente, incluso católicos, no se plantea acerca de si viven o no santamente según la Providencia divina, ya que se tiene una mirada terrenal de la vida o se piensa que la santidad es para un grupo de exquisitos en lugar de ser un llamado dirigido a todos los bautizados.

Y justamente  estamos llamados a ser santos, porque como recuerda san Pablo, el Padre nos predestinó a recibir la dignidad de hijos adoptivos en Cristo, elevados así en  la naturaleza humana a lo más que puede aspirar en este mundo, para gloria del mismo Dios.
A su vez, a raíz de esta predestinación divina, es que aún habiendo pecado, Dios mismo nos redimió por su Hijo, derramando sobre nosotros la riqueza de su gracia, siempre y cuando nos dispongamos a agradar a Dios.
El testimonio de fe que hemos de transmitir siempre es precisamente el hecho de que el misterio del hombre se devela en el de Cristo, y a su vez conocemos a fondo a Cristo en su obrar como Salvador en referencia al hombre mismo.

Por lo tanto, Dios amó tanto al hombre, que lo pensó siempre en relación estrecha con su Hijo hecho hombre, asegurando la herencia celestial para los que permanezcan fieles a la vocación de creyentes.
Prolongándose en nosotros la misión de evangelizar al hombre de hoy, hemos de trabajar para iluminar a todos con la luz de la verdad divina, para liberar al hombre y a la sociedad, de la mentira y el engaño que brota de la acción del demonio, padre de la mentira, porque también a nosotros el Señor nos da poder “sobre los espíritus impuros” para que de nuestra misión sean expulsados “muchos demonios”.
Tenemos un ejemplo concreto con el programa ideológico a favor del aborto. Mientras los abortistas proclamaban sus fundamentos con bombos y platillos parecían invencibles, pero cuando desde la fe y la verdad se fueron rebatiendo tantos argumentos mentirosos y absurdos, se fue haciendo más diáfana la verdad develándose el señor dinero y el programa mundial de supresión de los más débiles, como pilares de tanto odio al niño no nacido.

Estamos viviendo un momento histórico en que se hace realidad la profecía de Gilbert Chesterton en el sentido de que “llegará el día en que deberemos defender con la espada que el pasto es verde”, precisamente porque impera cada vez más el desatino, lo absurdo y el rechazo de lo natural que nos mantiene cuerdos y concordes con la realidad.
Concluyendo, pidamos hermanos al Señor que nos envía, que no nos falte su gracia para transmitir la verdad  y “quienes hacemos profesión de cristianos”, por la intercesión de María Santísima imploramos “la gracia de rechazar todo lo que se opone a este nombre y comprometernos con todas sus exigencias”.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XV del tiempo ordinario, ciclo “B”. 15 de julio de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


















No hay comentarios: