7 de abril de 2019

“Sólo quien descubre la divinidad de Cristo y su amor por la humanidad, valora la belleza de la conversión y el encuentro con Él”.

 Al comenzar  el tiempo de Cuaresma decíamos que la finalidad de este tiempo litúrgico se centraba en avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo.

 Como “sacramento” de salvación, su presencia entre nosotros alcanza su plenitud en la muerte en cruz y  posterior resurrección.
En esa “hora” de Jesús, culminaba la misión del Salvador al rescatarnos del pecado y de la muerte eterna, cargando sobre sí los pecados de los hombres de todos los tiempos.
Comprender este hecho salvífico conduce a descubrir la belleza del encuentro con Jesús por medio de la conversión interior, que implica el abandono del pecado para comenzar una vida nueva, abrirse a quien realiza en nosotros “algo nuevo”, como dice Isaías (Is. 43, 16-21): “no se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; Yo estoy por hacer algo nuevo”.
En efecto, esta exhortación dirigida al pueblo de Israel en el  exilio de Babilonia, constituye un mensaje de consuelo y de esperanza para ellos y para nosotros.
Y así, recordando primero las maravillas realizadas por Dios cuando liberó a los israelitas de Egipto y, demostrando su fidelidad a la Alianza realizando siempre sus promesas, mira hacia la futura venida al mundo del Salvador,  que significará  el comienzo de algo nuevo, el paso de la ley a la gracia divina que se desborda siempre sobre el hombre.
Es necesario, pues, mirar siempre hacia lo que viene, porque la amistad con Jesús realiza en cada uno algo nuevo, siendo el recuerdo del pasado un medio para descubrir lo que dejamos, confiando en la gracia transformante de Dios y no en nuestras fuerzas.
En el contexto que mencionamos, el apóstol san Pablo (Fil. 3, 8-14), que fue seducido por el Señor, siendo él obediente y generoso en la respuesta, ya que descubrió la belleza y grandeza de la presencia divina en su vida, exclama gozoso: “Todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a Él, no con mi propia justicia –la que procede de la Ley- sino con aquélla que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe.”.
¡Qué gracia tan grande el que cada uno de nosotros en el camino cuaresmal de conocer más el misterio de Cristo, podamos decir ya en las puertas de la semana santa, que todo es desventaja si lo comparamos con el conocimiento de Cristo Nuestro Señor!
Nosotros siempre ansiosos  de “conocer” más, tentados a caer en la curiosidad de estar al tanto de tantas novedades insustanciales que nos distraen de lo verdadero, bueno y bello, llegaremos a la profundidad de las cosas y realidades de éste mundo, únicamente si alcanzamos a conocer y valorar  lo que significa la identificación con Cristo el Señor.
Y esto es así, porque al asemejarnos a Cristo acortamos la distancia que por el pecado muchas veces nos distancia del Padre y, alcanzamos un conocimiento real del sentido de la existencia de todo lo creado.
Es por eso que el apóstol, sin despreciar el mundo creado por Dios, lo coloca en su verdadera dimensión, designándolo como desperdicio o sea estiércol –según el significado original- en la marcha por ganar a Cristo.
Sabe san Pablo que su conversión es un comienzo, que le toca un largo camino de aprendizaje y amor para llegar a la meta y obtener la perfección,  pero anida en él  la esperanza  de “alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús”, ya que él fue alcanzado previamente por el Salvador, que hizo algo nuevo en su interior.
El texto del evangelio del día (Jn. 8, 1-11) presenta a la mujer encontrada en adulterio,  y  que según la ley de Moisés  debía ser muerta a pedradas.
La conducen ante Jesús y todos los presentes en el templo, mientras el Maestro enseña, exponiéndola a la crítica y al escarnio público sin misericordia alguna, aunque a los escribas y fariseos les interesa más condenar al Señor según sea su respuesta ante el planteo presentado.
En efecto, lo colocan a Jesús ante el dilema de aprobar la lapidación de la mujer –y  en ese caso transgredir  la legislación romana que prohibía a los judíos sentenciar a muerte- o en cambio dejarla en libertad –y en ese caso oponerse a la ley de Moisés-.
En ese contexto de “apriete”, Jesús exclama con firmeza: “Aquél de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. Y ahí viene el desparramo, ya que comenzando por los ancianos todos se van del lugar.
El Señor actúa así porque  no se fija tanto en el pasado personal, sino en el futuro,  queriendo  hacer siempre “algo nuevo” en el pecador arrepentido.
No se queda el Señor en el pasado sino en el futuro de esta mujer, encontrándose  así  la misericordia a conceder y la miseria a eliminar.
Es reconfortante que el texto bíblico coloque en boca del Señor las palabras del perdón porque conoce el arrepentimiento de la mujer, diciendo “Yo tampoco te condeno. Vete, no peques más en adelante”.
Ante el don de la misericordia y el perdón, Jesús reclama a la pecadora, y a cada uno de nosotros, la conversión y el seguimiento de su Persona.
De hecho, al perdonar, Jesús es coherente con lo que señalara en otra ocasión, que no venía a condenar, sino a salvar al hombre de sus miserias.
Queridos hermanos, recibiendo estas  enseñanzas, no dejemos de pedir perdón por nuestros pecados, para que animados a  dejar atrás el pasado, podamos abrirnos a lo nuevo que el Señor quiere obrar en nosotros.
Cristo Crucificado ha de ser nuestra meta para alcanzar así el participar en su resurrección. Pidamos esto con confianza, seguros de alcanzar esta gracia de su infinita bondad.

* Pintura: "La mujer adúltera" de Bassano del Grappa, 1535.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo de Cuaresma. Ciclo “C”. 07 de abril de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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