1 de julio de 2019

El verdadero seguidor de Cristo deja toda seguridad mundana para servirlo con generosidad por la senda de la Verdad y el Bien.


El texto del evangelio que hemos proclamado, nos dice que Jesús partió decididamente hacia Jerusalén (Lc. 9, 51-62) porque “estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo”, es decir, se acercaba el momento en que debía glorificar al Padre y obtener la salvación del hombre por su muerte en cruz y posterior resurrección, culminando con su ascensión.

Como acontece con los hechos salvadores realizados por Jesús, no estamos ajenos, sino que por el bautismo estamos incorporamos a su misma vida.
De allí que la pasión redentora del Señor no debe resultar ajena a la vocación del creyente, sino que por el contrario, como reflexionamos en la liturgia del Corpus el domingo pasado, cada vez que celebramos la Eucaristía, anunciamos su muerte hasta que  Él vuelva (I Cor. 11, 23-26).
Este anuncio de la muerte  del Señor que nos salva del pecado y de la muerte eterna, seguirá realizándose en el transcurso del tiempo por medio de la Iglesia, que en sus miembros, prolonga el caminar del Señor decididamente hacia Jerusalén.
De allí, que la misión de cada creyente, que es la de la Iglesia toda, privilegia el anuncio del misterio pascual del Señor por sobre todo otro mensaje, llamando a la conversión para lograr una amistad estrecha con Jesús que implique tener sus mismos sentimientos.
Esta imitación de la Persona de Jesús nos lleva a tener puesta la mirada en la meta que se nos ofrece generosamente, la Vida Eterna para los llamados y convertidos en elegidos por su fidelidad constante a la Verdad revelada y su obrar el bien, a pesar de las debilidades personales y superando los obstáculos del maligno.
En el camino a la Cruz, Jesús se encuentra con diferentes posibles seguidores, como se encuentran también en nuestros días y que reflejan diferentes respuestas a un mismo llamado (Lc. 9, 51-62).
Hay quienes se ofrecen al seguimiento con generosidad, a los cuales el Señor advierte la necesidad de ser como Él, que no tiene dónde reclinar la cabeza, es decir estar dispuestos al despojo de toda seguridad humana, confiando sólo en la fuerza de lo alto.
Otros llamados por el Señor mismo al seguimiento, demoran su entrega ya que tienen compromisos mundanos que los retienen.
Hay otros, en fin, que habiendo decidido seguirlo se hacen indignos del discipulado ya que miran atrás añorando lo que han dejado.
Estos últimos hasta son capaces de apostatar de la fe recibida para coquetear con las modas de la cultura vigente que bastardean la fe  y conducen por caminos tenebrosos.
Un claro ejemplo de esto último lo vemos en el instrumento de trabajo del próximo sínodo de la Amazonía, donde no contentos “sus elaboradores” de flirtear con el indigenismo, presentan como lugares teológicos, supuestas manifestaciones divinas por medio de la “madre tierra” y de no sé qué espíritus de la “verdad”.
Es grave que se piense que hemos de beber la verdad revelada en lugares de la selva amazónica y tomarla como propia traicionando así la revelación divina recibida por Jesucristo quien fue enviado precisamente para que vivamos en la única Verdad que es Él mismo (1).
El verdadero seguidor de Cristo se parece al profeta Eliseo (I Reyes 19, 16b.19-21) que una vez llamado para continuar la obra de Elías deja toda seguridad mundana despojándose de las doce yuntas de bueyes.
Así también nosotros, en el hoy de gracia que nos ha tocado vivir, estamos llamados a escuchar la llamada del Señor, dejando de lado toda seguridad mundana, buscando sólo proclamar su mensaje de salvación.
En esta elección por el seguimiento y  por la misión de transmitir la única  Verdad revelada por Jesucristo, el creyente advierte que ha alcanzado la libertad obtenida por la muerte y resurrección de Cristo.
Precisamente san Pablo (Gál. 5, 1.13-18) describe que por el Señor hemos dejado de ser esclavos del pecado y de la mentira para vivir en la libertad gloriosa de hijos de Dios que se orientan siempre a la verdad y al bien.
Libertad ésta que nos permite asumir nuestra condición de bautizados y redimidos y vencer las tentaciones del espíritu carnal, o sea, del pecado, para vivir siempre conducidos por el espíritu de Cristo.
Ciertamente que en este camino de fidelidad vamos a encontrarnos con tentaciones seductoras que tratan de imponer lo mundano a lo sobrenatural, el engaño y la mentira sobre la verdad, a hacernos creer que debemos “adaptarnos al mundo” y no tanto querer cobijar al mundo a la fe católica, pero si la unión con Cristo es verdadera, encontraremos la fuerza para ser testigos siempre de la Verdad y del Bien.
Así lo expresa bellamente san Pablo cuando dice  “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley”.
Queridos hermanos: confiados en la fidelidad del Señor que nos ama y muestra siempre el camino de la salvación, vayamos sin temor hacia Jerusalén, para que participando del misterio salvador de Jesús, seamos transformados en fieles servidores suyos en medio del mundo.

(1) El Cardenal Walter Brandmüller hace una crítica seria de este instrumento presinodal diciendo que no sólo es herético sino apóstata (cf. sanjbsf.blogspot.com 27 de junio de 2017)

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 30 de junio de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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