25 de junio de 2019

La presencia del Señor en la Eucaristía, es proclamación de su muerte salvadora hasta su retorno para guiarnos a la verdadera Vida.


La multiplicación de los panes y de los peces que realiza Jesús según narra san Lucas (9, 11b-17), pone de  manifiesto dos enseñanzas profundas para nuestra vida de caminantes que se dirigen, impulsados por la esperanza, a la Patria que se nos ha prometido.

Jesús habla a la multitud acerca del Reino de Dios y devuelve la salud a los que tenían necesidad de ser sanados.
Seguramente los cinco mil hombres y el sinnúmero de mujeres y niños que estaban escuchándolo tenían muchas necesidades sociales, económicas, tal vez más de uno había sufrido injusticias de todo tipo o incluso había sido tratados como desecho de una sociedad que descarta a los débiles y privilegia a los poderosos.
Pero Jesús habla acerca del Reino, es decir, de la necesidad de entrar de lleno en la vida nueva que les presenta, de encontrarse con el Salvador que obedeciendo al Padre quiere rescatar al hombre de la miseria del pecado, y que lo hará ciertamente en la entrega total muriendo en la Cruz, ese Reino que no es de este mundo por cierto.
Por otra parte, partiendo del hecho de la necesidad de comer que tienen todos los que fueron a escucharlo,  multiplica milagrosamente cinco panes y dos pescados, y así “levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud”.
El dar de comer el pan material en abundancia, previa invocación al cielo, nos recuerda que de Dios vienen todos los bienes temporales, ya que en la creación misma ha dispuesto todo lo creado para que sirva de sustento y elevación del hombre en su dignidad de criatura inteligente, llamada a entablar una alianza con su Creador.
Pero el hecho de partir lo que se ha multiplicado, por otra parte, evoca el signo del partir el pan eucarístico, por el que Jesús es reconocido como aconteció con  los discípulos caminantes a Emaús.
O sea, nos está diciendo que no solamente de Dios proceden los bienes necesarios para el cuerpo, sino también el bien por excelencia, llamado pan de los ángeles, el mismo Jesús que se entrega como alimento de las almas, ofreciendo así la incoada divinización del hombre al unirse a su Señor con la voluntad de asemejarse cada vez  más con quien nos nutre y eleva a la vida de santidad.
La multitud que recibe este alimento prefigura que toda la humanidad está llamada a alimentarse del Señor y anticipar la vida eterna ya en este mundo, necesitando por parte del hombre la fe sobrenatural en lo que recibe y la buena disposición como creyente.
En efecto, los “hermanos separados” que provienen del luteranismo, no creen en la presencia real de Jesús, no tienen ministros que hayan recibido el orden sagrado, ellos celebran la “Cena” que es un recordatorio del jueves santo, comiendo simplemente pan y bebiendo vino, sin que exista el milagro de la transubstanciación.
La actitud de Jesús es ofrecerse como alimento a toda persona de buena voluntad que lo acepte a Él como Hijo de Dios hecho hombre y que crea en su presencia real bajo las especies eucarísticas de pan y vino y, que acepte limpio el corazón, ser transformado por su presencia como anticipo de la participación divina en la eternidad.
La presencia del Señor será cuando se celebra la santa misa, proclamación de su muerte salvadora hasta su retorno como enseña san Pablo (I Cor. 11, 23-26), para guiarnos a la verdadera Vida.
Mientras transcurre nuestra vida entre lo que ya es y lo que será, se hace imperativo actualizar lo que dice Jesús en el evangelio “denles de comer ustedes mismos”, como un modo concreto de hacer realidad en la relación con los hermanos, lo que se origina en la unión plena en la Eucaristía y se prolonga en el trato con el prójimo.
“Denles de comer ustedes mismos” significa que robustecidos por la comunión con Cristo, abramos nuestro corazón misericordioso ante las necesidades y miserias de los hermanos.
Cristo no exige que cada uno resuelva el drama del hambre de bienes del que padecen tantos en el mundo, pero sí poner de nuestra parte algo de generosidad, los cinco panes y los peces al menos, los que tomados y bendecidos por la Providencia divina tengan un efecto multiplicador en la sociedad.
El Señor nos llama a una vida austera, a no derrochar alimentos y bienes, como recuerda el papa Francisco, para ponerlos al servicio de los que menos tienen y que no pocas veces se conforman con poco.
Una visión política acerca de la universalidad de los bienes que han de servir a toda la humanidad, implicará por ejemplo, procurar que a nadie le falte los bienes de este mundo y a nadie le sobre, sino que lo comparta con espíritu alegre, sabiendo que Dios retribuye todo gesto generoso que mire las necesidades de los demás.
Será este espíritu generoso, por cierto, una prolongación de la entrega que de sí mismo hizo siempre Jesús, especialmente en la cruz salvadora.
Queridos hermanos: alimentados por Cristo, nutramos nuestra vida interior, dilatemos nuestra mirada generosa, tratando de colaborar en la medida de nuestras posibilidades para que la vida en este mundo sea cada vez más humana.
Para ello contamos siempre con la fuerza de lo Alto, que nunca es escatimada a los corazones fieles y generosos.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi. Ciclo “C”. 23 de junio de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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