19 de agosto de 2019

Confiando en el poder de Dios y decididos a luchar contra el pecado, llevemos al mundo el mensaje evangélico.


La liturgia  de este domingo nos invita a reflexionar sobre lo que significa ser profeta en medio de la sociedad en la que vive el creyente en determinado tiempo de la historia y, a  su vez, aplicar esta enseñanza a cada uno de nosotros como seguidores del Señor en el mundo de hoy.

 O sea, de la consideración universal de la misión profética pasar a la aplicación particular que corresponde a cada uno.
Nos ayuda para ello el contemplar personas como la del profeta Jeremías en el Antiguo Testamento (38, 3-6.8-10) y, por cierto, la de Jesús mismo (Lc, 12, 49-53), que nos invita a continuar su misión en este mundo.
El profeta Jeremías, llamado el “profeta de las calamidades” habla de parte del Señor a un pueblo que por sus pecados, por su infidelidad permanente a la alianza, se ha hecho acreedor al castigo ejemplar –permitido por Dios-  en manos de Babilonia y sus ejércitos.
El pueblo liberado de Egipto en otro tiempo, quiere apoyarse ahora en la nación que lo había oprimido para librarse del nuevo enemigo, fracasando ante el adversario, sobreviniendo la caída de Jerusalén  y el posterior destierro, consecuencia de desoír la advertencia del profeta.
El mensaje de Jeremías resulta molesto porque en general los seres humanos de todos los tiempos huyen de los que les “tiran malas ondas”, pues se apetece oír “buenas nuevas” materiales y placenteras que halaguen los oídos, y no la verdad, que aunque difícil de escuchar y ver, es la que en realidad libera al hombre.
El profeta fue siempre un perseguido, se lo intenta matar en un pozo cenagoso porque sus palabras resultan “políticamente incorrectas”, es salvado posteriormente y asesinado en Egipto tiempo después.
Imposible transmitir la verdad divina si no se está dispuesto a sufrir las consecuencias que traen acarreado el seguimiento y fidelidad al Señor.
En el texto del evangelio Jesús proclama que viene a traer el fuego purificador del amor divino que transforma a toda persona que lo siga y lo comunique a la comunidad en la que está inserto. Más aún, en perspectiva de su muerte en Jerusalén, señala que recibirá un bautismo, el de la muerte, que en cuanto hombre lo angustia hasta el momento de su realización.
Señalar “la angustia de la cruz” que padecerá, sirve para que el seguidor de Jesús comprenda lo que le sobrevendrá toda vez que prolongue en la vida de cada día la vocación profética que se le ha dado en el bautismo y que compromete a una vida diferente.
Sorprende el Señor advirtiendo que ha venido a traer la división y no la paz, esa paz que, con todo, entregará, diferente a la del mundo, tal como lo enseñará en la última Cena a sus discípulos.
Es que su presencia en el seno de la familia, de la sociedad o en las instituciones de todo tipo, será siempre signo de contradicción, ya que algunos lo recibirán y darán a conocer, otros aunque lo reconozcan en privado lo negarán en público, y quienes renegarán de Él en todo ámbito social y en todo momento de su vida personal.
Jesús es admirado y temido al mismo tiempo, seguido y rechazado indistintamente no pocas veces, se considerará que reclama del hombre decisiones imposibles achicándole la decisión de ser feliz.
Podemos observar ¡cuántas familias están divididas por seguir o rechazar a Cristo! ¡Cuántas familias tienen en su interior “pañuelos verdes”, “azules” o “amarillos” según la decisión de sus miembros!
En una misma familia habrá quienes son abortistas o defensores de la vida, quienes viven en “pareja” o unidos por el sacramento del matrimonio, los que se buscan sólo a sí mismos o los que abren su corazón a las necesidades de los demás,  y así como éstas tantas otras decisiones que provocan “grietas” religiosas profundas.
En el trabajo, en la profesión o la vida pública, política, etc ¡Cuántos han elegido, a pesar de decir que son católicos, una vida de pecado, mientras otros se mantienen fieles al Señor y por ello despreciados por los seguidores del maligno!
Así como Jeremías y Jesús fueron perseguidos y despreciados por comunicar el mensaje divino que se les había encomendado transmitir, culminando con su muerte cruenta, así también cada bautizado de este siglo debe estar dispuesto a dar lo mejor de sí mismo en la vocación profética de anunciar el evangelio salvador.
La carta a los Hebreos (12, 1-4) nos alienta a la misión profética que nos reclama el Señor en nuestros días, afirmando “piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento”.
A su vez, el texto destaca que “estamos rodeados de una verdadera nube de testigos” en referencia a todos los que fueron en el pasado fieles al llamado con que fueron convocados, los cuales no sólo son ejemplo con su vida, sino garantía de que la fe es el verdadero sostén para la misión profética en la sociedad en la que estamos insertos.
Esto a su vez, hace ver la necesidad de que nos despojemos “de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia” para poder ser libres, como Jeremías y Jesús, en el momento en que el espíritu profético nos compromete a hablar abiertamente de lo que Dios quiere que transmitamos, aunque no seamos escuchados sino que por el contrario seamos perseguidos como ellos.
En este sentido, el texto de referencia recuerda que esta convicción interior ha de llevarnos a correr “resueltamente al combate que se nos presenta” fijando nuestra mirada “en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia”.
Hermanos: confiando en el poder de Dios que nos sostiene con su gracia, llevemos al mundo el mensaje divino, muchas veces negado y olvidado, sin pensar que hemos hecho lo suficiente, ya que “en la lucha contra el pecado” no “hemos resistido todavía hasta derramar” la sangre como Cristo el Salvador.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XX del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 18 de agosto de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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