3 de noviembre de 2020

En la Vida Eterna que es nuestra meta como hijos adoptivos de Dios, cantaremos eternamente las misericordias del Señor”


Nos hemos congregado en este día para celebrar a Todos los Santos, aquellos que ya gozan de la presencia de Dios para siempre, aquellos que han llegado a la meta, aquellos que han entendido que fueron creados para Dios y a lo largo de su vida trataron de vivir en comunión con Dios y ahora se encuentran gozando ante su presencia. Los santos  nos ofrecen un testimonio de vida pero  al mismo tiempo nos protegen realizando aquello que afirmamos en el Credo: “creo en la comunión de los Santos”.

¿Cómo se da esa comunión? Entre la iglesia que peregrina, que somos nosotros, en la medida que tratamos de hacer el bien y vivir en gracia de Dios, somos llamados también como lo hacía en su tiempo San Pablo, santos; los que ya están en el Cielo gozando de la meta que han buscado siempre, y los que se purifican para poder después entrar en el Cielo. La Iglesia que se purifica  necesita nuestras oraciones, pero a su vez van a interceder por nosotros, de manera que mientras nosotros pedimos a los santos su ayuda y ellos nos prometen su presencia en nuestras vidas, las almas del purgatorio necesitan de nuestras oraciones y a su vez nos prometen acordarse de nosotros cuando ya estén definitivamente en la Gloria. Y así entonces entre la Iglesia llamada Peregrina, la Iglesia Triunfante en el Cielo, y la Iglesia que se purifica hay una permanente comunión de oraciones, de vida, de intenciones, porque todos aspiramos al encuentro con el Señor.
¿Y qué es lo que nos debe mover, ese tender hacia Dios? Precisamente, san Juan nos dice en la segunda lectura (1 Jn. 3, 1-3) que  miremos como el Padre nos ama y haciéndonos hijos suyos.  Y el Padre nos ama y quiere que participemos como hijos adoptivos de su misma vida porque nos ha creado a su imagen y semejanza.  El amor del Padre  nos lleva a buscar agradarle a Él y seguir los pasos de su Hijo, a escuchar la Palabra del Señor, a vivirla permanentemente, hasta que lleguemos, nos dice el apóstol, a ser semejantes a Dios. Como decía, ya somos imagen y semejanza de Dios por la creación, por el Bautismo fuimos elevados a la vida de la gracia, y en la Vida Eterna seremos ya semejantes a Él  para siempre, porque ya no podremos perder  la gracia por el pecado y por lo tanto  lo contemplaremos cara a cara, mediante  “la luz de la gloria”, que eleva nuestra inteligencia  para la contemplación eterna, como enseña santo Tomás de Aquino en la Suma Teológica.
Hablar de los santos por lo tanto, es hablar de la perfección a la que puede llegar el ser humano y nos debe hacer entender que estamos llamados a las cosas grandes, no a la chatura de la vida que muchas veces se observa en nuestra sociedad o el conformarse con la mediocridad, o dejar para último momento la conversión, sino la búsqueda incansable de asimilar la gracia que Dios nos otorga a cada uno de nosotros.
En nuestro peregrinar por la existencia terrena, el Señor nos pide  observar los diez mandamientos, como mínimo para la salvación, pero si queremos llegar a la vida de perfección que cultivaron los santos, hemos de encarnar el espíritu de las bienaventuranzas (Mt. 4, 25-5,12).
Se nos invita a cultivar la pobreza de espíritu que supone todo desapego a las cosas, buscar vivir la misericordia con el prójimo para alcanzarla también nosotros, vivir la paz propia de los hijos de Dios, trabajar por la justicia y así parecernos más y más a Dios, ser capaces de soportar todo tipo de injurias y rechazo por seguir  a la persona de Jesús y sus enseñanzas, vivir la pureza porque sólo con mirada limpia lo contemplaremos, y así,  todo lo que implique  grandeza de corazón.
Llamados entonces a vivir santamente, peregrinemos por este mundo, implorando la gracia de lo Alto, contemplando la vida de los santos, buscando su intercesión imitándolos, sabiendo que es posible vivir una vida de perfección que lleve  algún día a la Gloria del Cielo cantando eternamente las maravillas del Señor como dice el Salmo, “cantaré eternamente las misericordias del Señor” (cf. Apo. 7, 2-4.9-14).


Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de Todos los Santos. Ciclo “A”. 01 de noviembre de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




No hay comentarios: