1 de diciembre de 2021

Prevenidos por la oración y la vigilancia de un corazón no embotado, esperemos con gozo la segunda y definitiva Venida del Señor.

  Hoy comienza un nuevo año litúrgico con el primer domingo de adviento o advenimiento y nos preguntamos ¿qué es lo que esperamos?
Esperamos actualizar la primera venida del Señor en carne humana, al Hijo de Dios hecho carne en el seno de María Virgen, el día de Navidad.
Por eso la Iglesia desea que pongamos nuestra atención en el cumplimiento de las promesas realizadas desde antiguo en el sentido que el enviado del Padre, el Salvador, es la esperanza cumplida que rescata al hombre del pecado y de la muerte eterna, por medio de su muerte en Cruz y resurrección.
Pero a su vez el adviento refiere a la segunda venida de Cristo, que llegará a nosotros como juez a recoger los frutos de su entrada en la historia humana, a conducir a los elegidos a la Casa del Padre, y a poner todas las cosas y a los que lo han rechazado bajo sus pies, como Rey del Universo que es.
Nos damos cuenta así que a lo largo de la historia el ser humano está invitado a poner su mirada en Cristo, unos a su llegada por primera vez, que ya se realizó, y nosotros añorando la segunda venida de la que no sabemos cuándo.
El profeta Jeremías (33, 14-16) precisamente, anuncia la primera venida del Salvador. En efecto,  a causa de la infidelidad del reino de Judá profetiza su caída, junto con Jerusalén y su templo, pero luego infunde esperanza en el futuro en que llegará su liberación, fruto del amor divino. De allí que “haré brotar para David un germen  justo, y él practicará la justicia y el derecho en el país” ya que no lo había realizado Sedecías el rey de Judá.
Pero nosotros hemos de poner nuestra esperanza en la segunda Venida del Señor, de allí que el texto del evangelio (Lc.21,25-28.34-36) anuncia las señales cósmicas que sumen en angustia al ser humano, y que han aparecido a lo largo de la historia, pero la atención debe estar puesta en lo que vendrá.
Por eso es que se insiste en cuál ha de ser la actitud del creyente, estar prevenidos, orar incesantemente, tener el corazón preparado, no embotado nuestro espíritu, para que no seamos atrapados por el lazo de la sorpresa.
Al respecto, debo decir, que me ha quedado grabado lo que varias veces ha dicho el papa Francisco respecto a la postpandemia, en el sentido de que saldremos mejores o peores, pero no iguales a lo que vivíamos previamente.
La experiencia que hemos tenido, viviendo de cerca la muerte de tanta gente cercana o no, nos ha llevado a vivenciar la finitud de nuestra existencia y que es necesario tener otra actitud frente a lo cotidiano, tratando de edificar nuestro existir sobre la roca que es Cristo quien le da sentido  a todo.
La fragilidad humana vivida nos hace mejores o peores, y nos conduce a preguntarnos enseguida  el por qué de esta afirmación tan absoluta.
Precisamente el comprobar que todo se derrumba y cuán frágiles somos, conduce a no pocas personas a acrecentar su fe, a tratar de ser cada día mejores, a poner el sentido de la vida en Dios y no en aquello que perece, algo semejante a lo que acontecía en la comunidad de Tesalónica y de la que habla el apóstol san Pablo (I Tes. 3, 12-4,2).
San Pablo, al respecto, elogia a la comunidad cristiana por su crecimiento en la caridad, lo cual  hace que sean fortalecidos sus corazones en santidad, haciéndolos irreprochables delante de  Dios Padre para el “Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos”, exhortándolos mientras tanto a agradar a Dios, haciendo mayores progresos todavía, tarea que nos debería entusiasmar a cada uno de nosotros haciendo crecer la esperanza en el Señor.
Contrariamente a esto en la que crecen no pocos hermanos nuestros, acontece que muchas personas ante la experiencia de la finitud existencial, organizan su vida sobre “arena”. Es decir,  descreídos de todo, han hecho suyas las palabras de los paganos que sólo buscan comer y beber, pasarla bien porque pronto morirán o porque piensan que frustrada la meta de salvación sólo queda dar rienda suelta a la disipación, al placer, al goce desenfrenado de las criaturas. De esta manera de conducirse cada día, hacen caso omiso a lo señalado por Jesús cuando señala “tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida”.
En nuestros días, muchos se han alejado de Dios, se burlan de los creyentes, poniendo su seguridad –pasajera por cierto- en aquello que es transitorio.
Nosotros, por lo tanto, hemos de aprovechar este tiempo de gracia que es el adviento, para que fundados ya en la presencia salvadora de Jesús que nos ha incorporado a su Reino de bautizados, esperemos su segunda venida,  ahondando en la oración y en la vida de santidad, de manera que este acontecimiento no nos caiga  de repente como un lazo.
En nuestros días, y relacionado con esto, es común el pecado de la acedia, que se define como la tristeza por las cosas del espíritu, ya sea referida a uno mismo o  tristeza por la vida espiritual profunda que llevan otros.
La primera de las formas  inclina a muchas personas ha alejarse de Dios, de la oración, de la vida de santidad, porque les produce fastidio y desagrado y se inclinan en cambio, a una búsqueda desenfrenada de alegrías pasajeras, de vivencias frívolas, de vivir cada día de lo mundano, y tratan de imponer a otros este estilo de vida que aniquila al ser humano.
La segunda  forma, la tristeza o fastidio por la vida de santidad que llevan o intentar llevar otros, conduce a la persecución de los creyentes, al odio hacia los  unidos a Jesús, el tratar de falsificar la fe y de desprestigiar a la Iglesia.
Cuando el corazón humano se vacía de Dios, se busca colmarlo de lo pasajero, experimentando aún más su finitud e ineficacia para lograrlo.
Por eso Jesús nos invita a levantar nuestra mirada hacia Él, sabiendo que de esa manera llegará al fin nuestra verdadera liberación.
Liberación que no sólo será definitiva al fin de los tiempos, si somos fieles y perseverantes en nuestra amistad con Dios, sino que ya desde ahora podemos experimentarla, aunque sabiendo siempre que podemos defeccionar de ella a causa del pecado por el que rompemos la alianza con el Salvador.
Deseando esta liberación de toda esclavitud mientras vivimos en este mundo, pidamos la gracia divina para vivir un tiempo de adviento fructífero, de modo que actualizando el nacimiento de Jesús en Belén, contemplemos ya desde ahora la posibilidad de alcanzar el encuentro feliz en su segunda venida.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el primer domingo de Adviento, ciclo “C”. 28 de noviembre  de 2021. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-









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