26 de abril de 2022

Cristo quiere estar con nosotros, pero así como nos beneficiamos con su misericordia, sepamos también ser misericordiosos con los demás.

 Acabamos de escuchar en el evangelio (Jn.20, 19-31): “¡Felices los que creen sin haber visto!”, palabras que están dirigidas a nosotros que creímos en la resurrección por el testimonio de los apóstoles.
El domingo pasado reflexionando sobre el texto del Evangelio contemplamos cómo Juan y Pedro creyeron después de “ver” la ausencia del cuerpo de Cristo, mientras nosotros creemos que Jesús resucitó por el testimonio de los apóstoles que se mantiene a lo largo de la historia de la iglesia la cual custodia esta gran verdad.
Aquél que estaba muerto resucitó, aquél que es principio y fin, principio de todas las cosas y meta última de todo lo creado ha resucitado de entre los muertos.
El Señor resucitado que está vivo, permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos, no abandona a su iglesia, a ninguno de nosotros.
Hoy la liturgia  presenta un sacramento que manifiesta que el Señor está con nosotros, se trata de la institución del sacramento de la confesión o reconciliación, asegurando para siempre el perdón de los pecados por los que había muerto en la cruz Jesús mismo.
Lo que  Jesús había otorgado a Pedro solo, es decir, el poder de atar y desatar en el cielo lo que fuera atado o desatado en la tierra, lo otorga a todos los apóstoles, ante quienes se presenta.
Lo hace entregando a los apóstoles el Espíritu Santo, asegurando mantener en la vida eterna lo que se otorgue o no en la tierra.
El Señor por este sacramento entrega para siempre a su Iglesia el poder de prolongar los frutos de su muerte y resurrección.
Atenta a la grandeza de este sacramento, la Iglesia instituyó para este día la fiesta de la divina misericordia, el misterio del perdón.
Digo misterio, porque para nosotros resulta incomprensible contemplar la bondad divina manifestada en la misericordia.
Y esto es así porque  nos cuesta ser misericordiosos, por lo que resulta difícil pensar que Dios es misericordioso permanentemente,  cada día, a  cada instante, hasta el fin de los tiempos.
La misericordia de Dios se manifiesta a través de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, muerto y resucitado, prolongando en el tiempo lo que nos fue concedido amorosamente en el monte calvario.

En el bautismo morimos y resucitamos, en el sacramento de la penitencia morimos al pecado que confesamos y, resucitamos a la vida nueva de la gracia, por medio del arrepentimiento y el perdón.
San Ambrosio decía que el agua es la que purifica, el agua del bautismo y el agua de las lágrimas en la confesión.
Si se derrama tanto en uno como en el otro sacramento la infinita misericordia del Señor, deberíamos con profunda fe, meditar a menudo sobre esto, llorando postrados de alegría y, agradeciendo a Dios por todo lo que concede a cada hijo suyo.
¡Cuántas veces el corazón del hombre se obstina en el pecado, se endurece tanto, que no pocas veces el pecador alardea del pecado!
¡Cuántas veces ante las advertencias de la conciencia hacemos caso omiso  a su juicio acusador y seguimos anclados en el mal!
A pesar de ello, la misericordia es siempre ofrecida en abundancia, por eso es muy importante crecer en el amor a Jesús misericordioso.   Hemos de dejarnos conmover por tanto bien espiritual ofrecido, y escuchando las manifestaciones de santa Faustina, presentar ante el Señor nuestras miserias y pecados, para que Él nos purifique y sane de tantos males cometidos por el desamor.
Reconocer ante el Señor tantas  bajezas, presentar ante el Salvador   todo aquello que avergüenza y, suplicar ser purificados y transformados por la bondad divina por medio de la gracia concedida.
Dios está siempre dispuesto a perdonar, pero espera de nosotros una respuesta: “¡Señor mío y Dios mío!”, creer firmemente que Él ha resucitado y está vivo, creer que hace maravillas en el interior de cada uno de nosotros si abrimos nuestro corazón para que el actúe, si dejamos que nuestro corazón de piedra se convierta en un corazón de carne por su misericordia.
Cristo quiere estar con nosotros, pero así como  nos beneficiamos con su misericordia, sepamos también ser misericordiosos con los demás.
¡Felices los misericordiosos!, rezamos en las bienaventuranzas, porque obtendrán misericordia, y así conocemos  por la revelación divina, que  cuanto más misericordiosos seamos con los demás, mayor misericordia obtendremos de parte de Dios, que busca salvarnos.
El Señor tendrá en cuenta nuestra actitud para premiar si rezamos no solamente por nosotros pecadores, sino por los de este mundo, por quienes se niegan a creer en Jesús o no desean dejar una vida de maldad o prefieren seguir su propio camino lejos del Señor.
Pidamos la gracia de estar siempre abiertos a recibir la misericordia del Señor y a  comunicarla, porque no pocas veces hemos de ayudar a personas que están desesperadas, o piensan que Dios no las perdonará.
Es importante no  desesperar de la conversión de alguien, nunca hemos de pensar que  alguna persona no obtendrá el perdón y la misericordia por parte del Señor Jesús, porque Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos, no solamente en el sacramento de la Eucaristía donde se da como alimento, sino también en los demás sacramentos, especialmente  en el sacramento de la reconciliación.
Recordemos lo que habíamos meditado en el tiempo de cuaresma respecto a dejarnos reconciliar por y con Dios, para que transformados interiormente podamos a su vez, ser instrumentos de reconciliación en medio de la Iglesia, aumentando así el número de los que buscan al Señor para ser liberados de sus pecados.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el II° domingo de Pascua.  24 de Abril de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com









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