24 de junio de 2022

Conociendo Jesús la necesidad de plenitud que tenemos, permanece hasta el fin de los tiempos mediante el sacramento eucarístico.



 

Celebramos hoy la solemnidad litúrgica del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Los textos bíblicos que meditamos este día, nos permiten  aproximarnos a este misterio de amor que Jesús deja  en su Iglesia, más aún, Él mismo es quien permanece entre nosotros.
En el texto del Evangelio (Lc. 9, 11b-17), los apóstoles, enviados por Jesús, han regresado de su misión (Lc. 9, 1-7), y se retiraron con Él a Betsaida para descansar y  confiarse mutuamente sus experiencias.
Mientras tanto,  la gente se da cuenta dónde está Jesús y lo siguen, por  lo que el Señor los recibe  y les habla del Reino de Dios devolviendo “la salud a los que tenían necesidad de ser curados”.
Los recibe como Buen Pastor, por eso  les habla preparando así el corazón de cada uno para lo que haría posteriormente.
Es un lugar desierto, dice el texto bíblico, lugar del encuentro con el Señor a solas para que éste sea fructífero.
Al llegar la tarde los discípulos se acercan para decirle que no tienen nada para dar de comer a estos cinco mil hombres, sin contar seguramente a las mujeres y los niños, por lo que son  una multitud.
Los apóstoles de alguna manera quieren desentenderse del problema  que se avecina, cual es el de dar de comer y albergue a tanta gente.
Jesús les dirá que ellos mismos les den de comer, pero ni hay dinero y sólo tienen cinco panes y dos pescados, signo una vez de la impotencia humana, para cumplir con el encargo  que se les pide.
Atento a ello,  será Jesús quien interviene, levantando los ojos al cielo, bendiciendo la pequeña ofrenda de panes y peces, los parte y entrega, saciando así  a todos los presentes, congregados previamente en grupos de cincuenta personas.
El haber comido hasta saciarse es una señal que el único que puede colmar el corazón del hombre es  Dios, especialmente por Jesús.
En efecto, el ser humano padece hambre y sed permanentemente, pero no solamente de alimentos y cosas perecederas, sino de aquellos bienes que sólo Dios puede otorgar y satisfagan totalmente, aunque muchas veces no advierte que lo principal es el alimento del espíritu, de allí que ignorando esto, se aboca erróneamente a lo material.
Conociendo Jesús la necesidad de plenitud que tenemos los seres humanos, se queda entre nosotros hasta el fin de los tiempos mediante este sacramento de salvación.
Qué hermoso es escuchar la palabra de san Pablo (I Cor. 11, 23-26) que describe lo qué aconteció en la última cena cuando Jesús bendice el pan y  el vino diciendo ”Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”  y  “Ésta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”.
Entendemos entonces la relación que tiene este texto con el evangelio cuando Jesús dice “Denles de comer ustedes mismos” (Lc. 9, 11b-17) ya que está indicando  cómo el ser humano debe buscar la forma para que cada persona reciba de los bienes temporales lo que necesita para vivir dignamente.
Esto es así, porque los bienes de este mundo son universales, por lo tanto, así como Jesús se entrega por la salvación del mundo, también el ser humano tiene que entregarse para que toda persona pueda  participar de estos bienes de modo que a nadie le sobre ni le falte, y en eso estamos todos en deuda para con nuestros hermanos.
Pero hay otra realidad que refiere a “denles de comer ustedes mismos”,  ya que se trata de un llamado que Jesús hace a la iglesia, porque el ser humano no solamente está hambriento de lo necesario para vivir, sino que está hambriento de los bienes del espíritu.
El hombre necesita alimentarse también de esta ofrenda que es Jesús mismo, de modo que dar de comer y beber “en memoria mía”, significa  no sólo recordar la última Cena, sino actualizar esta presencia del Señor en el sacramento de la Eucaristía.
Precisamente en la Eucaristía, el altar es Cristo mismo, por eso el sacerdote lo besa cuando comienza y cuando termina la misa, la ofrenda es Cristo porque después de la consagración se ofrece al Padre para la vida del mundo, y el sacerdote es Cristo, siendo el ministro un instrumento para que Aquél que es sacerdote eterno, cómo cantamos en el salmo interleccional y recordamos en la primera lectura (Gn. 14, 18-20), pueda ofrecer hasta el fin de los tiempos su propio sacrificio, su propio cuerpo y sangre.
A su vez, por la comunión en la que recibimos al Señor, concretamos aquello de “siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva”.
Pero la recepción del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús tiene una exigencia que el texto litúrgico no transcribe, y que dice “El que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (versículo 27).
O sea, que si Jesús se ofrece para todos, justos y pecadores, fuertes y débiles, es condición previa a la recepción de la comunión y obtener sus frutos, el estar limpios de pecado mortal y adornados con la gracia santificante.
Queridos hermanos: Jesús sigue entregándose y nos interpela, haciéndonos ver que solamente siguiéndolo a Él, podemos colaborar para que cese el hambre de los bienes de la tierra, mientras hace crecer el hambre por recibirlo, encontrándonos así con un medio aptísimo de santificación, por lo que es necesario implorar siempre para  que nunca nos falte su presencia como alimento de salvación.
 

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. 19 de junio de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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