13 de junio de 2022

Por el Espíritu de la Verdad, conoceremos el verdadero rostro de Cristo, y por Él, llegaremos al encuentro con el Padre.

 

Estamos celebrando este domingo la Solemnidad de la Santísima Trinidad el cual es el misterio principal de nuestra fe católica. Adoramos a Dios en una naturaleza divina en la cual subsisten tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
A través de nuestra inteligencia podemos reflexionar sobre la creación del mundo y del hombre, y descubrir la existencia de un ser Todopoderoso, pero para conocer que ese Dios es Padre Hijo y Espíritu Santo necesitamos que el mismo Dios vaya descorriendo el velo que cubre el misterio y se dé a conocer, lo cual  en plenitud aconteció en el Nuevo Testamento.
Es verdad que encontramos algunos indicios en el Antiguo, como lo manifiesta el texto precioso del libro de los proverbios (8, 22-31), donde la Sabiduría haciendo elogio de sí misma, reconoce  lo que significa su presencia en la vida del hombre y la eternidad de Dios.
A la luz del Nuevo Testamento sabemos que esta sabiduría no se queda únicamente en la capacidad que puede tener el hombre de poder gustar de las realidades divinas, sino que se trata de una Persona, y ésta divina.
En efecto, en el libro del Génesis, en el relato de la creación, se afirma en cada momento de la creación que Dios dijo, lo cual refiere al Padre que crea junto al Hijo, manifestado con el “dijo”, que  indica a la Palabra divina, es decir, al Hijo, a su vez el relato manifiesta que el espíritu aleteaba sobre las aguas, indicio del Espíritu Santo.
Si tomamos el Evangelio de san Juan (cap. 1), en el prólogo, la Palabra es el Verbo, el Hijo de Dios que habitó entre nosotros haciéndose hombre en el seno de la Virgen, y ese “habitar” entre los hombres coincide con la afirmación del texto de los Proverbios que refiere que la alegría de la Sabiduría era estar con los hombres,  compartir con el ser humano la grandeza de la creación que para gloria de Dios se realizó y para que habite el ser humano.
Sigue diciendo el libro de los Proverbios que esa Sabiduría estaba al principio, que fue “creada”, aunque según la reflexión teológica corresponde decir que es engendrada por el Padre.
La Sabiduría o Palabra del Padre, increada, está presente desde siempre, también cuando Dios comienza a obrar hacia fuera de sí mismo, creando al mundo y al hombre, lo cual es fruto del amor eterno hacia nosotros, por el que ha querido que participáramos de su misma vida.
Éramos amados desde antes de la creación del mundo, como así lo afirma San Pablo (Ef. 1,3-6.11-12), siendo elegidos en Jesucristo  antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor.
De manera que estamos llamados a vivir en gracia de Dios, siendo esta  la mejor prueba de que estamos en comunión con la Trinidad, con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, ya que fuimos creados para dar gloria eterna a Dios.
Creados para Dios no significa que nos sumergimos en la divinidad formando parte de ella, como enseña el mundo oriental, cayendo en el panteísmo, sino que siendo cada uno lo que es, Creador y creatura, viviremos en comunión eterna en el cielo, comenzando esa comunión, aunque imperfecta, ya en este mundo de peregrinos.
Es tan inmenso el amor que Dios nos tiene que lo expresábamos recién cantando el salmo interleccional (Sal. 8, 4-9), manifestando qué admirable es el Nombre de Dios en toda la tierra, y nos preguntábamos admirados por el amor recibido del Creador, “¿Qué es el hombre  para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?, reconociendo que fuimos creados un poco inferior a los ángeles y que se nos ha dado dominio sobre la creación poniendo todo bajo nuestros pies mientras éramos coronados de gloria y esplendor por el Creador.
La obra amorosa de Dios sobre nosotros se continúa por la acción del Espíritu Santo, al cual Jesús junto con el Padre lo  envía a cada uno.
Así lo expresa Jesús en el texto evangélico (Jn. 16, 12-15), cuando manifiesta que el Espíritu de la Verdad nos permitirá entender todo, e introducirá en toda la verdad, la que será entregada por el mismo Hijo, y que no fue conocida plenamente cuando Él vivía.
Gracias al Espíritu  de la verdad  conoceremos plenamente el verdadero rostro de Cristo y nos hará capaces de amarlo más y más, y por Él llegar también al Padre, en el mismo Espíritu, que así como es el Amor entre el Padre y el Hijo, será el Amor eterno que nos comunicará con la Trinidad toda.
Ser hijo adoptivo de Dios significa vivir en esta comunión con la Trinidad de personas, con el Dios único en naturaleza, con el deseo de ser siempre buenos hijos del Padre, de seguirlo a Cristo, sobretodo en el sufrimiento, como escuchábamos a san Pablo (Rom. 5, 1-5), ya que es el sufrimiento el que nos asimila a la cruz redentora y  orienta hacia la esperanza que no defrauda, que es estar junto al Padre.
A su vez, hemos de buscar en nuestro corazón al Espíritu Santo,  que nos ha dado muchas y quiere seguir haciéndolo, pero espera  nuestra respuesta,  nuestra generosidad.
El Espíritu va a renovar nuestro deseo de ser cada día mejores, para vivir en sintonía con el Padre, con el Hijo y consigo,  creciendo en la vida de santidad propia del creyente.
 
               Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. 12 de junio de 2022.. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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