6 de junio de 2022

Los manantiales de agua viva refieren a la infusión del Espíritu Santo, y a la abundancia de la gracia divina, recibidos en el bautismo.

 

Concluye el tiempo Pascual con esta solemnidad de Pentecostés, justamente 50 días después de la muerte y resurrección de Jesús. Estamos celebrando la misa de la vigilia que tiene textos bíblicos diferentes a los de la misa de mañana.
Hemos proclamado el texto del libro del Éxodo (19, 3-8ª.16-20b) que refiere al momento de la alianza entre Dios y el pueblo de Israel, de modo que el Señor les diga,  yo seré el Dios de ustedes y ustedes serán mi pueblo, si escuchan mi palabra y se comprometen a actualizarla con obras de verdad y de bien.
Precisamente esa Alianza entre Dios e Israel, es actualizada en la memoria viva del pueblo, celebrando cada año la fiesta  de Pentecostés, de allí la presencia de los judíos de la diáspora, es decir, los que vivían fuera de Israel, en Jerusalén, el mismo día de la celebración de la fiesta cristiana de Pentecostés.
Con la venida del Espíritu Santo se concreta una Nueva Alianza,  sellada por la   muerte y resurrección  de Jesús,  y perfeccionada por la acción de la  tercera persona de la Santísima Trinidad.
El Espíritu Santo dará comienzo  a su obrar sobre nosotros, con su efusión sobre la Virgen y los apóstoles, confirmando la presencia de la Iglesia que naciera del costado abierto de Cristo, del que manara sangre y agua, figuras de la Eucaristía y del bautismo.
El Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo, Amor  que es Persona divina, porque no puede existir  en la Trinidad alguien que no sea Dios.
El apóstol san Pablo (Rom. 8, 22-27)  recuerda que  la creación  padece dolores de parto esperando ser transformada, e igualmente  los hombres que tenemos las primicias del Espíritu “gemimos  interiormente anhelando la  filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo. Porque solamente en esperanza estamos salvados", y esto que no vemos todavía, lo esperamos con constancia.
El Espíritu del amor entre el Padre y el Hijo es prometido no pocas veces como Paráclito, el que consuela, de modo que “el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido”, siendo el Espíritu el que “intercede  con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones  conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión a favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina”
Por otra parte, Jesús (Jn. 7, 37-39) en el último día de la fiesta de las chozas, -cuando se hacían las procesiones pidiendo el agua para los campos- exclama “El que tenga sed, que venga a mí; y beba el que cree en mí” ya que “De sus entrañas brotarán manantiales de agua viva”, refiriéndose al Espíritu que recibirían los que creyeran en Él,“Porque el Espíritu  no había sido dado todavía, ya que Jesús no había sido glorificado”.
Los manantiales de agua viva refieren a la infusión del Espíritu Santo, recibido en las aguas del bautismo, a la abundancia de la gracia divina que recibe el creyente cuando vive a fondo la amistad con Cristo, a la presencia del Espíritu que rejuvenece al ser humano y lo santifica  para producir abundantes frutos de bondad.
Con la venida del Espíritu Santo se cumple la promesa de Jesús de no dejarnos huérfanos, ya que Él con su Ascensión no se desentiende de nosotros sino que nos asiste  hasta el fin de los tiempos.
A su vez, el Espíritu Santo realizará –siempre y cuando los creyentes seamos dóciles a su inspiración-  aquello que Jesús pedía al Padre en la última Cena respecto a que seamos uno  como  el Padre y Él.
Unidad que no significa  uniformidad, sino que en el ámbito diverso de los carismas, de las gracias que Dios nos da, todos nos dejemos guiar por el Espíritu, cada uno viviendo su llamado concreto, ya sean  Apóstoles, o los que tengan  el poder de hacer milagros,  o el don de lenguas, o el poder de hacer curaciones.
Por otra parte, el libro del Génesis (11, 1--9) recuerda que en la construcción de la torre de Babel, Dios viendo el pecado de soberbia y la pretensión de llegar al cielo, confunde el habla de todos, y así con la diversidad de lenguas se manifiesta la dispersión que produce el pecado en el corazón del hombre.
En cambio, con la venida del Espíritu Santo, esta diversidad de lenguas que existen en el mundo, se unen en una misma proclamación de fe, de allí que los judíos de la diáspora presentes en Jerusalén, aún con distintos idiomas, entienden las maravillas de Dios que se proclaman, manifestando la catolicidad de la Iglesia.
De hecho, en la actualidad, por la acción del Espíritu, en todos los pueblos que  están presentes cristianos católicos, se proclama la misma fe, por el carácter universal de la Iglesia de Cristo.
Por esta presencia del Espíritu, se pasa del pacto realizado entre Dios y el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, a la nueva Alianza entre Dios y toda la humanidad, llamada a proclamar las maravillas de Dios y glorificarlo siempre.
Queridos hermanos pidamos de todo corazón para que el Espíritu de Jesús nos vaya recreando interiormente con la gracia, ayude a madurar en la fe, la esperanza y la caridad, y crecer en santidad.
El Espíritu viene a santificarnos, de modo que así como Jesús nos redime y  salva, el Espíritu continúa la obra de Jesús en el mundo.
Que nuestros corazones estén siempre abiertos  para recibir la bondad y gracia de parte de Dios.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el día de Pentecostés. 04 de Junio de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

 
 
           
           
        
 
    
 
 

    


            


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