12 de julio de 2022

El creyente ha de asimilarse al Cristo Samaritano y tratar de conmoverse ante tanto dolor que hay en el mundo y en las personas.

 En el evangelio de hoy (Lc. 10, 25-37), un doctor de la Ley –y, por lo tanto  conocedor de  la ley de Dios,- le pregunta a Jesús por lo que es vital en la vida del hombre, esto es ”¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna?
Jesús le pregunta a su vez “¿Qué está escrito en la Ley?”,¿Qué te dice la Sagrada Escritura? El doctor de la Ley recuerda, a su vez, los dos principales mandamientos, el amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a sí mismo.
Ahora bien, el cumplimiento de los mandamientos hacía dichoso al ser humano, como acabamos de escuchar en la primera lectura tomada del libro del Deuteronomio o Segunda ley (30, 9-14).  
En el texto de referencia, Moisés anuncia prosperidad para quiénes viven a fondo la ley de Dios,  que  conocemos porque está impresa en nuestro corazón, por lo tanto en el interior de cada uno  y no fuera.
En efecto, a través de su inteligencia, el ser humano conoce la ley de Dios, pero para que nadie pueda  aducir desconocimiento, esa misma ley de Dios es expresada de modo escrito en  las dos tablas de la ley que constituyen  la Alianza entre Dios y su pueblo.
La Alianza es un pacto de amor con el pueblo elegido,  tiene en Dios su iniciador y garantía de fidelidad para siempre por parte de Él.
Por lo tanto, allí está la clave de la vida del hombre, en cuanto que a través de la vivencia de la ley de Dios, el ser humano responde al Señor que tanto bien ha hecho por cada uno de nosotros, no solamente por el pueblo elegido.
Pero volvamos al Evangelio siguiendo este diálogo aleccionador para nuestra vida cotidiana, ya que el  doctor de la ley para justificar su intervención pregunta “¿Quién es mi prójimo?”, a lo que el Señor responde por medio de una parábola muy conocida por todos.
En efecto, la parábola del buen samaritano enseña la forma en que podemos aproximarnos al prójimo, en este caso al  hombre asaltado en medio del camino, que queda postrado medio muerto, pero que alcanza a cualquier hombre que padece dolor y sufrimiento.
Al lado suyo pasa un sacerdote que seguramente venía de ofrecer el culto en Jerusalén, pero no se detiene sino que pasa de largo.
Lo mismo hace un levita que acertó a ver al desgraciado tirado, pero no se sintió interpelado tampoco a asistirlo en su  miseria.
Fueron dos personas consideradas religiosas, dedicadas al culto, pero que siguieron de largo como si no  hubieran visto lo sucedido.
Acierta también a pasar un samaritano que ante el caído no siguió de largo sino que “lo vió y se conmovió”, haciéndose próximo del postrado en el camino, y quizá medio muerto por la golpiza.
La figura del samaritano que asiste al judío está cargada de significación, posiblemente Jesús ejemplifica aquella interpelación de amar aún a los enemigos, porque entre ellos había una gran separación por disputas que venían del pasado.
Para el judío, el prójimo es el más cercano  por razón del parentesco o la amistad, y alguno más como el extranjero si así lo exigía la ley mosaica, pero no entraba en consideración el samaritano.
En cambio, el samaritano de la parábola no se fija en la separación que existía entre ellos, sino que contempla al asaltado en cuanto persona humana que necesita atención, de allí que sus entrañas se conmovieron, sintió pena por lo acontecido  y actúa en consecuencia.
Ahora bien, la figura del samaritano compasivo es asumida por el mismo Jesús, el cual se “aprojima”, se hace cercano a cada uno de nosotros que estamos muchas veces abrumados por problemas, por dificultades, por nuestros permanentes pecados de los que no podemos salir  por falta de fuerzas.
Nosotros, a su vez, somos interpelados para constituirnos en nuevos samaritanos de aquellos que nos rodean y padecen todo tipo de males, ya sea físicos o morales, necesitados de consuelo y apoyo.
Los Santos Padres de la Iglesia enseñaban que el hombre que venía de Jerusalén a Jericó y cae en manos de bandoleros,  es el ser humano abatido por el pecado de los orígenes, que queda medio muerto, siendo Cristo el Samaritano  que lleva a cada pecador sobre sí mismo a la iglesia –posada espiritual- pidiendo la atención y el cuidado, asegurando que a su regreso pagará lo que se haya gastado de más, es decir,  que retornará al encuentro de cada   herido en este mundo para asistirlo, asegurándole que se entregará por todos  en la cruz, y de esta manera va a pagar las deudas contraídas.
¡Qué bella imagen y que nos mueve a nosotros a hacer lo mismo! Seguramente siempre tendremos la oportunidad de encontrarnos con corazones destrozados, con vidas humanas arruinadas por el frac caso, por la mala elección en la vida, o porque no saben cuál es la meta a buscar o se piensa que no se la va a alcanzar nunca.
Nosotros hemos de sentirnos próximos, acercarnos a alentar, a insistir en la necesidad de confiar en Cristo Nuestro Señor el Samaritano por excelencia que nos acompaña y cuida en el camino.
Y esto es así, porque Cristo -dice el apóstol San Pablo en la segunda lectura (Col. 1, 15-20)- estaba desde el principio en la creación y conoce a fondo a cada persona,  que es Señor de todas las cosas y es Cabeza de la Iglesia, que es el principio y fin de la vida humana, y que busca la salvación de todos por ser imagen perfecta del Padre, cuya cualidad principal es la misericordia para con el hombre.
Es necesario para nuestras almas tener una vida nueva y así  progresar en ella hasta llegar a la meta del cielo.
El creyente ha de asimilarse al Cristo Samaritano y tratar de conmoverse ante tanto dolor que hay en el mundo, en las personas, no solamente en aquel que pide una limosna, sino sobre todo al ser humano que necesita ser comprendido, acompañado y ser curado de sus heridas  y debilidades.
Hermanos: Supliquemos al Señor que nos de la gracia para imitarlo en este amor al prójimo que es  prolongación del amor a Dios.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño. En Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XV del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 10 de julio de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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