18 de julio de 2022

Lo único que depende de nosotros para no carecer de ello, es la unión con Jesús, el encuentro con el Señor.

 
   

Cantábamos recién el estribillo del salmo interleccional diciendo “Señor, ¿quién entrará en tu Casa?” (Salmo 14, 2-5). Las estrofas del salmo describen las condiciones que debe reunir aquel que quiere habitar en la Casa del Señor, esto es, proceder rectamente, practicar la justicia, ser veraz, no hacer mal al prójimo, no estimar a quien Dios reprueba,  ser insobornable y otras cualidades más.
Ahora bien, ¿cómo llegaremos algún día a la Casa del Cielo? ¿Cómo habitar desde ahora en la casa de Dios que es su Iglesia? ¿Cómo cumplir con las exigencias de santidad que recordábamos? Ciertamente dando hospedaje en nuestro corazón a Dios Uno y Trino, y más concretamente acoger en nosotros la presencia de Cristo Redentor que desea visitarnos a cada momento, de modo que si queremos ser recibidos por Él en las moradas eternas, debemos primero nosotros recibirlo en las moradas de la tierra.
De hecho, mientras caminamos por este mundo, el dar hospedaje al Señor tiene su recompensa, como lo acabamos de escuchar en el libro del Génesis (18, 1-10a) donde la visita de Dios representado por estos tres hombres, que son recibidos con prontitud por Abraham, concluye con una promesa hermosísima, que Sara concebirá un hijo dentro de un año, realizándose así la promesa hecha antiguamente a Abraham de que será padre de una muchedumbre de hijos.
Si tomamos el texto del Evangelio nos encontramos con que Jesús mientras va caminando hacia Jerusalén es recibido en Betania en la casa de estos tres hermanos Marta, María y Lázaro. El texto nos habla que están presentes únicamente las dos mujeres.
Y así, “Una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María”. Marta tendrá una importancia especial cuando con ocasión de la muerte de su hermano, saldrá al encuentro del Señor para llorar por la muerte del mismo que será resucitado por el Señor, anunciando así la propia.
Marta preparaba las cosas para un recibimiento digno del Señor, María estaba a los pies de Jesús escuchando, contemplativa. Podríamos decir que Marta lo recibe en la casa, en el hogar materialmente hablando, mientras María con esa actitud receptiva lo está recibiendo en su corazón, en su interior.
María con avidez escucha las enseñanzas del maestro y, ante una mirada puramente humana pareciera que está perdiendo el tiempo, mientras Marta  agitada por los quehaceres de la casa le dice a Jesús “Dile que me ayude”. El Señor le responderá con una afirmación hermosísima, “Te agitas por muchas cosas, y sin embargo, una sola cosa es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada”.
Esta afirmación de Jesús nos invita a considerar que todos tenemos que ir siempre a buscar la mejor parte que no nos será quitada, cual es la del encuentro con Él.
De hecho, en su vida personal, cada persona comprueba que lo pierde todo o puede perderlo incluso sin culpa propia. O sea, no porque lo busquemos, sino porque se dan los acontecimientos que escapan a nuestro personal querer. Podríamos incluso hasta repasar las cosas o proyectos o propósitos que hemos perdido, y que no depende totalmente de cada uno  el no perder.
Lo único que depende de nosotros el no perder, es la unión con Jesús, el encuentro con el Señor, y esto porque si  no queremos, Jesús no se va de nuestro lado, será para siempre compañero de camino.
Jesús al entrar en el  corazón del ser humano, lo  prepara para habitar en el futuro en su casa, en la gloria eterna.
Tenemos que aprender a descansar en el Señor,  sobre todo en un mundo como el nuestro donde todo es a las corridas, todo es urgente y el ser humano corre el riesgo de perder la visión de lo que es importante, de aquello que  es fundamental en su vida.
Terminamos el día agotados, a veces no sabemos ni por qué y, si hacemos un examen de conciencia, descubrimos que Jesús ha estado muy poco con nosotros o quizás en ningún momento, volcados  hacia fuera como Marta, angustiados e inquietos por muchas cosas.
Probemos cuando nos levantamos por la mañana tener un pantallazo de lo que vamos a hacer en el día, y allí  preguntarnos qué lugar ocupará Jesús el Señor en el transcurso del mismo.
Es importante, en este sentido, que en el primer momento del día  nos pongamos en la presencia de Dios, agradeciéndole por el nuevo día de vida que nos ha regalado,  suplicando al mismo tiempo su ayuda para agradarle en todo cumpliendo su voluntad, pidiendo no caer en la tentación para concluir el día bajo su mirada amorosa.
Es necesario, a su vez, ser contemplativos en la acción como enseña  San Ignacio de Loyola en los ejercicios espirituales, para mirar cada hora del día a la luz de la fe, a través de una mirada sobrenatural, para conocer qué  quiere Dios de mí, que espera Dios de mí en este obrar, en este transcurrir el día en concreto.
Es importante unir la vida contemplativa con la activa, ya que la vida contemplativa necesita justamente de la vida activa para poder traducir en obras lo contemplado y, a su vez la vida activa necesita de la contemplación para caminar siempre por el camino recto.
¿Y qué lugar ocupa Jesús en nuestro corazón? Para saberlo, al igual que san Pablo (Col. 1, 24-28), hemos de poder decir que padecemos con alegría los sufrimientos que faltan para completar la pasión de Cristo, no porque Cristo no haya cumplido en su totalidad el papel de Redentor, sino que su papel de crucificado también debe ser asumido por nosotros entregando nuestras tribulaciones.
Si el Señor sufre por mí,  ofrezco todo mi sufrimiento por Él, ya que está en medio de nosotros y nos toca a nosotros buscarlo y darle lugar en nuestro corazón y en nuestras vidas.
Es cierto que somos imperfectos y pecadores y, no pocas veces nos cuesta intentar llegar a la meta o trabajar para llegar a ella, pero con humildad debemos pedirle al Señor su gracia para que nunca carezcamos  de su luz y su fuerza para  ser fieles a su Persona.

 
  Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño. En Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XVI del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 17 de julio de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

 
         

     
 

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