12 de junio de 2023

Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre, tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

 

Gran misterio es este el del Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que celebramos hoy y hacemos presente justamente en cada Misa. 

Creemos que en la hostia consagrada y en el vino consagrado, está presente Jesús realmente y que se ofrece como alimento a cada uno de nosotros. 

Así, Jesús quiso quedarse hasta el fin de los tiempos para alimentarnos, y para darnos anticipadamente la vida eterna. 

El ser humano mientras camina en este mundo, como escuchábamos en el libro del Deuteronomio (8, 2-3.14b-16a), vive con hambre, con sed, como el pueblo de Israel y, encuentra muchas veces la aridez en su corazón, en su vida, ya que los problemas agobian, y muchas veces se siente también solo, como abandonado de Dios, como el pueblo que camina a la tierra prometida. 

Este actuar de Dios es para poner a prueba al hombre y ver si es fiel y capaz de guardar los mandamientos divinos.

Sin embargo, el Señor manifiesta que hemos de confiar en Él ya que siempre está con nosotros hasta el fin de los tiempos. 

Y así como al pueblo elegido en el desierto lo alimenta con el pan bajado del cielo, el maná, y le da de beber el agua de la roca, así también a nosotros nos fortalece con el Cuerpo y  Sangre de Jesús. ¡Qué hermoso don para nosotros que creemos firmemente en la presencia del Señor, regalo divino que no tienen nuestros hermanos separados, las iglesias evangélicas, el protestantismo, los anglicanos, que no tienen la eucaristía! Hacen una conmemoración de la cena del Señor, de la última cena, comen el pan, beben  el vino, pero allí no está presente, Jesús. 

Nosotros tenemos esa gran bendición, porque a través del sacramento del Orden, del sacerdocio, Jesús se hace presente en los altares y en nuestras vidas. Y cuando nos alimentamos del Señor, somos una sola cosa con Él. Por eso siempre se nos ha dicho que antes de comulgar, siguiendo el mandato de San Pablo, cada uno examine su conciencia, para ver si puede recibirlo. 

No pocas veces acontece que los católicos, algunos, por lo menos, comulgan, pero no están en condiciones, no están en gracia. Y lo hacen porque piensan que por el sólo hecho de sentir necesidad de unirse a Cristo pueden hacerlo.

Sin embargo, hemos de saber  que la necesidad de unirse cada uno a Cristo con la Eucaristía, debe estar anticipada primero con el Sacramento de la Reconciliación, ya que Jesús se entrega a nosotros, pero espera que  nos entreguemos totalmente a Él y la forma perfecta es no estar en pecado grave. 

Y Jesús se compara al maná con que fue alimentado el pueblo y así  afirma que "Yo soy el pan vivo bajado del cielo, pero no como el pan que comieron los padres de ustedes y murieron, el que coma mi cuerpo y beba mi sangre tendrá la vida eterna". 

Con la comunión  anticipamos aquí en este mundo el banquete  Celestial, aquello que el mismo Jesús está preparando para nosotros, que es la contemplación de Dios para siempre. Y es tan grande este regalo que nos hace de sí mismo, que uno tendría que ponerse como meta luchar siempre para poder ser digno de recibirlo y crecer también en el amor a Jesús, que tanto nos ha amado que ha querido quedarse entre nosotros y entrar en nuestra vida. 

Ya decía San Agustín, que con la Eucaristía sucede lo contrario a lo que acontece con el alimento común ya que se transforma en parte de nuestro cuerpo, mientras que con el sacramento recibido formamos parte del Señor como lo afirma a su vez san Pablo (I Cor. 10,16-17), asegurando que se verifica el ser comunión con el Cuerpo y Sangre del Señor resucitado.

Ahora bien, nos unimos a Jesús, y por esa unión nos abrimos a la comunión con los hermanos, de modo que si se vive enemistado con el prójimo, carecemos de una amistad profunda con Jesús, ya que la comunión con Él ha de conducir a la comunión con los hermanos. 

Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre, tendrá vida eterna, y yo lo resucitaré, sigue diciendo Jesús, en el último día. 

Atentos a ello, hemos de procurar cada día avanzar en el conocimiento de esto que nos entrega Jesús, que se entrega a sí mismo, para que de nuestro corazón brote ese deseo de estar cada día más unidos a Dios. 

A raíz de esto podemos preguntarnos: ¿Cuánto nos ama el Señor que entrega este alimento para nutrir nuestro caminar en este mundo? Así como a veces padecemos o tenemos hambre del alimento material, y tratamos de saciarla, mas tenemos que trabajar para saciar el hambre de Dios, y buscar siempre remover los obstáculos para poder llegar a ser una sola cosa con Jesús, que se ofrece permanentemente. 

En el decurso del tiempo ante la dificultad de tener fe plena en este misterio, el Señor ha suscitado los milagros eucarísticos, manifestando así que Él está realmente allí, en el pan consagrado y en el vino consagrado. Estos milagros eucarísticos que han sucedido en el decurso del tiempo son una prueba más del amor que nos tiene.

En efecto, nos está diciendo que si dudamos de su presencia  bajo las especies eucarísticas, acordémonos de todas aquellas muestras concretas de que está vivo, que está presente, que es el pan vivo bajado del cielo, y que quien lo coma y crea en Él, no morirá jamás.

La comunión con Jesús aquí, como decía, nos prepara para la contemplación de Dios en la vida eterna. 

Queridos hermanos: busquemos crecer en este amor a Jesús. Valoremos lo que significa que se entrega a nosotros no solamente en la cruz, sino que sigue entregándose a nosotros a lo largo de la historia, a lo largo de nuestra vida. Y pensemos cuánto tenemos que trabajar para nosotros hacer lo mismo, o sea, entregándonos al Señor. Porque así como nosotros sentimos el hambre de Dios, también Dios siente  hambre por nosotros, porque nos ha creado justamente para la vida que no tiene fin.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario. Homilía en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor. 11 de junio de 2023, en Santa Fe, Argentina.

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