24 de julio de 2023

Dios, después del pecado, da lugar al arrepentimiento.

 


Después del pecado deja el Señor tiempo para la conversión, enseña el libro de la Sabiduría (12,13.16-19).
Este texto maravilloso describe que Dios nuestro Señor, es todopoderoso, que tiene dominio sobre todo lo creado, y que en virtud de ese poder que posee, es misericordioso, es paciente, tiene entrañas de bondad para con cada uno de nosotros que somos los elegidos, los preferidos, en el orden de la creación. 
Y así, "como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con solo quererlo puedes ejercer tu poder"
De manera que es precisamente la grandeza divina la que se manifiesta en su bondad. 
Por el contrario, cuanto más débil es alguien, por ejemplo, cuanto menos poder tiene, es cuanto más piensa que puede hacer grandes cosas e imponerse a los demás, hacer lo que quiere, y no lo logra.
En cambio, en el caso de Dios nuestro Señor, es ese poder que tiene, esa grandeza, la que lo hace más cercano a nosotros. 
Después del pecado, deja lugar para la conversión, concluye el texto del libro de la Sabiduría, por eso hemos de pedir para que el Espíritu Santo, como dice el texto de San Pablo hoy a los romanos (8,26-27),  nos haga clamar permanentemente a Dios nuestro Señor solicitando que esa grandeza suya se manifieste concretamente en nosotros a través de su gracia y del perdón. 
El texto del Evangelio (Mt. 13,24-43), proclama una serie de parábolas que refieren al Reino. ¿Qué es el reino? Es la presencia de Jesús en la sociedad, en nuestra vida, en el mundo, que pasa inadvertida para muchos, pero que, fructifica en la medida en que haya una respuesta favorable.
Ese reino de Dios, esa presencia del Señor, que el mismo Jesús va diciendo que crece como el grano de mostaza, que es muy pequeñito, pero luego cuando se hace un arbusto es muy grande, o como la levadura en la masa que fermenta toda la masa, es decir, que el reino es la presencia del Señor en el mundo, que hasta puede pasar desapercibida esta presencia, pero que sin embargo produce fruto y que va creciendo con el tiempo. Y así lo hemos visto, por ejemplo, en la historia humana.
Cuando Jesús actúa en este mundo estaba en su apogeo el imperio romano que conquistó el mundo y que incluso persiguió a los cristianos, y sin embargo, en medio de las persecuciones el cristianismo fue creciendo poco a poco, se fue haciendo presente en los distintos lugares del mundo, y mientras el imperio romano sucumbió, el Reino, o sea, la presencia de Jesús entre nosotros, la Iglesia Católica, sigue presente en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios. 
En la sociedad misma en la cual nosotros vivimos, sea Santa Fe, Argentina, también el mundo, la presencia de la Iglesia se la ve incluso más de una vez como algo que pertenece al pasado, a la historia, que podría transformarse en museo viviente, sin embargo, sigue trabajando en la pequeñez de su existencia e incluso en el rechazo y la falta de reconocimiento del mundo. 
De manera que la Iglesia no va a brillar, podríamos decir, como los poderes de este mundo, pero desempeña la misión que el Señor le ha encomendado en medio de un mundo cada vez más descreído, predicando y enseñando aquello que el mundo rechaza, que considera que está pasado de moda, pero ahí es donde sigue trabajando Jesús en la sociedad y en el corazón de las personas. 
Meditamos el domingo pasado acerca de los frutos de la semilla de la Palabra según la respuesta de la tierra que es el corazón del hombre,  hoy reflexionamos sobre la parábola del trigo y de la cizaña. 
¿Quién es el sembrador del trigo? Es Jesús. ¿Quién es el sembrador de la cizaña? Es el espíritu del mal. Y como la cizaña es parecida al trigo, solamente aquellos que entienden de la vida de campo,  pueden distinguir una de la otra. 
Para quienes no tenemos esa experiencia, podemos vivir confundidos, es decir, ver cómo crece el trigo, cómo crece la cizaña, sin advertir cuál es uno y cuál es la otra. 
Ahora bien, en el mundo hay mucha gente que es trigo, que sus obras son buenas, que se preocupa por seguir al Señor, por hacer el bien, por llevar su palabra. Pero al mismo tiempo existen muchas otras personas que se confunden con las anteriores porque viven bajo la apariencia de bien, pero que buscan permanentemente hacer el mal y tratan de hacer imposible el crecimiento del trigo. 
O sea, esta parábola nos habla de un hecho concreto, que en el mundo subsiste simultáneamente el trigo y la cizaña, las obras de Dios y las obras del maligno, que no siempre sabemos diferenciar una de otra, porque no pocas veces se ocultan las malas bajo apariencia de bien. 
¿Y qué enseñanza  quiere dejar Jesús? Nuevamente lo del libro de la Sabiduría: después del pecado, Dios deja tiempo para la conversión, para el arrepentimiento. 
En efecto, como Dios ama al ser humano, quiere que aquel que es cizaña en este mundo, que obra el mal, se convierta, que cambie de vida, que recobre el camino para el cual fue creado que es la santidad, la imitación de Cristo, vivir pensando en la gloria futura. 
De manera que lo que Dios quiere precisamente es que esa cizaña se transforme en trigo, que el que vive el mal se convierta, cambie. 
¿Y cuál es el tiempo? Toda una vida. El texto de la Sagrada Escritura afirma que el dueño del campo indica hacer la separación pertinente en el momento de la cosecha, no antes, no sea que se arranque juntamente el trigo con la cizaña. Hecha la separación del trigo y la cizaña, la cizaña al fuego, y el trigo a los graneros. 
¿Cuál es el momento de la cosecha de nuestra vida? El de la muerte por el que Dios llama para presentarnos ante Él. Ese es el último momento que tiene el ser humano para convertirse del mal al bien o perseverar en el bien que venía realizando durante toda su vida.
Pero al mismo tiempo hemos de luchar con nosotros mismos sabiendo que muchas veces  hay en nuestro corazón no sólo trigo sino también cizaña, por lo que al decir de san Pablo,  hacemos el mal que no deseamos y omitimos el bien que queremos. San Pablo también observa,  que en su interior hay dos fuerzas, dos leyes, la ley del espíritu que se manifiesta en buenas obras, en virtudes y, la ley de la carne que lo quiere arrastrar al pecado. 
Y ahí está la decisión interior de la persona para que crezca el trigo o para que crezca la cizaña que acepte el trigo o deseche la cizaña. 
De manera que nunca hemos de desesperar pensando que una persona que está en pecado, que no se ha convertido, se condenará irremediablemente, ya que Dios siempre espera, es paciente, justamente como decía al principio porque es omnipotente, porque es todopoderoso porque no se deja llevar por las impresiones del momento, por pasiones que pudiera existir que de hecho no existen, pero que si se dan en el ser humano. 
Ahora bien, también en la Iglesia como institución  hay mucho trigo y mucha cizaña que se presentan ante nuestros ojos, de allí que hemos de estar alertas para no ser confundidos por los slogans de moda, sino apetecer siempre la verdad revelada, el magisterio que se ha mantenido firme en el decurso del tiempo, aspirando al bien sin querer disfrazar lo malo como si fuera bueno.
Queridos hermanos busquemos entonces en nuestra vida luchar contra la cizaña que hay en nuestro corazón y la cizaña que hay en el mundo para que cada día pueda resplandecer más la presencia del trigo, del bien, de todo aquello que dignifica al hombre y lo va haciendo madurar para llegar a la gloria que no tiene fin.


Cngo Ricardo B. Mazza. Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XVI del tiempo durante el año, Ciclo A. 23 de Julio de 2023.



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