31 de julio de 2023

Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman (Rom. 8,28)

 

Salomón hereda el trono de David su padre (I Rey. 3,5.7-12), consciente que es apenas un muchacho, inexperto para atender todos los problemas que debe resolver como rey de un pueblo tan numeroso como el de Israel. 
De allí,  que Dios le pregunte qué puede hacer por él, y Salomón sabiendo de su pequeñez, pero reconociendo que fue elegido por Dios para reinar sobre ese pueblo, le suplica la sabiduría necesaria para saber gobernar,  reconocer lo bueno y lo malo, administrar la justicia, y realizar todo aquello que implique dar gloria al Dios de la Alianza, y servir a ese pueblo que se le ha confiado. 
El texto bíblico afirma que a Dios le agradó esta súplica, ya que no pidió dinero, ni poder, ni cosa alguna material, sino aquello que es un don que viene de lo Alto, una gracia muy especial, para servir al Señor y a sus hermanos, por lo que le es concedida esta sabiduría.
Por esto, Salomón  fue siempre reconocido como un rey sabio, y a su vez, Dios le otorgó todo lo que él no había pedido, a condición que lo sirva fielmente observando la Ley divina.
Nosotros también tenemos que pedirle a Dios la sabiduría. 
¡Cuántas veces en nuestras súplicas pedimos cosas materiales de todo tipo, que no están mal en sí mismas, pero sería mejor pedir la sabiduría necesaria para discernir entre el bien y el mal, para agradar a Dios y hacer su voluntad y convivir con nuestros hermanos! 
Porque no es fácil descubrir qué es lo que Dios quiere de cada uno de nosotros si no estamos tocados por esa gracia, por esa iluminación por  parte suya y sin tener la fuerza de lo alto para realizar el bien. 
Hemos de pedir también siempre  esa sabiduría, que por otra parte, ha de conducirnos  a encontrar el tesoro escondido en el campo. 
Seguimos con las parábolas del reino, reino que significa la presencia de Dios, de Jesucristo en nuestro corazón, en la sociedad, en el mundo, reino que debe ser buscado  por quien es sabio. 
Por eso la necesidad de pedir esta sabiduría, para que nuestra búsqueda esté enfocada principalmente en encontrar a Jesús, que es el tesoro escondido en el campo (Mt. 13, 44-52), y una vez encontrado, ser capaces de venderlo todo, como nos dice el texto, dejando todo lo que pueda ser impedimento para vivir con Él.
¡Qué hermosa gracia realmente el poder encontrarlo a Jesús como tesoro, como aquello que es lo más importante en nuestra vida, lo que le da sentido a nuestro existir!
¿De qué vale tener otro tipo de sabiduría y conocimiento, riquezas, bienes, si uno no lo tiene a Jesús, si no vive la misma vida de Jesús, si no está presente en nuestra vida?
La otra parábola que trae el texto del Evangelio también es parecida a esta primera, se trata de un negociante que busca una perla fina. 
En el primer caso pareciera que el encuentro del tesoro fue accidental, pero acá no, ya que este hombre, el negociante, que ya es un sabio del espíritu, está empeñado en encontrar la perla más fina, la más importante,  y también cuando la encuentra es capaz de vender todo lo que tiene para poseer esa perla. 
Aquí entonces vemos que la búsqueda está directamente puesta en encontrar esa perla fina, en encontrar a Cristo. 
¿Cuánta gente encuentra a Jesús inadvertidamente, como en el caso del tesoro escondido en el campo, que se dio de improviso? ¿Cuánta gente busca a Cristo nuestro Señor, sin quizás darse cuenta de ello? A su vez, ¿Cuántos buscan algo o alguien que le dé plenitud en su vida, porque se sienten vacíos, porque se encuentran disconformes con su existencia, y por eso buscan la perla valiosa que es Jesús?
La tercera parábola tiene un carácter escatológico, o sea, mira al fin de los tiempos, de allí que el reino de los cielos se parezca a una red, o sea, la presencia de la Iglesia que continúa la de Cristo en medio del mundo, es como una red que recoge peces buenos y malos. 
Nos está dejando bien en claro, como la parábola del trigo y de la cizaña, que la Iglesia reúne, convoca a todo el mundo, y que dentro de ella, como nuevo reino de Cristo, hay gente buena y mala, gente con ganas de comprometerse, y personas que están por estar, como para asegurarse el futuro, pero no viven según el evangelio.
Y sucede que con la red se recogen esos peces y, al fin de los tiempos, como en la parábola del trigo y la cizaña, se hace la separación entre los  buenos y los malos, es decir, entre los seguidores de Cristo y aquellos que no lo han seguido, o no quieren responder a esa vida nueva que Él ofrece. 
Ante nosotros, queridos hermanos, se presentan estos planteos y nos puede ayudar el preguntarnos si realmente hemos hallado en Jesús al tesoro escondido, que quizás no buscábamos del todo, o si encontramos a Jesús, porque lo hemos añorado como la perla más preciosa, o si quizás estamos en este nuevo reino de Dios, sin jugarnos totalmente por la causa de Cristo, sujetos a ser desechados al final de nuestra vida temporal.
O sea, ir viendo cuál es nuestra actitud, qué lugar ocupamos dentro de la Iglesia, si realmente, con la sabiduría que viene de Dios, como Salomón, buscamos distinguir entre el bien y el mal, entre la justicia y lo que no lo es. Si sabemos realmente tener esa sabiduría, buscarla, pedirla, para poder crecer en el amor a Dios, en el conocimiento y seguimiento de Cristo nuestro Señor.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XVII durante el año. Ciclo A. 30 de julio de 2023.

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