26 de diciembre de 2023

La maternidad divina de María Santísima hace posible que el Hijo de Dios, eterno junto al Padre, se encarne, naciendo entre los hombres.

 

El rey David está en su palacio y piensa que, mientras él tiene un buen edificio, el Arca de la Alianza, que contiene las dos tablas de la ley, sigue en una carpa, por eso, le dirá al profeta Natán "Yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña" (2 Sam.7, 1-5.8-12.14-16), con la intención de construir un templo que proteja lo que representa la presencia divina en medio del pueblo.
El profeta Natán dirá que siga adelante, "porque el Señor está contigo", pero Dios le pide al profeta que anuncie que no será David el que construirá una casa para el Señor, sino  un descendiente, más aún, le anuncia, que el mismo Dios le hará una casa a David.
¿Qué quiere decir esto? Le está asegurando el linaje real: "Yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes,...y afianzaré su realeza. Tu casa y tu reino durará eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre".
Con estas palabras, Dios le está asegurando a David, que de él nacerá con el tiempo el Rey Celestial, el Hijo de Dios hecho hombre.
De manera que Dios establece este pacto con el rey David, asegurándole que su casa real seguirá eternamente, precisamente porque apunta a la venida del Mesías. De manera que el rey ya no tiene que preocuparse por construir algo a Dios, porque es Dios el que va a construir esta casa real para los descendientes de David. 
El apóstol San Pablo, en la segunda lectura (Rom.16,25-27) menciona un misterio que ha estado oculto "desde la eternidad y que ahora se ha manifestado", proclamando a Jesucristo, para conducir a todos los pueblos "a la obediencia de la fe", o sea,  escuchar al enviado del Padre y seguirlo con la fe y las obras hasta el fin.
Jesús, pues, es ese misterio que se ha manifestado, y  con  la venida del Mesías, se afianza la casa real de David como Dios lo había prometido, y se concreta el camino de la salvación del hombre.
Y en el Evangelio (Lc. 1,26-38) encontramos el anuncio del ángel a María, donde se le asegura que será madre de alguien que va a ser grande, que será llamado Hijo de Dios. De manera que hay un hilo conductor que apunta al Mesías esperado desde el Antiguo Testamento al Evangelio. 
El ángel Gabriel se presenta diciendo "¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!",  se trata de un saludo en que de alguna manera le cambia el nombre, ya que la llama  "llena de gracia".
O sea, es la que debe ser contemplada como quien ha recibido la plenitud de la gracia por puro amor divino, que elige a esta humilde mujer, María Santísima,  para que ella se convierta en la nueva Eva. 
Así como con la vieja Eva entró el pecado en el mundo, y con el pecado la muerte, con la nueva Eva, que es María Santísima, ingresa la vida en abundancia, llega a nosotros el Salvador. 
En el texto de referencia se le asegura a la Virgen este regalo tan hermoso de ser la madre del Hijo de Dios hecho hombre. 
La maternidad divina de María Santísima hace posible que el Hijo de Dios, eterno junto al Padre, de alguna manera se hace temporal, haciéndose hombre y naciendo entre los hombres. 
Jesús, el Hijo de Dios vivo, entonces, viene a nosotros como un regalo, no solamente de la maternidad de María, sino también que viene a nosotros, a nuestro encuentro, para salvarnos, para rescatarnos, para llevar a cabo el proyecto divino desde siempre. 
En efecto, Dios nos ha elegido para ser sus hijos, para vivir santamente, para llegar a la gloria eterna y compartir la misma felicidad que existe en la Trinidad santa.
De manera que el corazón del cristiano debe llenarse de alegría por este acontecimiento tan importante, la venida del Salvador, el anuncio de esta venida a María Santísima, y a su vez la aceptación de la Virgen ante este pedido. Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra. Esa ha de ser siempre la respuesta de cada uno de nosotros al proyecto de Dios sobre cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros debe cumplir, ¿no es cierto?, una misión, desempeñar un papel aquí en la vida terrena, y por eso cuando el Señor nos la indica, hemos de decirle siempre yo soy tu servidor o yo soy tu servidora, imitando siempre a la Virgen, sin poner reparos a lo que el Señor pida, sabiendo que es el camino que nos asegura la grandeza de nuestra propia existencia en este mundo. Vayamos preparando más y más nuestro corazón para recibirlo al Señor que quiere nacer nuevamente en este mundo y en cada uno de nosotros.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo cuarto de Adviento. Ciclo B. 24 de diciembre  de 2023

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