16 de junio de 2025

Acerquémonos con confianza al Padre que nos creó, al Hijo que nos redimió y al Espíritu Santo que nos santificó.

Hoy celebramos el misterio central de nuestra fe católica, el dogma de la Santísima Trinidad. Esta verdad implica poseer la certeza que en un solo Dios, o sea, en una naturaleza divina, subsisten tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. 
Los que no creen, dicen que los católicos llamamos misterio a aquello que no podemos explicar, con lo que zafamos de dar razones.
Y ciertamente esta verdad es un misterio y, como tal, solamente podemos tener acceso a él por medio de la fe que permite conocer como verdadero, aquello que el conocimiento no  alcanza a entender.
Y eso lo vemos en muchos ámbitos de la vida, por ejemplo, el misterio del hombre, el ser humano también es un misterio. 
¿Quién lo entiende, quién lo comprende? ¿Cómo conocemos nosotros a alguien? cuando ese alguien se manifiesta, se da a conocer, aunque no siempre lo hace totalmente,  es màs, ese prójimo no se conoce a sí mismo en su totalidad. 
A veces nos sorprendemos por lo que obramos, ya que sucede lo que vivía san Pablo, el cual reconocía que muchas veces hacía lo que no quería y dejaba de hacer lo que quería viendo esto como  misterioso. 
De manera que así como no conocemos al prójimo en su totalidad, pero Dios sí, y tampoco nos conocemos  en profundidad, pero Dios sí, sólo tenemos acceso aproximado al misterio de Dios. 
En cuanto que Dios se da a conocer,  cierto es que lo hace al modo que podemos acercarnos a su grandeza, sin conocerlo  en plenitud. 
En efecto, si alcanzamos la vida eterna, veremos a Dios cara a cara, pero lo contemplaremos conforme a lo que somos nosotros, según nuestra naturaleza. 
Santo Tomás de Aquino al hablar del conocimiento de Dios en el cielo, dice que es una visión limitada a la naturaleza humana.
O sea, Dios infunde en el entendimiento humano elevando su capacidad, un hábito infuso especial que se llama "lumen gloriae", la luz de la gloria, a través del cual el hombre conoce a Dios. 
Es decir, estando en el cielo, el ser humano sigue siendo limitado y, solo porque Dios le da un hábito infuso puede conocerlo, pero no totalmente,  dejándonos satisfechos porque es lo que podemos comprender según nuestra capacidad. 
Por otra parte, hemos de leer el Antiguo Testamento interpretándolo a la luz del Nuevo, y así acceder al misterio divino, como acontece en la primera lectura de hoy (Prov. 8, 22-31) en la que se anticipa la presencia del Logos, del Hijo de Dios, en la figura de la Sabiduría engendrada por Dios desde la eternidad y presente en la obra de la creación, manifestación del poder y bondad divinos. 
A su vez, creemos que el Padre envía al Hijo al mundo, se hace hombre, vive en medio de nosotros y muere en la cruz para salvarnos del pecado y de la muerte, anunciándonos, como lo escuchamos en el Evangelio (Jn 16, 12-15), el envío del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, que  completa su obra salvadora.
Por eso afirma el Señor, que lo que no comprenden ahora los discípulos, lo verán con claridad cuando el Espíritu de la verdad les haga conocer lo que ha oído en la eternidad divina.
Sin embargo, el misterio de la Santísima Trinidad, al cual nos aproximamos cada día, no se devela totalmente ni siquiera en la Sagrada Escritura. 
Por ejemplo, ¿podemos medir nosotros el infinito amor de Dios para con cada uno? Si pudiéramos hacerlo tendríamos un conocimiento perfecto del ser de Dios, sin embargo sabemos que nos ama, que es misericordioso y sentimos su amor permanentemente, pero no podemos dimensionar como el mismo san Pablo lo dice, cuál es la anchura y la profundidad del amor de Cristo. 
Por eso ante el misterio de la Trinidad hemos de acercarnos con mucha humildad al Padre pidiéndole que lo sea siempre para con nosotros, que nos vea como hijos, hijos débiles, necesitados, que nos mire como mira a su Hijo hecho hombre, Jesucristo.
A su vez, a Cristo que es quien nos redimió del pecado y de la muerte, acudir para que podamos salir de la influencia del maligno, del pecado y podamos agradarle permanentemente.
Además, al Espíritu Santo pedirle que seamos dóciles ante su guía, que no nos abandone, que queremos ser santos y por eso necesitamos de su presencia en nuestra vida cotidiana. 
Queridos hermanos: tratemos de ir conociendo y profundizando algo del misterio de la Santísima Trinidad en el mundo y en nuestra vida. 
Pidamos siempre que así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos aman desde toda la eternidad antes de la creación del mundo, como destaca san Pablo a los Efesios, así también nosotros sepamos amar a este Dios uno y trino buscando siempre parecernos cada vez más a la dignidad divina.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. 15 de junio de 2025

9 de junio de 2025

Imploremos que el Espíritu Santo realice sobre cada persona aquello que aconteció al comienzo de la predicación evangélica.

Cristo resucitado, que ya ascendió a los cielos y está sentado junto al Padre como su Hijo hecho hombre, nos envía este regalo del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, que tiene que completar, perfeccionar su obra en este mundo. Por eso, pedíamos a Dios en la primera oración de la misa, la gracia que el Espíritu Santo no solamente derrame sus dones sobre el mundo, sino que realice sobre cada persona aquello que aconteció al comienzo de la predicación evangélica. ¿Y qué fue lo que hizo el Espíritu Santo? ¿Qué cambió su venida? Vayamos al Libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11). El texto que acabamos de escuchar como primera lectura, nos habla de los discípulos juntos con la Virgen, reunidos en el Cenáculo, orando, esperando el Espíritu Santo. 
Es un día especial en Jerusalén, porque se está celebrando la fiesta judía de Pentecostés, con la presencia de judíos venidos de lejos. 
Esta fiesta tenía dos aspectos, por un lado se celebraba 50 días después de la Pascua,  para dar gracias a Dios por el éxito de las cosechas. Pero también porque actualizaba la alianza del Sinaí, cuando Dios entrega las dos tablas de la ley al pueblo, diciéndole a Moisés que este pueblo será mi pueblo, y yo seré su Dios, si escuchan mi palabra y la ponen en práctica. De modo que Jerusalén estaba repleto de judíos de la diáspora. ¿Qué significa esto de judíos de la diáspora? Aquellos que vivían lejos de su patria, y que estaban allí precisamente para celebrar la fiesta de Pentecostés.
Y acontece lo que hemos escuchado, el Espíritu Santo desciende sobre la Virgen y sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego, y comienzan a proclamar las maravillas del Señor. 
Y he aquí la sorpresa de  aquellos que escuchaban hablar a los discípulos, ya que a pesar de proceder de distintas partes y hablar distintas lenguas, todos entendían perfectamente lo anunciado. 
Este hecho corrobora  que la Iglesia fundada por Cristo estará presente en todo el mundo,  conviviendo con distintos pueblos, hablando diferentes idiomas, y  a pesar de esa diferencia, existirá unidad de fe, de esperanza y de caridad. 
El Espíritu Santo ubica todos los corazones para que a pesar de las diferencias de idioma, todos hablen el único idioma del amor, de la adoración, y del culto a Dios nuestro Señor.
Por eso es importante destacar lo que el Papa León XIV ha estado diciendo en estos días, que es necesaria la unidad dentro de la Iglesia, que han de cesar las divisiones, porque el Espíritu no vino a dividir, sino a unir, y aún respetando las diferencias que existen en las personas,  hay un único Espíritu. 
Escuchábamos recién en la segunda lectura (1 Cor. 12, 3-7.12-13) que en la Iglesia "hay  diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios quien realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común", labora, pues, en el corazón de todos y de cada uno.
Por otra parte, el Papa León XIV  enseña  que aquello que fomenta la unidad, la mantiene y la hace crecer, es lo que conocemos desde pequeños en nuestras familias católicas, o sea, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. 
Tanto la Escritura como la Tradición, como el Magisterio, se necesitan mutuamente. No se trata de interpretar la Sagrada Escritura cada uno como le viene en gana, sino a la luz de la fe, a la luz de la Tradición y enseñanza del Magisterio. 
Recordar que todo lo que la Iglesia ha enseñado en el decurso del tiempo es la verdad, por eso no tenemos ningún miedo de decir abiertamente que profesamos la fe católica, apostólica y romana y que nuestra Iglesia es la verdadera Iglesia. 
Y nadie se tiene que sentir ofendido por esta afirmación, pensando que está siendo discriminado. No, es  verdad que Cristo ha fundado la única Iglesia, y si con el tiempo aparecieron disonancias, creando herejías a lo largo de la historia de la misma, siempre el Magisterio  ha iluminado,  enseñado y  recordado dónde está la verdad. 
De manera que hemos de buscar siempre que el Espíritu Santo trabaje en nuestro corazón, ya que a pesar de que somos diferentes, con misiones y dones diversos, estamos llamados a constituir un único cuerpo que es la Iglesia católica.
Jesús no nos deja solos ya que entrega el Espíritu Santo para que trabaje en el corazón de cada uno para percibir la realidad del bien. 
En efecto, cada persona bautizada recibe al Espíritu Santo y es enviada al mundo  para dar testimonio de Cristo resucitado. 
Por otra parte, como enseña la Escritura,  un signo de la presencia del Espíritu Santo, uno de los tantos, es que la Iglesia, por el poder del mismo, perdona los pecados en el nombre de Cristo,  y  ayuda y guía para perseverar en el bien (Jn. 20, 19-23).
Por eso pidamos incansablemente ser dóciles al Espíritu Santo, para que nos ame y trabaje en nuestro interior,  sobre todo en un mundo como el nuestro que busca tantas novedades, tantas cosas raras, en lugar de acudir justamente al Espíritu, al Espíritu de Dios que ha enviado Jesucristo para nuestra salvación.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad de Pentecostés. 08 de junio de 2025

2 de junio de 2025

Con la Ascensión a los cielos, el Hijo de Dios hecho hombre y cada uno de los salvados, están con el Padre y el Espíritu Santo.

Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor a los Cielos, como anticipo del envío  del Espíritu Santo Paráclito. 
Los textos bíblicos proclamados, llevan de la mano a contemplar este misterio, ya que explican en qué consiste la Ascensión del Señor. 
Y así, en la primera lectura, san Lucas escribiéndole a Teófilo (Hechos 1,1-11) hará una síntesis de lo que aconteció cuando Cristo estaba presente predicando, lo que hizo luego de la muerte y resurrección manifestándose a los apóstoles, y cómo preparaba el corazón de ellos antes de regresar al encuentro del Padre del Cielo. 
Él anunció que retornaba al Padre,  que dentro de poco no lo verían más para volver a verlo después,  refiriéndose al fin de los tiempos. 
Y Jesús, luego de preparar a sus discípulos y darles fuerza, los envía a llevar el Evangelio a todas partes como testigos de la resurrección.
En la actualidad el Papa León XIV insiste mucho en el tema de la misión, pidiendo por ejemplo a los obispos franceses a volver a evangelizar a su naciòn, ya que la Francia católica de otra época ha cambiado totalmente en el transcurso del tiempo. 
De manera que el mismo Papa  tiene bien claro que la Iglesia  debe continuar evangelizando siguiendo el ejemplo apostólico.
En el texto del Evangelio (Lc. 24,46-53), el mismo Jesús prepara a sus discípulos diciéndoles que  les enviara al Espíritu Santo, el cual los moverá a la misión, a hacerlo presente al Señor, transformando  sus corazones para que puedan evangelizar.
¿Y qué significa la Ascensión, y a que nos prepara tanto el Señor? A entrar al  santuario del cielo como Jesús, ya que dice la segunda lectura tomada de la Carta a los Hebreos (9,24-28;10,19-23) que el Señor ingresa a un santuario, no  construido por las manos del hombre, sino el santuario del Cielo y  allí ocupará su lugar.
¿Pero cómo sucede eso, acaso el Hijo de Dios, no estaba en el Cielo? Pero es que ahora está en el Cielo de una manera nueva, diferente. No es solamente el Hijo de Dios que está con el Padre y el Espíritu Santo, sino que es Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. 
De manera que la humanidad ya está presente en la vida eterna con Jesús, siendo esto  el comienzo, el anticipo, de que después todos aquellos que mueren en gracia de Dios, después de haberse purificado, entren a la Casa Celestial, al Reino Eterno. 
De manera que contemplándolo a Jesús en el Cielo, tenemos que llenarnos de esperanza, sabiendo que esa es la meta de nuestra vida. No nos vamos a quedar acá en este mundo, ya lo sabemos, pero a través de nuestro caminar por este mundo, nos preparamos para llegar a la meta, que es vivir eternamente con la Santísima Trinidad, con los santos, con todos aquellos que ya gozan de la presencia de Dios, de la vista de Dios. 
Además, la ascensión del Señor al Cielo permite tener también una mirada nueva sobre las cosas de este mundo,  ya que contemplamos lo que acá vivimos, pero con una mirada celestial.
Sabemos que todo lo que hacemos en este mundo, o lo que no hacemos en este mundo, tiene su repercusión en la vida eterna. O sea, nuestro caminar por este mundo no es un caminar así porque sí, sino que debe estar cargado de buenas obras para poder algún día estar gloriosamente con el Señor. 
Y ahí, ante Jesús, que está en el Cielo, no solamente se van a postrar los que ya están con Él, sino que también el triunfo de Jesús será sobre todo lo creado. Incluso aquellos que han vivido haciendo el mal en este mundo, tendrán que postrarse delante del único Rey, que es Cristo nuestro Señor. 
Por eso, contemplándolo a Jesús en la vida eterna, preparemos nuestro corazón, llenémonos de esperanza, confiados en que Aquel, que ya anticipadamente está en el Cielo, nos prepare un lugar a cada uno de nosotros.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Solemnidad de la Ascensión del Señor.  01 de junio de 2025