Hoy celebramos el misterio central de nuestra fe católica, el dogma de la Santísima Trinidad. Esta verdad implica poseer la certeza que en un solo Dios, o sea, en una naturaleza divina, subsisten tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Los que no creen, dicen que los católicos llamamos misterio a aquello que no podemos explicar, con lo que zafamos de dar razones.
Y ciertamente esta verdad es un misterio y, como tal, solamente podemos tener acceso a él por medio de la fe que permite conocer como verdadero, aquello que el conocimiento no alcanza a entender.
Y eso lo vemos en muchos ámbitos de la vida, por ejemplo, el misterio del hombre, el ser humano también es un misterio.
¿Quién lo entiende, quién lo comprende? ¿Cómo conocemos nosotros a alguien? cuando ese alguien se manifiesta, se da a conocer, aunque no siempre lo hace totalmente, es màs, ese prójimo no se conoce a sí mismo en su totalidad.
A veces nos sorprendemos por lo que obramos, ya que sucede lo que vivía san Pablo, el cual reconocía que muchas veces hacía lo que no quería y dejaba de hacer lo que quería viendo esto como misterioso.
De manera que así como no conocemos al prójimo en su totalidad, pero Dios sí, y tampoco nos conocemos en profundidad, pero Dios sí, sólo tenemos acceso aproximado al misterio de Dios.
En cuanto que Dios se da a conocer, cierto es que lo hace al modo que podemos acercarnos a su grandeza, sin conocerlo en plenitud.
En efecto, si alcanzamos la vida eterna, veremos a Dios cara a cara, pero lo contemplaremos conforme a lo que somos nosotros, según nuestra naturaleza.
Santo Tomás de Aquino al hablar del conocimiento de Dios en el cielo, dice que es una visión limitada a la naturaleza humana.
O sea, Dios infunde en el entendimiento humano elevando su capacidad, un hábito infuso especial que se llama "lumen gloriae", la luz de la gloria, a través del cual el hombre conoce a Dios.
Es decir, estando en el cielo, el ser humano sigue siendo limitado y, solo porque Dios le da un hábito infuso puede conocerlo, pero no totalmente, dejándonos satisfechos porque es lo que podemos comprender según nuestra capacidad.
Por otra parte, hemos de leer el Antiguo Testamento interpretándolo a la luz del Nuevo, y así acceder al misterio divino, como acontece en la primera lectura de hoy (Prov. 8, 22-31) en la que se anticipa la presencia del Logos, del Hijo de Dios, en la figura de la Sabiduría engendrada por Dios desde la eternidad y presente en la obra de la creación, manifestación del poder y bondad divinos.
A su vez, creemos que el Padre envía al Hijo al mundo, se hace hombre, vive en medio de nosotros y muere en la cruz para salvarnos del pecado y de la muerte, anunciándonos, como lo escuchamos en el Evangelio (Jn 16, 12-15), el envío del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, que completa su obra salvadora.
Por eso afirma el Señor, que lo que no comprenden ahora los discípulos, lo verán con claridad cuando el Espíritu de la verdad les haga conocer lo que ha oído en la eternidad divina.
Sin embargo, el misterio de la Santísima Trinidad, al cual nos aproximamos cada día, no se devela totalmente ni siquiera en la Sagrada Escritura.
Por ejemplo, ¿podemos medir nosotros el infinito amor de Dios para con cada uno? Si pudiéramos hacerlo tendríamos un conocimiento perfecto del ser de Dios, sin embargo sabemos que nos ama, que es misericordioso y sentimos su amor permanentemente, pero no podemos dimensionar como el mismo san Pablo lo dice, cuál es la anchura y la profundidad del amor de Cristo.
Por eso ante el misterio de la Trinidad hemos de acercarnos con mucha humildad al Padre pidiéndole que lo sea siempre para con nosotros, que nos vea como hijos, hijos débiles, necesitados, que nos mire como mira a su Hijo hecho hombre, Jesucristo.
A su vez, a Cristo que es quien nos redimió del pecado y de la muerte, acudir para que podamos salir de la influencia del maligno, del pecado y podamos agradarle permanentemente.
Además, al Espíritu Santo pedirle que seamos dóciles ante su guía, que no nos abandone, que queremos ser santos y por eso necesitamos de su presencia en nuestra vida cotidiana.
Queridos hermanos: tratemos de ir conociendo y profundizando algo del misterio de la Santísima Trinidad en el mundo y en nuestra vida.
Pidamos siempre que así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos aman desde toda la eternidad antes de la creación del mundo, como destaca san Pablo a los Efesios, así también nosotros sepamos amar a este Dios uno y trino buscando siempre parecernos cada vez más a la dignidad divina.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad. 15 de junio de 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario