24 de noviembre de 2025

El Jesús de la cruz es el de la misericordia, mientras que el del fin de los tiempos, el de la gloria, es el de la justicia, que busca los frutos de la misericordia.

 Con la solemnidad litúrgica de "Cristo, Rey del Universo", iniciamos la última semana del año litúrgico.  
Esta fiesta presenta por un lado al Cristo de los últimos tiempos cuando venga como Rey del Universo a juzgar al mundo, según lo expresado en el capitulo 25 del evangelio  según san Mateo. 
Por otra parte, los textos bíblicos mencionan el reinado de Cristo, mientras vivimos en este mundo, perteneciendo a él.
También se  indica que  ese reinado de Cristo comienza en la eternidad, porque todo ha sido puesto para gloria y honor del Hijo de Dios, hecho hombre, enviado para salvar al hombre de sus pecados. 
Ya en el Antiguo Testamento (2 Sam.5,1-3), contemplamos como un signo anticipado de Cristo Rey, cuando David, además de reinar sobre Judá, comienza a reinar sobre el Reino del Norte o el Reino de Israel. En efecto, los jefes de las tribus le dirán "porque tú eres de nuestra carne y sangre", Dios ya te había elegido a ti cuando aún vivía Saúl, comenzando así su reinado reuniendo a todas las tribus, anticipando la venida del Salvador  que une los corazones de todos. 
Cristo Rey tendrá la primacía en nuestro corazón, porque como enseña  Pablo  a los colosenses  (1,12-20),  el Padre "nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados". 
De manera que cada uno de nosotros está pensado como miembro de Cristo nuestro Señor, y del reino que viene a instaurar, porque en Él fueron creadas todas las cosas, visibles e invisibles,  todo ha sido puesto bajo sus pies,  es el principio de todo, el primero que resucitó de entre los muertos y es la Cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo.
En síntesis, todo ha de mirar al Cristo glorioso que reina desde el Padre, ya que  después de haber resucitado y  ascendido a los cielos, está a su derecha, y desde allí ejerce su reyecía. 
Pero todavía falta el momento en que vendrá como Juez al fin de los tiempos a poner las cosas en su lugar, a mostrar bien, claramente, quién es cada uno de los hombres a lo largo de la historia, quien  lo ha seguido y quien no  ha marchado tras sus pasos.
Pero hasta que  llegue la segunda venida del Señor con gloria, debemos pensar que transita la vida bajo el trono  visible de la cruz.
Es desde la cruz, donde Cristo reina y gobierna los corazones de quienes no lo rechazan y reciben. 
Y esto a nosotros nos conviene, por cierto, ¿Por qué? porque el Jesús de la cruz es el de la misericordia, mientras que el Jesús del fin de los tiempos, el de la gloria, es el Jesús de la justicia, que busca los frutos de la misericordia,  conseguidos por los hombres en el  tiempo. 
De manera que es  gracia especial que aunque Jesús ya reina desde el cielo,  lo tenemos como Rey  en la cruz, desde donde  es misericordioso, como lo contemplamos en el ladrón convertido que  le dice a Jesús, "acuérdate de mí cuando estés en tu reino", recibiendo como respuesta, "hoy estarás conmigo en el paraíso". 
De manera que cada uno tiene la oportunidad de mirar al crucificado mientras vive en este mundo y decirle "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino, Señor, perdona mis pecados", siendo esta la verdadera actitud que salva, no la de  los otros que están ahí refunfuñando al pie de la cruz, esperando el espectáculo milagroso que el Mesías  baje de la cruz, que como  salvó a otros se salve a sí mismo.  Pretenden que manifieste lo que ya mostró a lo largo de su vida, el poder divino porque es el Hijo de Dios vivo. 
Pero este es el momento de la cruz, Jesús debe dejar de lado su divinidad y ofrecerse en la cruz derramando la sangre que va a purificar a todos los hombres. 
A lo largo de la historia muchos que han muerto asesinados por su fe han gritado ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey! Y morían con suplicios, con muertes humillantes. Pero también hoy en el mundo, ¿Cuántos cristianos siguen muriendo asesinados por su fe? 
Y así, el Islam, con mentalidad asesina,  busca  apoderarse totalmente de Europa con el fin de destruir la fe en Cristo Nuestro Señor. 
Por eso Cristo tiene que seguir ahí clavado en la cruz para seguir ejerciendo su misericordia mientras promete que vendrá triunfante al fin de los tiempos. Porque el triunfo de Cristo en este mundo se da mediante la cruz, eso es lo que debemos asumir siempre, mediante la cruz, no es a través del boato o del reconocimiento de las naciones que siguen empecinadas en no reconocerlo.
En la cruz está Jesús que sigue diciendo dice "perdónalos Señor porque no saben lo que hacen". Y por eso sigue perdonando a quien implora su misericordia, mientras tanto  busquemos asumir esa cruz de Cristo ofreciendo la cruz de cada día, la dificultad de cada día, lo que tenemos que padecer por nuestra condición de católicos, ofrecérselo al Señor por la conversión del mundo, por la conversión de los pecadores.
Y así entonces siendo misericordiosos nosotros con los demás recibamos a su vez, la misericordia que el Señor nos ha prometido.


 Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera CruzArgentina. Homilía  en el domingo XXXIV del tiempo litúrgico durante el año. Solemnidad de Cristo rey del universo. 23 de noviembre  de 2025. 

17 de noviembre de 2025

Hemos de prepararnos con obras de bondad para que cuando el Señor venga por segunda vez, nos lleve al encuentro del Padre.


El domingo próximo, Dios mediante, celebraremos la fiesta de Cristo rey, concluyendo así el año litúrgico, para comenzar posteriormente el 30 de noviembre un nuevo año  con el tiempo de adviento, que conduce a celebrar el nacimiento en carne del Hijo de Dios
Y ahora, yendo a la conclusión de este año litúrgico, los textos bíblicos permiten contemplar los últimos acontecimientos de la existencia humana, sin que se pretenda  llenarnos de miedo, de terror, pero sí de alertarnos para que no nos durmamos, como ya se nos va a recordar en el tiempo de adviento. 
Porque el ser humano tiene la tentación de olvidarse de lo que vendrá, ocupado por las cosas y las preocupaciones diarias, por eso es muy importante tener en cuenta lo que señala la Palabra de Dios. 
Si tomamos el texto del evangelio (Lc. 21,5-19), encontramos que Jesús habla acerca de acontecimientos muy cercanos, como la caída de Jerusalén en el año setenta, de manera que no pasaría mucho tiempo para que esto sucediera, pero también se refiere a situaciones habituales en la  historia humana, como terremotos, pestes, enfermedades, hambre y plagas.
Pero hay una advertencia  concreta que hemos de atender, y es la de la persecución a causa de su nombre. 
En efecto, leyendo este texto del evangelio, concluimos que el Señor nunca prometió el paraíso en la tierra, y así,  las figuras de los santos, especialmente los mártires, que derramaron su sangre, muestran claramente que el seguimiento del Señor es penoso, tiene dificultades, para lo cual somos invitados a ser constantes para alcanzar la salvación eterna.
Las persecuciones o padecimientos a causa de Cristo no necesariamente son cruentos. 
Cada día soportamos persecuciones, por ejemplo, ¡Cuántas veces estamos en una comida familiar o con amigos y sale algún tema religioso y es para peleas! Por eso siempre se aconseja que en esas reuniones no se hable de política o de religión o de deporte, porque la gente no se pone de acuerdo. 
Pero, ¿Cuántas veces màs sucede esto? En el trabajo corremos el riesgo de no ascender por ser católicos, o nos miran feo si no nos prestamos a algún chanchullo, o si no nos dejamos manejar por la coima, o no ponemos la firma en algo que no está claro. 
¡Cuántas veces perdemos amistades, por seguir a Cristo, de modo que el creyente ha de estar dispuesto a padecer por seguir a Jesús! 
Fíjense lo que le pasó a Juan Bautista, cuando le dijo a Herodes, "no te es lícito vivir con la mujer de tu hermano", no te es lícito el adulterio, y terminó perdiendo la cabeza. De manera que a la persecución a causa de Cristo nuestro Señor no hay que tomarla únicamente como algo en que uno pierde la vida, sino como algo que conduce a perder amistades, honor, dinero, fama, por la causa de Cristo, por lo que hemos de  prepararnos para que cuando el Señor venga por segunda vez,  nos lleve al encuentro del Padre, que es lo que precisamente nos promete el profeta Malaquías (3,19-20).
En este texto tan breve afirma que llegará el tiempo en que los malos serán cortados de raíz, y los que han hecho el bien, los justos, serán salvos. Justamente la parábola del trigo y la cizaña advierte que la mala hierba será quemada y el trigo llevado a los graneros eternos (Cf. Mateo13,24-30).
Es muy claro el profeta Malaquías, por lo que  tenemos toda nuestra vida como tiempo para ver qué hacemos, qué decidimos, si por Cristo o contra Cristo, no se puede estar a medias tintas,  un día lo sigo, otro día no lo sigo. 
Pero también el Señor recuerda en el  evangelio, que el fin del mundo no vendrá enseguida, por lo que no han de ser escuchados los que  digan que el fin está cerca, como acontece en nuestros días que
determinadas corrientes religiosas, anuncian que ya está el fin del mundo sobre nuestras cabezas. 
San Pablo escribiendo a los cristianos de Tesalónica (2 Tes.3,7-12) enseña que quien no quiere trabajar que no coma y refiere  que él no ha sido gravoso para nadie ya que ha trabajado con sus propias manos, y dice esto, porque algunos anunciaban el fin del mundo en la comunidad, por lo que muchos no querían trabajar esperando el fin.
Estar vigilantes ante la segunda venida de Jesús, no significa estar sentados esperando a que se venga todo abajo, sino vigilar para ser dignos de encontrarnos con el Señor cuando Él venga, y mientras tanto, iluminar desde la fe cada obra a realizar para actuar en consecuencia. Y ahí, entonces, la misma vida tiene un sentido nuevo, No es un mero transcurrir el tiempo, sino que es caminar gozosamente al encuentro de la eternidad, sabiendo que estamos en este mundo como en un exilio, y que nos espera la patria verdadera.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el domingo XXXIII del tiempo litúrgico durante el año. 16 de noviembre  de 2025. 

10 de noviembre de 2025

Dice el Señor: Mi morada estará junto a ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Ezeq.37,27)

 

La celebración del domingo da lugar hoy a hacer memoria de la dedicación de la basílica del Salvador y San Juan de Letrán. 
Uno se pregunta por qué es tan importante este templo, esta iglesia, y es porque es la más antigua de Roma, mandada a construir por el emperador Constantino, y  por lo tanto es la catedral del obispo de Roma, que a su vez es el sumo Pontífice. 
Muchas veces se piensa que la basílica de San Pedro, es la más importante, ya que allí el papa normalmente celebra las grandes fiestas, sobre todo de carácter universal, sin embargo la basílica de San Juan de Letrán, es su catedral  en cuanto obispo de Roma. 
Es la primera de las iglesias en Roma, no sólo por su antigüedad, sino también la primera en todo el mundo,  por su carácter especial. 
La liturgia recuerda hoy la consagración de este templo, aprovechando para hacer memoria de la misma como tal, y también como  realidad espiritual, recordando que nosotros somos también templos de Dios nuestro Señor, como  acabamos de escuchar en la segunda lectura tomada del apóstol san Pablo (1 Cor. 3,9-11.16-17).
Y en el evangelio (Jn.2,13-22), Jesús, con ese gesto de expulsar a los mercaderes del templo, está diciendo que con su muerte y resurrección queda atrás el culto en el templo de Jerusalén, para dar lugar al verdadero culto por medio de su cuerpo muerto y resucitado. De manera que Jesús se presenta como el nuevo templo, y lo dice expresamente cuando habla de la destrucción del  templo, que es su cuerpo, y que él lo vuelve a reconstruir en tres días. 
A su vez, el Cuerpo de Cristo, místicamente hablando, es la Iglesia, que es lo que recordamos en la primera oración de esta misa, la Iglesia como esposa de Cristo, formada por innumerables piedras vivas que somos cada uno de los bautizados, siendo la piedra fundamental el mismo Cristo, que a su vez es Cabeza de ese edificio. De manera que cada vez que recordamos la consagración de un templo, de un edificio, estamos celebrando la edificación de la Iglesia esposa de Cristo, la vuelta a la vida del nuevo Templo, que es Jesús muerto y resucitado. 
Templo que a su vez se ofrece como alimento en la eucaristía, y así, entonces, cada vez que celebramos la misa, en el templo que es Cristo, en el templo que es la Iglesia, con el templo que es cada uno de nosotros, ofrecemos al Padre el único sacrificio que a Él le agrada en plenitud, que es la muerte y resurrección de su Hijo.
A su vez, el Hijo, recuerda que de Él brota el agua viva que da sentido a todo, como la roca viva del desierto de la que fluye el agua salvadora y de la cual habla el profeta Ezequiel  (47,1-2.8-9.12), en un lenguaje a primera vista oscuro, y que refiere al agua pura de la salvación que viene a transformar, a darle nueva vida a todo lo creado, agua que indudablemente refiere a las aguas del bautismo. 
De manera que la Iglesia nos invita también hoy a recordar la dedicación de nuestro propio edificio, que es cada uno, anunciando que, como la casa física está dedicada a Dios, también la edificación espiritual, que es cada uno de nosotros, debe estar dispuesta para servir a Dios, darle culto, y albergarlo al mismo Señor permanentemente,  templo que se ofrece al Padre.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Fiesta de la Dedicación de la Basílica san Juan de Letrán. 09 de noviembre de 2025. 

3 de noviembre de 2025

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes, porque Él es mi luz y mi salvación.

En este día  recordamos a los fieles difuntos, es decir, oramos por las almas que están en el purgatorio y que constituyen lo que denominamos Iglesia purgante o que se purifica. 
Ayer honramos a todos los santos, que forman parte de la llamada Iglesia Triunfante porque sus miembros han llegado a la meta para la cual han sido creados los hombres, el cielo,  los cuales están en comunión con  la Iglesia Militante, constituida por quienes peregrinamos en este mundo, ya que ellos interceden por nosotros y se presentan como modelos y ejemplos dignos de ser imitados.
La Iglesia enseña que los muertos en gracia de Dios y sin nada de que purificarse, ingresan directamente a la gloria, pero que a su vez, existen  los que se purifican con penas, antes de la visión beatífica.
Todos sabemos que por el pecado existe la culpa y la pena merecida por la falta cometida, por lo que el sacramento de la confesión  borra el pecado, sobre todo el pecado mortal,  o sea, la culpa,  pero queda pendiente la pena de la que debemos purificarnos en esta vida o en la otra, a no ser que el arrepentimiento haya sido tan perfecto y pleno que esto no sea necesario ante los ojos de Dios misericordioso.
Ahora bien, como es necesario purificar el desorden que el pecado deja en nuestro interior, el sacerdote en la confesión le dice a la persona, al penitente, que para reparar los pecados haga alguna obra de caridad o rece un misterio del rosario, o haga algún sacrificio. 
Sin embargo, esto no siempre es suficiente para reparar el daño que el pecado ha causado, por eso es que después de la muerte, a no ser que la persona se haya purificado en la vida, a través del sufrimiento,  de la enfermedad, la limosna, o acciones buenas,   debe ser purificada a fondo, e ingresar así en el estado de visión divina, la gloria eterna para la cual fuimos creados, ya que Dios no nos creó para la condenación., sino que por el contrario, como  San Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo (I Tim. 2,4) Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. 
Acabamos de escuchar en el evangelio que Jesús (Jn. 14, 1-6) enseña que vuelve al Padre para prepararnos un lugar, y san Pablo (Fil. 3,20-21) recuerda que "somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como salvador el Señor Jesucristo".
Como ciudadanos del cielo, acá vivimos como en el exilio, por lo que es natural que Jesús una vez que haya preparado un lugar para cada uno, venga a nuestro encuentro para llevarnos junto al Padre. 
A su vez, en la primera lectura que acabamos de proclamar, tomada del segundo libro de los Macabeos (12,43-46), vemos cómo Judas Macabeos, después de la batalla, hace una colecta y ofrece ese dinero al templo de Jerusalén para que se ore por los difuntos. 
Eso se mantuvo a lo largo del tiempo porque es algo bueno y piadoso, y ciertamente, de las oraciones por los difuntos, la más efectiva es la celebración de la misa, porque se aplica al alma que se purifica el mismo sacrificio de Cristo nuestro Señor. 
Por eso hemos de ser también muy devotos de las almas del purgatorio, como lo era San Juan Macías, el santo dominico que veneramos en esta iglesia, el cual, según una manifestación privada durante su vida sacó más de un millón de almas del purgatorio para llevarlas al gozo eterno, del cielo. 
De modo que por lo que rezamos en el Credo, "creo en la comunión de los santos", estamos afirmando que hay una relación estrecha con los santos que están en el cielo, a quienes vemos y miramos para imitarlos, con las almas del purgatorio, para que puedan ir pronto al encuentro de Dios, a la gloria del Padre, gracias a nuestros sufragios y sacrificios de todo tipo, y nosotros, que formamos parte de la iglesia militante, que necesitamos de la intercesión de los santos, y también de que aquellos que se ven recompensados con la vida eterna puedan pedir por nosotros mientras estamos en este mundo. 
Recordemos que mientras vivimos en la tierra lo que sea penoso,  nos purifica, porque el sufrimiento no es signo de algo negativo, sino que, al contrario, lo que uno padece en vida es muy útil para purificarnos y presentarnos delante de Dios de manera diferente. 
Por eso la importancia que tiene el ofrecer todos los días nuestro padecimiento, nuestro sufrimiento, todo lo malo que tenemos que vivir, todo lo que soportar mientras caminamos por este mundo, sabiendo que son oportunidades que concede Dios muchas veces, para una mejor y mayor purificación interior y se concrete lo que escuchamos en la segunda lectura, llegar a ser ciudadanos del cielo. 
Hermanos: Que el Señor, que ha preparado un lugar para cada uno de nosotros en el momento de nuestra muerte, venga a buscarnos y llevarnos con Él a la gloria del Padre. Ojalá nunca nos falte la luz necesaria para comprender estas realidades, y la fuerza espiritual para poder vivirlas.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la Conmemoración de los fieles difuntos. 02 de noviembre de 2025.