31 de diciembre de 2006

Reflexionando sobre la Pasión del Señor (Marcos 14,1-15,47)

1. Los personajes de la Pasión del Señor

Llevando los ramos de olivo hoy aclamamos al Señor como Salvador.
Es el mismo Señor que viene a nuestro encuentro para mostrarnos el camino al Padre común de todos los hombres.
Es el mismo Señor que aclamado el domingo de Ramos por un pueblo ferviente, deberá escuchar el viernes siguiente, de ese mismo pueblo, ésta vez, manejado y manipulado por los jefes del momento, -anticipo de lo repetido tantas veces en la historia- :¡crucifícalo¡ ¡crucifícalo!
Este domingo de ramos nos prepara para que iniciemos la Semana Santa deseosos de no repetir una historia preñada de traiciones, fruto del pecado.
Acabamos de proclamar la Pasión del Señor. Allí hemos visto cómo los acontecimientos se van sucediendo uno tras otro. Cómo quedan al desnudo las miserias de tantas personas, cómo se va entretejiendo esta actitud persecutoria del Señor, por parte de aquellos que ya lo habían rechazado repetidas veces.
Incluso los que se consideraban fieles al Señor lo traicionan.
Judas que por dinero vende a Cristo a sus enemigos, termina, cerrado a la gracia, suicidándose.
Pedro lo niega, -capaz de decir tres veces “no lo conozco”-, para evitar eventuales problemas, pero que se abre, sin embargo, a la gracia, tocado por la misericordia del Señor y derrama las lágrimas redentoras que lavan su culpa.
Estos personajes nos van mostrando, el camino del Señor a la cruz, personajes que van cobrando incluso actualidad en nuestro tiempo, y así podríamos presentarlos como prototipos para todas las épocas, para todos los tiempos.

2. Cristo nuevamente arrestado


Y así, encontramos que cuando Jesús dice: “como a una bandido han venido a arrestarme con espadas y palos”, cómo no pensar en tantos bautizados que en muchos países del mundo son perseguidos por la fe, por proclamar que Jesús es el Hijo de Dios.
Cuántos derraman y han derramado ya su sangre por dar testimonio de la divinidad de Cristo.
Este arresto y muerte del Señor están anticipando la persecución a sus seguidores a lo largo de la historia humana.
Viene a mi memoria el arresto y la cárcel de aquellos bautizados que por oponerse a través de manifestaciones pacíficas, a las clínicas abortivas en algunos países, son repudiados y condenados por una justicia complaciente con la muerte de los inocentes, con la excusa de una presunta intolerancia.
Cómo no recordar el arresto y la cárcel de aquellos padres que en países llamados modernos, se han opuesto a que sus hijos sean educados en doctrinas destructoras de la familia o que se pretenda seducirlos con una concepción desviada de la sexualidad humana.
Cómo olvidar a tantos bautizados a quienes no se les trata con justicia en su trabajo, en su profesión, en su familia o en la sociedad a la que pertenecen, por el sólo hecho de ser honestos y buenos cristianos.
Cuántos bautizados son tratados como intolerantes cuando defienden las sanas costumbres, mientras pululan toda clase de locuras y desviaciones, con el amparo de leyes perversas.
Cristo es nuevamente arrestado y perseguido toda vez que los que creemos en El busquemos presentar sus nobles enseñanzas.

3. Los “nuevos” Pilatos

La Pasión nos presenta, además, la figura de tantos gobernantes que en este mundo son como Pilatos.
Pilatos quiere contentar a la multitud, esa multitud que no se mueve según la razón, sino conforme a sus pasiones más bajas, azuzada por los jefes del momento.
Cómo no ver aquí la manipulación tan frecuente de la gente que extasiada por discursos oportunistas quiere escuchar sólo lo que suena halagador a sus oídos y se opone a lo que es santo y noble, aunque después, vacía en su interior, cae en la cuenta de su miseria y añora la verdad perdida.
Y así esa multitud que por “consenso” decide matar a Cristo, renuncia a escuchar a aquel que es la Verdad
No importa que no haya culpa, “¿qué mal ha hecho?” se pregunta Pilatos, sino sólo dar el gusto al clamor inmisericorde de la despersonalizada multitud, que pide a gritos que el inocente sea crucificado, porque así lo desean los jefes.
Y Pilatos que sólo cuida su puesto huidizo, deja en libertad a Barrabás, bandido y jefe de una banda delictiva, y envía a la muerte al Inocente.
Hoy también se repite esta historia.
Cuántos Barrabás que se dedican al tráfico de drogas andan sueltos, en libertad, con la complicidad de quienes deberían terminar con ese flagelo, mientras Cristo es de nuevo crucificado en tantos niños y jóvenes agobiados por la esclavitud más siniestra , desperdiciando sus vidas , su futuro, su eternidad.
Cuántos Barrabás hacen negocios y comercian al margen de la ley, engrosando cada vez más sus cuentas bancarias,- no importa con qué medios y fines-,
mientras deambulan sin rumbo tantos Cristos crucificados que son víctimas de la especulación, que no tienen vivienda o no tienen alimento para llevar a su casa.
Cuántos Barrabás lucran con el sexo, imponiendo y seduciendo con las aberraciones más grandes, mientras nuevos cristos son crucificados en la esclavitud más degradante, incapaces de crecer como personas en el verdadero amor que ennoblece a todo hijo de Dios.
Cuántos Barrabás andan sueltos, comerciando con el mundo de las armas, mientras las víctimas de las guerras, son crucificados masivamente.
Cuántos delincuentes andan sueltos mientras el clima de inseguridad crece en las sociedades modernas, donde los honestos viven prisioneros en sus casas, y los deshonestos se pavonean con total libertad y sometiendo con el miedo.
Este es el resultado de una sociedad que no reconoce a Cristo. De aquellos que en lugar de buscar el bien común buscan servir a sus propias ideologías.
Y así, Barrabás sigue suelto en aquellos gobernantes y gobernados, que sirven a la cultura de la muerte, crucificando nuevamente a Cristo en tantos niños abortados, en tantos ancianos eliminados por falta de atención, vistos como la sobra de la sociedad por ser considerados improductivos.
Ante todo esto, la humanidad debe tratar de encontrarse con el Señor para recibir sus sabias enseñanzas y ser orientada por el Camino que es El mismo.

3. Si eres Hijo de Dios, baja de la Cruz .y creeremos en ti.

La Palabra de Dios que hemos proclamado nos señala además, aquella tentación de decirle al Señor “baja de la Cruz”.
Hoy también, una sociedad cada vez más indiferente a Dios, pide a los bautizados que bajen de la Cruz, que se asimilen a lo mundano sin hacer distinción entre lo bueno y lo malo.
Se pide a los bautizados que bajen de la Cruz, que disfruten, que gocen, que se den los gustos, que vivan el presente, que no piensen en los demás, que no tengan en cuenta el futuro.
Hoy se le pide a Cristo que baje de la Cruz, que se meta de nuevo en el mundo y que no nos presente un evangelio tan estricto,- le decimos-, que lo haga más fácil, que se acomode a los tiempos.
Le pide el mundo a Cristo que baje de la Cruz, que no exija el matrimonio indisoluble, que no reclame la fidelidad, que deje primar el todo vale, que esté de onda, que el evangelio se acomode a la época en que vivimos, y así el espíritu mundano podrá regir y destruir el mismo evangelio.
Ese espíritu mundano que presenta así, un nuevo evangelio, la “buena noticia” del relativismo, secundada por los “nuevos creyentes” que absolutizan lo temporal buscando el paraíso en la tierra.
Se pide con el “baja de la Cruz” el olvido de la misma, el rechazo del sacrificio, el vivir en una sociedad permisiva y en la desenfrenada búsqueda del placer, del poder y del honor.
Y Cristo responderá no bajaré de la Cruz.. Es desde allí donde el Señor vuelve a triunfar ante un mundo que muchas veces lo rechaza.
Pero Cristo es bajado de la Cruz, ya muerto, y es envuelto en una sábana.
Envuelto en una sábana en la espera de una nueva vida, la del resucitado que renueva todas las cosas.
Este envolver en una sábana evoca aquel otro momento en que Jesús es envuelto en pañales al nacer en Belén.
Dejando los pañales de la niñez, Jesús se convertirá en aquel que prepara los corazones humanos para recibir el mensaje de salvación.
Dejando la sábana del sepulcro, resucitará para hacernos partícipes de la vida nueva que había anunciado en su paso por este mundo.
Resurrección que nos asegura un nuevo nacimiento no ya en la carne humana, como en Belén, sino en el Espíritu de la Pascua que se derrama abundantemente para transformarnos en nuevas criaturas.
La liturgia que celebramos, por último, nos hace pedir que profesemos nuestra fe en el Señor, que como el Centurión digamos “Verdaderamente es el hijo de Dios”.
Aprovechemos esta Semana Santa para caminar con el Señor.
Ir viendo cómo se desarrollan en los acontecimientos de la Pasión, los hechos de nuestra propia historia personal, la del mundo entero.
Percibir la historia de las bajezas y de las grandezas, de tantas mezquindades y de tantas generosidades.

Pero darnos cuenta que después de la pasión y muerte del Señor viene su resurrección gloriosa.

Desde el resucitado, creer y esperar que una nueva historia nos espera.

Pasará la vieja política, terminará la decadente concepción de la vida, la cultura hedonista dejará corazones más vacíos, y dará comienzo, después de este calvario y cruz de la decadencia moderna, la historia nueva de los hijos de la Luz.
Si creemos en la Resurrección del Señor, fruto de su divinidad, hemos de estar seguros que después de pasar este largo y fatigoso calvario en el que pareciera que lo bueno y noble es pisoteado, vendrá el triunfo del resucitado.

Cngo Ricardo B. Mazza

Cura Párroco de la Pquia “Ntra Señora de Lourdes”, Santa Fé.

ribamazza@gmail.com

10 de abril de 2006

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