24 de diciembre de 2006

El reinado Universal de Cristo - (Juan 18, 33-37)


Deberán dejarse de lado los proyectos favorables a la cultura de la muerte y al sometimiento del hombre bajo la tiranía de los poderes económicos del presente.
Y esto, porque desde la luz que proviene del único rey del Universo, son caminos que al apartarse de Dios llevan a construir, más tarde o más temprano, un frente para la derrota.

Por el Cngo. Ricardo Bautista Mazza


1.- La figura de Cristo Rey, anticipada en la Antigua Alianza.

El año litúrgico que ya fenece, culmina con la celebración litúrgica de la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.
Esta palabra de rey puede resultar hoy extraña, ya que son pocos los reyes que existen en el mundo, y que terminan con la muerte, y extraña también porque escuchamos hablar del rey del fútbol, del rey del rock, de la reina de la frutilla, con reinados fugaces -ya que rápidamente son reemplazados por otros-.
Y así quizás corremos el riesgo de tener una idea poco feliz acerca de lo que la Iglesia quiere enseñarnos acerca del reinado perdurable de Cristo.
Es necesario comprender que al hablar de Cristo Rey lo hacemos de alguien cuyo reinado no caduca sino que perdura en el tiempo, de allí que tenemos que basarnos en la Sagrada Escritura para descubrir su verdadero sentido.
El profeta Daniel (cap. 7) en el Antiguo Testamento, hace referencia a una de sus visiones nocturnas, dónde cuatro bestias surgen del mar, una más feroz que la otra, representando a reyes paganos que asolarán a los israelitas fieles.
Estos poderes terrenos son abatidos, aunque pasando los israelitas por el agobio de la persecución.
El profeta Daniel al terminar este sueño señala que uno como figura de hombre, que apunta al futuro Mesías, es investido de dominio, gloria y reino por parte del anciano que está sentado en el trono, signo inequívoco del Padre. A éste así investido, lo sirven todos los pueblos, naciones y lenguas, dice el texto.

En el capítulo 2º, el profeta Daniel hace una interpretación de un sueño que tiene el rey Nabucodonosor donde ve cómo los reinos de este mundo caen, para dar lugar a un reino pequeño que va a durar para siempre, que se ha de prolongar a lo largo de la historia.
En el AT., pues, aparece la figura del rey y del reino futuro y que servía justamente de consuelo para el pueblo de Israel tantas veces perseguido por sus enemigos.
Serán purificados por éstas persecuciones, parecería decir el Señor de la historia, pero quien vence en definitiva, es el Rey verdadero.

2.-Cristo, alfa y omega, principio y fin de todo lo creado.

¿Y por qué hablamos del reinado de Cristo? El libro del Apocalipsis (1, 8) señala que Cristo es el alfa y la omega, principio y fin de todo.
Desde que el mundo existe hay un señorío de Dios como Creador, sobre todas las cosas creadas, y un señorío de Dios sobre nosotros, seres inteligentes, a los cuales siempre Dios quiere conducir interiormente a través de la gracia y por medio de nuestra inteligencia y voluntad libre.
Y así el hombre se orienta, -si responde a la voz interior de su naturaleza llamada a lo trascendente-, hacia el fin último, la omega, al encuentro definitivo con Dios Nuestro Señor.
De allí que con la seguridad que da el origen y meta divinos, hemos de seguir el camino que nos traza la Providencia, con la convicción de alcanzar lo que se nos ha prometido.
Hay por lo tanto un señorío de Dios desde el principio sobre todo lo creado, que El mantendrá a pesar de los vaivenes de una voluntad humana muchas veces díscola y deseosa de una libertad que pretende desplazarlo. Se trata de un reinado de origen.

Pero también podemos hablar de un reinado por derecho de conquista en cuanto al morir en la cruz, Jesús nos rescató del imperio del espíritu del mal.
En ese aparente fracaso de la cruz, Jesús vence al espíritu del mal, ya que El es “el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra” (Apoc. 1, 5).

Asegurada también para nosotros la resurrección experimentamos ya desde ahora que el mal ya no tiene poder sobre nosotros, ya que “El nos amó y nos purificó d nuestros pecados, por medio de su sangre” (v. 5).
El Maligno sólo podrá someternos toda vez que nosotros mismos descartemos la soberanía de Dios para servir -como cómplices del mal - los planes del enemigo de la naturaleza humana, que son siempre contra el mismo hombre.
En esta perspectiva nos asegura San Juan que con nosotros comienza a establecerse y formarse un nuevo reino, el de la Nueva Alianza, ya que Cristo nos ha constituido como “un Reino sacerdotal para Dios, su Padre” (Apoc. 1, 6).
Y como culminación de la historia humana aparece la manifestación de la gloria de Dios en su Hijo Jesucristo para toda la humanidad: “El vendrá entre las nubes y todos lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado. Por él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra.”(vers. 7).
Al afirmar el Apóstol que “lo verán, aún aquellos que lo habían traspasado”, está señalando no sólo a los que estuvieron junto a la Cruz denigrándolo, sino también a todos aquellos que en el transcurso de la historia humana lo han traspasado en la carne de su Cuerpo que es la Iglesia, a los que lo traspasaron en la carne de los débiles y despreciados de todos los tiempos de la humanidad.
En efecto, toda ofensa contra el hermano ha sido hecha contra el mismo Cristo, tal como lo señala el Evangelio de San Mateo (cap. 25, 45-46), de allí que el Juez celestial dirá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna”.

El “lo verán” señala a Cristo en su segunda venida, cuando ha de venir a juzgar al mundo de sus acciones libres, y donde quedará patente su señorío absoluto: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a éstos a su izquierda” (Mateo 25,31- 34).

3.- La Iglesia como nuevo Reino de Dios y las persecuciones.

Si tomamos a la Iglesia como el nuevo reino del Señor, que lo continúa hasta que El vuelva y del cual formamos parte por el bautismo, comprobamos siguiendo la historia, que las persecuciones no han faltado, y no faltarán hasta el triunfo definitivo de Cristo.
Y esto es así porque la soberbia del hombre lo lleva a la necedad de no saber descubrir el plan de Dios en la historia humana.
En lugar de brindarle a Dios el obsequio de una voluntad dócil a su soberanía, prefiere seguir pateando los remolinos de viento de éxitos pasajeros que culminan en el fracaso más rotundo.
Hagamos repaso de algunas persecuciones y cuáles fueron los resultados.

Roma se destacó por la persecución sangrienta de los cristianos, y cayó estrepitosamente, floreciendo un cristianismo vigoroso de la sangre de los mártires derramada por doquier.
Inglaterra a sangre y fuego desplazó a la Iglesia Católica desde Enrique VIII y algunos de sus seguidores, y terminó también derrumbándose.

Napoleón, dice Mauricio Aira, “fue un poderoso emperador de Europa. Sus soldados ganaban casi todas las batallas. Napoleón quiso que el Papa Pío VII se sometiera a su voluntad, pero el Papa no cedió y aunque Roma fue ocupada por Bonaparte y persiguió a obispos y cardenales, Pío VII le lanzó "la excomunión", drástica medida eclesiástica de carácter moral que ensoberbeció al militar y confinó al Jefe de la Iglesia y hasta lo encerró en Fontainebleau.
Napoleón se consideraba el más fuerte, y estaba seguro que el Papa era muy débil. El Emperador llegó a España para conquistarla y no pudo, lanzó 700 mil soldados a Rusia para dominarla y no pudo, al llegar a Moscú se encontraron con la ciudad que ardía dejándoles sin alimento y sin abrigo. El narrador Gabriel Marañón dice: "la excomunión del Papa, hizo caer los fusiles de las manos de sus soldados". Sin embargo en 1821 murió en Santa Elena donde había sido desterrado, arrepentido de haber causado "tanto daño a la Iglesia, que me acogió en su seno”.

Se cumplieron así las palabras del cardenal Ercole Consalvi, Secretario de Estado de Pío VII que ante la pretensión de Napoleón de destruir la Iglesia: “Je détruirai votre Eglise!, dijo:“Sire, il y a vingt siècles que nous faisons nous-même tout ce que nous pouvons pour celà et nous n´y parvenons pas!”. ( "Voy a destruir su Iglesia" El Cardenal le contestó: "No, no podrá". ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!").
Es decir, la Iglesia Católica -quiso decir el Cardenal- tiene en sus bautizados tantos elementos negativos, que si ésta fuera empresa humana ya estaría destruida.
En efecto, la Iglesia, como nuevo Reino de Dios, no es un reino de éste mundo que se apoya en ejércitos, o en el poder político o en el poder económico de los grandes emporios. Se funda en un poder distinto: el de Cristo el Señor. Quien así no lo entienda fracasará en su intento, como tantos ejemplos en la historia lo han demostrado.

Hitler pretendió ser dueño y Señor del mundo fomentando la indignidad humana más perversa, siendo derrumbado como tantos.
España floreció con numerosos mártires en el siglo XX. Estos impedirán –lo vemos desde la fe- que prosperen proyectos ajenos al sentir cristiano, aunque se deba pasar por un período oscuro más o menos largo de confusión.
Rusia persiguió a la Iglesia y también cayó su poderío.
El islamismo en nuestros días no tiene piedad alguna por la Iglesia Católica en algunos países, y seguramente caerá.
Nuevos proyectos deshumanizadores continuadores del nazismo se enseñorean en la actualidad, buscando nuevas formas de selección de raza queriendo imponer la aniquilación de los pobres a través de la esterilización y el aborto en una sociedad que no les da cabida.
Ante esto, Cristo Providente mostrará nuevos caminos para la liberación de éste flagelo, que requerirá, claro está, de la cooperación libre humana para construir un mundo nuevo.

La persecución de la que venimos hablando, no sólo vino desde fuera, sino que desde el cristianismo mismo vino el rechazo de la fe católica. Para ello basta recordar al Zar Nicolás I que en el siglo XIX quiso borrar el catolicismo en Polonia para imponer a sangre y fuego la confesión ortodoxa. Los resultados están a la vista: Polonia sigue siendo fiel a la fe católica recibida desde antiguo.
A pesar de estos ejemplos, - y sólo dimos algunos- hay quienes en la actualidad, haciendo caso omiso de las enseñanzas que nos da la historia, persisten en tratar a la Iglesia como si fuera una mera sociedad temporal.
De allí la necesidad de recordar las siempre vigentes palabras del evangelio: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino y cuanto atares en la tierra será atado en los Cielos y cuanto desatares en la tierra será desatado en los Cielos" (Mateo, 16). Pasaje bíblico de tal claridad que muestra la autoridad de la Iglesia, símbolo viviente del amor de Dios y que nos orienta e ilumina en nuestro peregrinaje por esta vida que por larga que sea, 70, 80, o 90 años es apenas un soplo en la historia de la Humanidad. "Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Lucas 21:33)

4.-Mensaje actual de la festividad de Cristo Rey.

¿Qué nos quiere enseñar la liturgia de hoy? Asegurarnos que lo que esperamos, la soberanía de Cristo sobre todo lo creado no es una utopía, sino una realidad, que más temprano o más tarde se hace presente entre nosotros, incluso antes de la victoria final.
Se nos quiere hacer ver que toda la obra de la creación está precedida por la supremacía de Dios, su Creador, y que se orienta al establecimiento total de este reino.
No sólo en el corazón de los que le son fieles, sino también “poniendo a los pies” de Cristo a todo aquel que no lo reconoce como Señor de la historia.
Nos deja el evangelio una enseñanza riquísima: “mi realeza no es de este mundo”(Juan. 18, 33-37). Y esto es así porque el reinado de Cristo es el reinado de la vida, de la gracia, de la verdad, del amor, de la paz y de la justicia.
No se trata de un reinado exclusivamente espiritual, sino un reino que implica una conversión por parte de los bautizados que lo integramos. Conversión que lleva a trabajar permanentemente para que todas las cosas y estructuras temporales se orienten a la gloria de Dios y a la realización plena de las personas.
En el mundo cotidiano nos encontramos con el reino de este mundo que consiste en el reinado de la mentira, de la guerra y de la violencia, del odio y de la cultura de la muerte, de la injusticia y del sometimiento del hombre por el hombre.
Como miembros de este nuevo reino hemos de luchar por el reino que no es de este mundo sino de Dios, aunque esté en el mundo.

Trabajar para el reino de la verdad, oponiéndonos a la mentira institucionalizada.
Estamos en un mundo que nos presenta tan frecuentemente la injusticia que lamentablemente nos vamos acostumbrando a ella. Como miembros del reino hemos de trabajar por la justicia de tal manera que todos puedan participar equitativamente de los bienes de este mundo.
Ante la violencia, el odio y la falta de reconciliación entre hermanos, hemos de construir un reino de reconciliados con Dios y entre nosotros, un reino de amor y solidaridad con el hermano, un reino que enaltezca al hombre en su dignidad de hijo de Dios, un reino de paz que es la “tranquilidad en el orden” como enseña San Agustín.
Se nos pide ir construyendo una cultura nueva donde Cristo pueda reinar en el corazón de todos.

5.- El Reino de Dios y el compromiso político

En este contexto es atinado rescatar una cita del documento de participación para la Vª Conferencia de los Obispos Latinoamericanos y del Caribe a realizarse el año próximo en Brasil: “ El norte de nuestros afanes como constructores de la familia y la sociedad tiene que estar definitivamente marcado por la cultura de la vida: por el respeto a la vida, por el gozo de transmitir la vida, por la gestación de familias que sean santuarios de la vida, por la plasmación de condiciones sociales y legislativas que permitan a todos, especialmente a los más afligidos, pobres y marginados, llevar una vida digna de su vocación humana, y creer en la realización de sus ansias de felicidad. La Iglesia ha participado profundamente en la gestación de estos pueblos (de América y del Caribe). Ella sabe que Cristo le pide renovar o reasumir este compromiso dando lo mejor de sí, y gozar de la libertad que necesita para ello”(nº 168).
Si Cristo pide a la Iglesia renovar o reasumir este compromiso es necesario que haya disposición a vivirlo en una doble vertiente como ya señaláramos en otro escrito.
Desde la jerarquía iluminando desde la fe la distintas situaciones temporales dando orientaciones que puedan ser materializadas, poco a poco pero sin pausa, en el establecimiento

del bien común, y desde el laicado empeñándose por crear nuevas formas de participación y de compromiso político.
En efecto, el laico católico está llamado -desde la fe que le da sentido a su obrar, y desde la esperanza de un mundo mejor-, a construir un mundo en el que reine la caridad entre los hermanos.
Obrar en política para el laico será tener como guía este proyecto más arriba enunciado, el cual lo esclarece en orden a elegir aquellos caminos nuevos que permitan pensar en una sociedad más justa.
De allí que si se quiere construir una sociedad que tenga a Cristo como rey, en la tónica expresada anteriormente, deberán desestimarse aquellas vías de obrar en política que hasta el momento no han hecho más que establecer un reino de mentira, de odio, de injusticia, de pecado.
Deberán dejarse de lado los proyectos favorables a la cultura de la muerte y al sometimiento del hombre bajo la tiranía de los poderes económicos del presente.
Y esto, porque desde la luz que proviene del único rey del Universo, son caminos que al apartarse de Dios llevan a construir, más tarde o más temprano, un frente para la derrota.

Sería desleal y signo de no haber entendido lo que pide el Señor, el que por alimentar las apetencias de poder, haya católicos que sigan transitando por sendas que han demostrado ser totalmente inhumanas.
En esta tarea del nuevo quehacer cristiano “caben todos los ámbitos del compromiso espontáneo o ministerial para edificar la comunidad viva que es la Iglesia, buscando la vida del mundo , y todos los campos del empeño cristiano de los fieles laicos al servicio del mundo, sobre todo aquellos que conciernen a la vida y a las condiciones - familiares, educacionales, económicas, laborales, jurídicas, etc,- que ésta requiere para nacer, crecer y ser fecunda” (nº 171. op.cit. documento de participación).
Con la ayuda del Señor de la historia, veremos un nacimiento nuevo de nuestra sociedad.

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