17 de marzo de 2007

La “memoria” del perdón

Para aquel que está por encima de los acontecimientos, lo “debido” es la grandeza del perdón, lo “justo” era dar nueva oportunidad al abrumado por la deuda para permitirle levantarse de sus miserias y poder ejercer también él la misericordia que había recibido.

1. La enseñanza de Jesús acerca del perdón

Los que creemos en el Misterio Pascual de Jesús, Hijo de Dios, y en su Iglesia, fundada en el ministerio petrino, estamos transitando el tiempo de Cuaresma.

Tiempo de conversión en el que hemos de avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo, como lo recordaba la primera oración del primer domingo de este tiempo de gracia.

Avanzar en la inteligencia o conocimiento de Cristo no es algo meramente intelectual, sino que debe convertirse en vida cotidiana. Es decir que Jesús ha de ser el modelo de nuestra existir diario..

Esta verdad por todos conocida, ha de dar forma a nuestro obrar, sobre todo en nuestra época en que la tentación constante es asimilar los criterios y modos de vivir del mundo.

Una verdad que se ha desdibujado bastante para dar paso a la venganza, es la del perdón, fruto de la misericordia.

El evangelio, siempre actual nos ilumina al respecto. Justamente el martes pasado, 21 de marzo, se proclamaba en la liturgia de la misa el texto de Mateo 18,21-35 que se refiere al perdón que hemos de prodigar a nuestros hermanos.

Ante la pregunta de Pedro “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿hasta siete veces?”, la respuesta de Jesús fue “no sólo siete veces, sino setenta veces siete”. Y a continuación explica por medio de una parábola lo que quiere enseñar.

Se trata de tener con el prójimo la misma actitud que Dios tiene con nosotros.


2. El obrar misericordioso de Dios

El rey de la parábola es Dios mismo que comienza a pedir cuentas a sus servidores, nosotros mismos.

Al primero que se presenta le exige pague la deuda.

Esta exigencia está basada en razones de justicia. Justicia conmutativa si se trataba de un convenio particular entre ambos; de justicia distributiva, si acaso se lo había favorecido con la carga de retribuir a la sociedad; o de justicia legal, si estaba incumpliendo con sus deberes ciudadanos.

Por el contexto general, especialmente cuando el texto hace referencia al obrar del que es perdonado, puede inferirse que se trata de una cuestión de justicia conmutativa.

Ahora bien, la justicia tiene como objeto el ius, o sea el derecho, es decir lo debido, lo que se ajusta, lo suyo.

Lo que se ajusta en el caso de referencia, es que el deudor pague lo que debe a su señor, el cual reclama lo que es suyo, es decir su derecho.

Pero he aquí que el deudor le imploró un plazo mayor para pagar.

El rey entonces, compadecido, se reviste de entrañas de misericordia y le perdona la deuda, considerando que lo que se ajustaba en aquel momento no era exigir lo debido, sino ejercer el perdón en toda su extensión.

Para aquel que está por encima de los acontecimientos, lo “debido” es la grandeza del perdón, lo “justo” era dar nueva oportunidad al abrumado por la deuda para permitirle levantarse de sus miserias y poder ejercer también él la misericordia que había recibido

Se trata de la misericordia, cercanía del corazón del Señor ante las miserias del que adeudaba, que resuelve entablar una nueva relación dando otra oportunidad al deudor, para que libre de lo que lo agobiaba, comenzara una nueva existencia.

La conducta ejemplar del Señor pretendía que el perdonado actuara de la misma manera, siguiendo justamente los pasos de su acreedor.


3. El obrar inmisericordioso del hombre

El que había sido así perdonado, como prolongación de la “gracia” que había recibido, debía empeñarse en la “tarea” de proseguir con la misma actitud que para él hubo, mostrando así la ejemplaridad del gesto del perdón que se continúa en el tiempo.

Pero no fue así. Ante una deuda insignificante que para él tenía uno de sus compañeros, actuó con crueldad sin oír la súplica que repetía la suya, anteriormente emitida ante su señor, y exigió la cárcel.

No entendió la enseñanza que había recibido, más aún, habrá pensado, vaya a saber con qué privilegio, que sólo era gracia aplicada a él, y que no debería continuarse en otros.

Afloró otra vez su miseria, no comprendió la grandeza del perdón y como mercader de la pequeñez de la miserabilidad se erigió en Señor, sin serlo, desoyendo la súplica del sufriente.

Cayó este hombre en lo que señala tan lúcidamente Santo Tomás de Aquino: “la pasión de la ira incita al hombre a imponer penas más graves que las debidas, mientras que la clemencia busca su disminución, en contrariedad con la ira. Por eso la mansedumbre, refrenando la ira, concurre a un único efecto con la clemencia. Pero difieren entre sí en cuanto que la clemencia directamente modera la pena exterior, mientras que la mansedumbre disminuye la pasión de la ira” (Suma Teológica, 2-2 q.157, art. 1, respuesta (tomo X, BAC).

Ante la actitud desmedida que este hombre perdonado tiene para con su deudor se aplica lo que sigue diciendo el Doctor Angélico: “la mansedumbre modera al mismo apetito de venganza. La clemencia se fija más bien en las penas que exteriormente se imponen como venganza.(sol 1)”. La crueldad significa exceso en el castigo, no tanto porque traspase la justicia, cuanto por el modo como lo hace”(sol.3).

Al enviarlo a la cárcel se parece a los que “gozan castigando a los hombres, incluso sin causa,” y se los llama “fieros, crueles, pues indican haber perdido el afecto humano, que nos hace amarnos mutuamente” (sol.3).

Este hombre inmisericorde justamente manifiesta no tener en cuenta el amor que con él se tuvo al perdonársele la deuda, y por eso es incapaz de amar a su prójimo hasta la medida de perdonar a su vez.


4. La lógica del perdón divino

El perdón divino está por encima de toda lógica humana, sobre todo de la venganza. Para el Señor no existe el “no habrá perdón y olvido”. Si así fuera, ¡pobres de nosotros cada vez que nos acercamos a reconciliarnos con El! Nosotros seguimos todavía con el “ojo por ojo” y “diente por diente”, que no fue más que una desfiguración de la ley mosaica.

De allí que Cristo termina la parábola diciendo, después de describir lo que hace el rey contra el que
había perdonado y no actuó en consecuencia, “lo mismo hará también mi Padre celestial con vosotros,
si no perdonáis de corazón a vuestros hermanos”.


La enseñanza del Señor es clara. Si queremos ser perdonados por Dios de nuestras muchas ofensas, debemos hacer lo mismo con nuestros hermanos.

La memoria del Señor, ante nuestros pecados, es la de haber venido entre nosotros para salvarnos de nuestras muchas miserias y mostrarnos el camino de la grandeza de hijos de Dios. Este es el único camino de la paz interior: asumir nuestras culpas desde el misterio de la Cruz y estar dispuesto a acercar nuestro corazón a las miserias del otro por quien también murió el Redentor, con la misma mirada de perdón.

¡Ha llegado la hora de hacer más memoria del evangelio y aplicarlo a nuestras vidas si queremos crecer con grandeza de miras!


(*) Profesor de Teología Moral en la UCSF, Párroco de Ntra. Sra. de Lourdes, Asesor del Centro de Estudios Santo Tomás Moro, Profesor del Instituto Arquidiocesano de Ciencias Sagradas de Santa Fe.
moristasantafe@yahoo.com.ar

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