“Sucede frecuentemente que los pobres son más dignos de la fortuna que los ricos, ya que éstos son rapaces, inmorales e inútiles y, en cambio, aquéllos son modestos y sencillos y su trabajo cotidiano es más provechoso al Estado que para ellos.”
Nicolás:
Perdoná que haya demorado un poco en contestarte. Sé que estás ansioso por saber qué voy a responder a la tercera pregunta que dejé picando en la anterior que envié. ¿Recuerdas? ¿Puede un súbdito ó ciudadano colaborar con un príncipe ó gobernante perverso?
Vos te preguntarás como ya me lo han preguntado, ¿por qué hablo de príncipe ó gobernante perverso? Este término proviene del latín perversus y se dice de quien es sumamente malo, que causa daño intencionadamente, que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas.
En rigor cuando vos describís al “modelo” de príncipe, presentás el perfil de un gobernante que carece de escrúpulo alguno cuando se trata de conseguir su objetivo.
Es verdad que la definición de “perverso” puede referirse a cualquier persona, pero también es cierto que sólo el gobernante puede estrictamente, a través del uso del poder, corromper las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas.
Un ejemplo lo tenemos en ese personaje tan particular como lo fue Enrique VIII.
Así piensa Tomás Moro de Enrique VIII -a quien conocía profundamente- cuando con ocasión de una visita del rey a su casa, éste le manifiesta la estima que tenía por su fiel súbdito y amigo. Esto provoca que el yerno de Tomás, William Roper le hiciera ver cuánta benevolencia le mostraba el rey. Moro responde: “Sí, hijo mío, doy gracias a Su Majestad el Rey por sus singularísimos favores, pero no me envanezco por ello y sé muy bien que si mi cabeza pudiera hacerle ganar una fortaleza en Francia, no dejaría de caer.”(Utopía. Ed. Abraxas, p. 11).
Pero, volvamos a la respuesta a esa pregunta sobre si puede un súbdito ó ciudadano colaborar con un príncipe ó gobernante perverso ya que me distraje bastante con los paréntesis que hice, y vos terminarás por no entender nada.
Te diré que la respuesta es afirmativa y señala la vocación o llamado para el ejercicio de la política por parte de un bautizado. Volvemos también aquí a la figura representativa de un santo.
Ya te darás cuenta que me refiero a Santo Tomás Moro, quien lleva el nombre de Tomás, justamente en recuerdo del gran Santo y Mártir Santo Tomás Becket, el cual también como él, sufrió la muerte a manos del rey. Becket bajo Enrique II y Moro bajo Enrique VIII.
Vos me preguntarás, ¿por qué te atrae la figura de Tomás Moro? Te diré que siempre me atrajeron las personalidades que se “juegan” por un ideal, por supuesto en el orden del bien. En relación con esto reconozco que siempre me impactó el libro del Apocalipsis, cuando se abomina de los de Laodicea porque no son ni fríos ni calientes sino tibios, y por eso son vomitados por el Señor.
En la actualidad a éste tipo de persona se la denomina con el adjetivo de “pastelero” que coloquialmente describe a la persona acomodadiza en demasía, que elude las decisiones vigorosas.
Pero volvamos a Santo Tomás Moro. El sirvió fielmente a su rey colaborando como Canciller y cumpliendo seriamente con las misiones diplomáticas en el continente que se le confiaron. Padre ejemplar que tenía en su corazón bien en claro la supremacía de Dios y de la Iglesia. Magistrado fidelísimo en defensa de la verdad, especialmente de los más pequeños de la sociedad londinense. Juez que nunca fue contra su conciencia recta.
Te diré que el tema de la conciencia, dada su importancia, me obliga a escribir más adelante sobre ella tratando de ser lo más claro posible, no sólo en su descripción, sino también en la aplicación concreta a nuestra actual sociedad en comportamientos determinados.
En fin, sigamos. Cuando Moro tuvo que definirse al exigírsele la aprobación del divorcio de su rey, y por consiguiente posterior adulterio, y su autoproclamada supremacía real como jefe de la Iglesia, fue fiel a sus principios y no dudó un instante en entregarse dócilmente a la muerte.
O sea que para él una cosa fue el servir a la persona del gobernante en cuanto tal, cosa que hizo siempre, y otra cosa fue el servir y acompañar los desvaríos del gobernante.
Es decir sirvió al gobernante siempre y cuando este servicio no colisionara con un servicio superior: el de Dios, con todo lo que implicaba esto de servicio a la verdad y a la justicia.
Ante el comportamiento de Tomás, Enrique VIII –que no era tonto- demoró su muerte con la esperanza de que cediera a sus requerimientos y por que sabía que su vida toda era un constante testimonio de fidelidad a su fe en medio del pueblo.
No triunfaron sobre él los halagos y las promesas de triunfos políticos sino su fidelidad constante a la verdad y la justicia.
Mientras otros nobles y jueces se dejaban corromper por el rey aprobando sus innobles caprichos, y cometiendo sin pestañear toda suerte de injusticias, Tomás Moro prefirió, sin juzgar a nadie, pero rezando por todos, mantenerse en el camino de la virtud.
Señaló con su vida que en la colaboración con el poder político hay un límite: el de la verdad y seguimiento de aquellos valores que marcaron siempre su vida.
¡Qué ejemplo hermoso para quienes en la actualidad, fácilmente reniegan de su fe o miran para otro lado cuando han de dar testimonio de los principios, prefiriendo los honores y el poder que pueden recibir como migajas del suculento plato del absolutismo!
Tomás señala claramente mostrando la precariedad de la vida, que todos morirán, tanto los fieles a los principios como los traidores a su fe, sólo es cuestión de tiempo. Y en ese caso sólo varía, y sustancialmente, la forma en que cada uno se presenta ante Dios.
Moro prefirió servir hasta las últimas instancias a su Dios y Señor.
Nicolás, vos me preguntarás, y he aquí la cuarta pregunta ¿la Iglesia ha reconocido como verdadero ese proceder de Tomás Moro? ¿No hubiera sido mejor haber cedido algo para no perder todo e intentar, -consintiendo al tirano Tudor- salvar la integridad y vigencia de la Iglesia Católica en Inglaterra? ¿No es lícito al político “católico” hacer la vista gorda en algunas cosas para así seguir intentado el no perder todo?
Te contesto con las palabras de Juan Pablo II –a quien vos no conociste- en la Encíclica Veritatis Splendor (nºs 90 a 95) cuando se refiere al martirio como exaltación de la santidad inviolable de la ley de Dios.
En el martirio, y Moro fue mártir, se da testimonio de que la adhesión a Cristo es lo más importante para el cristiano. El mártir está decidido libremente a entregar su vida si de los ideales evangélicos se trata.
Dice el Papa “el martirio demuestra como ilusorio y falso todo ‘significado humano’ que se pretendiese atribuir, aunque fuera en condiciones ‘excepcionales’, a un acto en sí mismo moralmente malo; más aún, manifiesta abiertamente su verdadero rostro: el de una violación de la ‘humanidad’ del hombre, antes aún en quien lo realiza que no en quien lo padece” (nº 92).
“Los mártires…dando testimonio del bien, … representan un reproche viviente a cuantos trasgreden la ley (cf. Sab 2,2) y hacen resonar con permanente actualidad las palabras del profeta: “¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz , y luz por oscuridad ; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!” (Is. 5, 20).(nº 93).
Juan Pablo II recuerda que en la canonización de un mártir no sólo la “Iglesia ha canonizado su testimonio” sino que también “declaró verdadero su juicio”(nº 91).
Como ves, al canonizar a Tomás Moro, la Iglesia está confirmando como verdadero el juicio moral que el santo emitió ante las distintas opciones que se le ofrecían.
Dicho de otro modo, cuando Tomás decidió no hacer la vista gorda, aprobando lo que el rey y sus cortesanos –por miedo al rey y amor al poder- le proponían, estaba haciendo un juicio moral correcto, aunque esto le acarreara la muerte.
Vos me dirás que Tomás Moro se buscó la muerte por oponerse al rey.
En realidad no creo que sólo sea por eso. Fue un hombre que no tenía pelos en la lengua. Se granjeó el rechazo de los poderosos por sus palabras “imprudentes” en las que desnuda la intención de los poderosos de su tiempo –iguales al nuestro-
Veamos sólo una “perlita” que nos deja en su obra Utopía: “Desde que todos pueden apoyarse en algunos títulos para aumentar tanto como es posible sus posesiones, un corto número de personas se reparten todas las riquezas del país, por abundantes que sean, y a los demás sólo les queda la pobreza. Sucede frecuentemente que los pobres son más dignos de la fortuna que los ricos, ya que éstos son rapaces, inmorales e inútiles y, en cambio, aquéllos son modestos y sencillos y su trabajo cotidiano es más provechoso al Estado que para ellos”. (Utopía. Libro I, p.93. edit. Abraxas).
¡Valiente el hombre! Pero su vida no fue en vano. Así lo entendió Juan Pablo II que lo nombró Patrono de los gobernantes y de los políticos el 31 de octubre de 2000.
Como podés ver quien desee ser un verdadero político según la fe, no tiene más que seguir la vida y enseñanzas de Santo Tomás Moro y ciertamente no se equivocará en sus decisiones por más difíciles que sean, y a pesar de las presiones frecuentes que reciba para traicionar la conciencia en aras de triunfos efímeros.
Una última pregunta para esta carta que se refiere a la inquietud que me hizo llegar un lector de las dos anteriores, y ahora la formulo: ¿es lícito el mandato duradero de un gobernante? O dicho con palabras actuales, ¿es conveniente que alguien gobierne durante mucho tiempo un Estado?
Si se trata de un gobernante -por ejemplo- como Luis IX, del cual ya hice referencia, diría que es lícito que permanezca mucho tiempo conduciendo un Estado ya que le permitiría afianzar el bien común y la felicidad para su pueblo, dado que sólo busca el bien de sus hermanos y el engrandecimiento de su Patria.
Pero si por el contrario se trata de un “ejemplar” como Enrique VIII, mejor perderlo que encontrarlo.
Nico, ya tengo sueño, y quiero ir a dormir. Además quiero que esta salga cuanto antes, porque ya la he demorado bastante tiempo.
De corazón te digo, rezo para que sean muchos los que se dediquen a la política siguiendo los pasos de Tomás Moro y no se contaminen con tus “consejos.”
Cordialmente, Ricardo.
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