9 de agosto de 2007

La codicia, los gobiernos, las empresas y la gente

La mentalidad descrita en el pasaje evangélico se percibe en la concepción misma que de la economía tienen aquellos que manejan la cosa pública desde el Estado.

Y Jesús “les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aún en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.» Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?"Y dijo: "Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea." Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.» (Lucas 12, 15-21)

1.- Guardarse de toda avaricia

Reflexionando el pasaje del evangelio que proclamamos en la liturgia dominical el pasado 5 de agosto, concluí una vez más cuánta iluminación nos confiere la Palabra de Dios sobre las distintas situaciones que vive el hombre en la sociedad y cultura actuales.
Y así captamos cómo el personaje del pasaje bíblico está pletórico de satisfacción ya que sus campos han rendido abundantemente.
No sabe qué hacer con tanto grano, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, porque sólo cuenta él y sus circunstancias.
La abundancia de bienes le ha cerrado el corazón, por eso sólo piensa en la propia contemplación de una vida regada de lujos y bienestar.

El bloqueo de su corazón es tan grande que sólo se mira a sí mismo. No podría ser de otra manera ya que al echar un vistazo en el espejo de su egoísmo no puede obtener más que una imagen de sí mismo.
Pero su corazón no sólo está cerrado –que podría abrirse en algún momento- , ni sólo bloqueado –podría la realidad circundante golpearlo duramente y cambiar- sino que está también clausurado, ya que no hay perspectiva de que alguien distinto a él mismo pueda iluminarlo a partir de la existencia desgraciada de los que lo rodean.
"¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?" (v.17) observa, cuando la pregunta que lo sacaría de sí mismo debiera dirigirse a los que siembran el campo, a los cosechadores, a los tantos desconocidos y sus familias que trabajan para él.
“Yo pago bien”, podría decir, rigiéndose por los principios de la justicia conmutativa, “¿para qué preguntar entonces a los demás?”
Es que únicamente en la apertura a los otros encontrará la posibilidad de recoger sugerencias convenientes, descubrir la angustia de los que sólo reciben lo necesario para sostener pasajeramente su dignidad.

Seguramente entraría de lleno en los preceptos de la justicia distributiva que condesciende en participar ganancias y crear inteligentemente nuevas fuentes de trabajo, y de la justicia social que permite crecer sostenidamente a los suyos sin que ello provoque envidias inútiles, sino alegrías compartidas.
Pero lamentablemente el corazón de este hombre sólo mira sus intereses. De allí que reflexione “diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea."(v.19). Y comienza a vivir en su intención el goce de sus bienes en el despilfarro con sus amigos, engordando de placer y lujos para el día del cautiverio como dice el profeta Amós (6,1-7).
De hecho este resultado estremecedor es profetizado por el mismo Jesús cuando afirma: “Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?" (v.20).No necesariamente la derivación de todo esto es la muerte, sino que es suficiente con que esta vida de regalo se vuelva contra el disoluto mismo.
A la luz de estas enseñanzas vienen a mi memoria símiles situaciones a las que se aplica el texto bíblico. En efecto, no pocas personas individualmente consideradas, acumulan riquezas para sí y en un permanente diálogo consigo mismas sólo pretenden vivir una vida de lujos y buen pasar, haciendo caso omiso de la situación de tantos hermanos que pasan al lado sin tener siquiera lo necesario para vivir dignamente.
En tales modos de vida se puede percibir comúnmente la ausencia de Dios en todos los campos de la existencia. En todo caso aparecería en las situaciones límites que muchas veces el mismo Dios permite para acceder a la conversión salvadora y a la apertura generosa hacia el otro y sus necesidades.

2.- La acumulación de los poderosos y de los Estados.

Pero esta forma de concebir la vida, -como lo muestra el texto bíblico-, no sólo se aplica a los casos particulares, sino que es lícito referirla al mundo de la economía o del uso de los bienes en general.
Y así nos recuerda el Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” (22 de febrero de 2007): “No podemos permanecer pasivos ante ciertos procesos de globalización que con frecuencia hacen crecer desmesuradamente en todo el mundo la diferencia entre ricos y pobres. Debemos denunciar a quien derrocha las riquezas de la tierra, provocando desigualdades que claman al cielo.” (cf. St. 5,4) (nº 90)
¡Cuántas veces grandes empresas o sistemas económicos sólo buscan la acumulación de bienes y ganancias para unos pocos -de hecho la lista de grandes fortunas lo demuestran- sin un verdadero espíritu de apertura a la solidaridad favoreciendo el que el mayor número de personas compartan las riquezas que son comunes a todos por voluntad divina!
Pero también -es justo decirlo- la mentalidad descrita en el pasaje evangélico se percibe en la concepción misma que de la economía tienen aquellos que manejan la cosa pública desde el Estado.
En efecto, hace pocos días se anunciaba la cuantiosa recaudación impositiva que se operaba en nuestra Patria. Sin duda la inflación galopante influye no poco en la percepción constante y copiosa del IVA que grava los bienes de consumo. El discurso oficial entonces, se ufana en que somos ricos, aunque nos compren los bonos famosos desde otros países y así cautivan aún más nuestra riqueza.
Junto a ese anuncio de aparente desarrollo económico, aflora en las noticias nacionales cómo un sinnúmero de hermanos nuestros argentinos pertenecientes a las comunidades indígenas del Chaco y otras provincias, padecen el flagelo de la desnutrición, no sólo infantil sino también adulta.
Las largas colas de promesantes celebrando a San Cayetano en el día de ayer, no sólo señalan el espíritu agradecido por el trabajo obtenido o conservado, sino la súplica silenciosa y dolorosa por el pan y el trabajo de los que muchos carecen.
Mientras tanto aparentemente se acumulan “grandes reservas” en las arcas del Estado fruto de los impuestos o de las retenciones, pero no se distribuye inteligentemente entre los más débiles ni se promueven verdaderas políticas de estado que ataquen la pobreza en su raíz.
En todo caso esa riqueza - que es de todos-, se utiliza para promocionar los “presuntos éxitos gubernamentales” o para aceitar las relaciones necesarias entre unos pocos para lograr el éxito en las elecciones que se avecinan, o en proyectos que para nada atienden el bien común.
¡Ni qué hablar de la vida regalada de quienes debieran pensar sólo en servir a sus hermanos y no servirse de ellos!
Los precios en suba de las frutas y verduras, por poner un ejemplo, -a causa del frío-, conforme al parecer de los que ejercen el comercio, -artificialmente aumentados- según los que defienden al consumidor, no encuentran un freno por parte del Estado que debe velar por el bienestar de todos.
¿Cómo hacerlo? Ordenando la producción y venta con precios justos si no lo son, o subsidiando como se subsidian tantas cosas -con los impuestos de todos- si la causa real es el factor climático, de manera que llegue a la mesa de los ciudadanos lo necesario para una alimentación digna.
Hacer eso es pensar cómo resolver los problemas del pueblo y no el encerrarse en los propios intereses sectoriales o políticos, defendiendo el dogma de fe del índice de precios “oficial” pretendiendo que la inflación es sólo, como la inseguridad, una “sensación”.

3.- Papel de la Iglesia en estas circunstancias.

Nos dice Benedicto XVI en “Sacramentum Caritatis”: “El Señor Jesús, Pan de vida eterna, nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza en que se halla todavía gran parte de la humanidad: son situaciones cuya causa implica a menudo un clara e inquietante responsabilidad por parte de los hombres. En efecto, « sobre la base de datos estadísticos disponibles, se puede afirmar que menos de la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente a armamento sería más que suficiente para sacar de manera estable de la indigencia al inmenso ejército de los pobres. Esto interpela a la conciencia humana. Nuestro común compromiso por la verdad puede y tiene que dar nueva esperanza a estas poblaciones que viven bajo el umbral de la pobreza, mucho más a causa de situaciones que dependen de las relaciones internacionales políticas, comerciales y culturales, que a causa de circunstancias incontroladas.” (Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (9 de enero de 2006) (nº 90).

Parafraseando al Pontífice y aplicándolo a nuestra Patria, ¿cuánto se podría hacer con lo que se destina a planes anticonceptivos y a dádivas, si esto se aplicara a erradicar la pobreza? ¿Cuánto se ahorraría, por dar un ejemplo, si se estudiara seriamente la propuesta del Gobernador Sobisch de aprovechar los recursos naturales de Neuquén en lugar de adquirirlos afuera?
De allí que para los creyentes el desafío es muy grande en la hora crucial de nuestra historia ya que “el alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor. Los cristianos han procurado desde el principio compartir sus bienes (cf. Hch 4,32) y ayudar a los pobres.” (cf. Rm 15,26). (n º 90).

Aunque “las instituciones eclesiales de beneficencia, en particular Caritas en sus diversos ámbitos, prestan el precioso servicio de ayudar a las personas necesitadas, sobre todo a los más pobres”, (nº 90) no es tarea de la Iglesia, tranquilizar las conciencias de los gobernantes y la nuestra, tratando de paliar la pobreza con la distribución de las “dádivas” de los subsidios, sino el hacer ver de manera continua y vinculante la obligatoriedad de un servicio sacrificial que privilegie a los más débiles de nuestra sociedad favoreciendo la cultura del trabajo y creando nuevas fuentes del mismo para la dignificación humana.
Y esto porque “el misterio de la Eucaristía nos capacita e impulsa a un trabajo audaz en las estructuras de este mundo para llevarles aquel tipo de relaciones nuevas, que tiene su fuente inagotable en el don de Dios... El cristiano laico en particular, formado en la escuela de la Eucaristía, está llamado a asumir directamente su propia responsabilidad política y social. Para que pueda desempeñar adecuadamente sus cometidos hay que prepararlo mediante una educación concreta para la caridad.” (nº 91).
¡Quiera Dios podamos ver los frutos de una nueva civilización del amor!


Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Sto Tomás Moro”. Profesor Titular de Teología Moral y Doctrina Social de la Iglesia en la UCSF.
08 de Agosto de 2007.

ribamazza@gmail.com
http://ricardomazza.blogspot.com/

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