El “orden nuevo” que inaugura el misterio de la Cruz le permitió entender y vivenciar desde la fe que el sufrimiento no nos arroja en brazos del absurdo, sino que permite vislumbrar un mundo nuevo: el mismo que Cristo inaugura con su entrada en este mundo.
1.- El hombre que sufre, camino de la Iglesia.
Una de las experiencias más ricas que suele tener el sacerdote en su ministerio, es el encuentro con la realidad del Cristo sufriente presente en el cuerpo y alma de tantas personas que caminan por este mundo, sin que muchos perciban la riqueza que se localiza en este modo especial de imitar a Jesús el Salvador.
Estamos tan acostumbrados a oír nada más que elogios por la vida placentera, que sin quererlo e insensiblemente vamos pensando que el verdadero “bienestar” del ser humano está en el goce de lo temporal, en el disfrute sin freno de todo lo creatural que ofrece la sociedad de consumo en la que estamos insertos.
Sin embargo, la experiencia nos enseña que a pesar de esta prédica que propaga múltiples sucedáneos para atiborrar la insaciable sed de felicidad, nunca como en este tiempo el hombre ha estado tan solo, vacío de sí mismo, corriendo tras espejismos de felicidad ilusoria.
De allí que resulte necesario e impostergable recordar con el difunto papa Juan Pablo II que“La Iglesia, que nace del misterio de la redención en la cruz de Cristo, está obligada a buscar el encuentro con el hombre, de modo particular en el camino de su sufrimiento. En tal encuentro el hombre se convierte en el camino de la Iglesia, y es este uno de los caminos más importantes. (Carta Apostólica Salvifici doloris, nª 3).
Nótese que el papa se refiere a que la Iglesia está obligada, es decir urgida, a crear lazos que la liguen especialmente con el hombre que sufre y que este camino del dolor es uno de los más importantes para ella.
No constituye por lo tanto para la Iglesia un camino valioso para transitar por este mundo el del hombre que disfruta, sino el del hombre que sufre.
De hecho la Iglesia nace de la Cruz y es siempre desde y en la Cruz donde ella crece en madurez y credibilidad evangélica. Piénsese por ejemplo, en la Iglesia perseguida durante siglos, en la sangre derramada de los mártires, y en el sufrimiento de muchos fieles que en el transcurso del tiempo han contribuido a la purificación y al fortalecimiento de la esposa de Cristo.
2.- El sufrimiento como expresión nueva de la Cruz de Cristo.
Juan Pablo II nos sigue diciendo (N°18):“El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión del Cristo. Y a la vez, ésta ha entrado en una dimensión
completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo”.
Aprovecho las palabras de este esclarecedor documento del difunto Juan Pablo II para iluminar una experiencia vivida en la parroquia recientemente. Hace unos días –el 24 de julio- Carina, una joven mamá de 37 años moría padeciendo la crueldad del cáncer.
La enfermedad presente en su vida hacía ya más de un año, le fue permitiendo como señala el papa, unir la cruz del Señor “al amor que crea el bien”.
Y esto -entre las luces y sombras que presenta toda realidad humana, incluso el dolor-, porque fue entendiendo que el amor verdadero no está ajeno al sufrimiento, ya que este nos vincula directamente con el amor del Redentor que se manifestó con creces muriendo en la Cruz.
El “orden nuevo” que inaugura el misterio de la Cruz le permitió entender y vivenciar desde la fe que el sufrimiento no nos arroja en brazos del absurdo, sino que permite vislumbrar un mundo nuevo: el mismo que Cristo inaugura con su entrada en este mundo.
Para el que carece de la fe cristiana, el dolor es la aniquilación del “bienestar” del hombre y la mutilación de todo futuro.
Para el creyente, en cambio, el sufrimiento no sólo es creativo de lo bueno, por su asimilación al sacrificio de Cristo, sino porque lo saca del poder del mal que pretende incubar en su corazón la rebeldía ante Dios y la queja ante lo supuestamente absurdo del padecer.
3.- El descenso y la elevación del sufrimiento humano.
Continúa enseñándonos Juan Pablo II sobre el sufrimiento humano (N° 22):
“Quienes participan en los sufrimientos de Cristo tienen ante los ojos el misterio pascual de la cruz y de la resurrección, en la que Cristo desciendeelevación, confirmada con la fuerza de la resurrección, esto significa que las debilidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetrados por la misma fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo”. hasta el extremo de la debilidad y de la impotencia humana… ...Pero si al mismo tiempo en esta debilidad se cumple su
Carina fue experimentando este descenso y elevación que otorga el sufrimiento humano unido a la Cruz de Cristo.
Descenso porque a medida que transcurría el tiempo de su enfermedad percibía el deterioro de su cuerpo, la impotencia ante lo irreversible, el auge cada vez mayor del dolor, el humano desamparo futuro de sus tres pequeños hijos, la ausencia próxima de su persona acompañando siempre a su fiel esposo, la imposibilidad de detener la marcha de la debilidad en todos los aspectos de la vida.
Pero al mismo tiempo desde la resurrección de Jesús experimentaba la elevaciónporque comprobaba el amor de sus hermanos en la atención constante que recibía cariñosamente del personal sanitario del hospital Iturraspe, en la preocupación permanente de sus vecinos, en la compañía silenciosa y alentadora de su esposo, en la purificación del corazón que la
conducía al “dies natalis”, es decir al día de su nacimiento para el cielo que siempre esperó esperanzadoramente, en la seguridad que le daba la fe que desde la vida que no tiene fin acompañaría a sus hijos.
En la debilidad experimentaba su familia toda la fuerza de Dios, ya que como lo asegura Juan pablo II “a través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente al hombre a Cristo, una gracia especial” (nº 26).
De allí que su hija mayor no dejaba la catequesis, participando siempre -acompañada por su papá- en la misa dominical, conscientes de que la Eucaristía es no sólo alimento nutritivo de la vida, sino también promesa de unión plena con el Señor.
4.-“Sígueme, Ven”
En este caminar por la senda del sufrimiento humano, tantas veces incomprensible a la razón humana, Carina, como tantos otros que sufren, percibía que “Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: ‘Sígueme’, ‘Ven’, toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo”. (S.D. nº 26).
¡Cómo no evocar el espíritu desprendido de Carina que a medida que el Señor la reservaba para sí, pidiéndole la imitación suprema del dolor, se despojaba de lo que pudiera ser atadura!
Y así recuerdo cuando destina a los más pobres -porque ella también era pobre materialmente hablando- una colecta que se hizo en la escuela de su hija para paliar en parte los gastos de su enfermedad.
¿Por qué donó esa colecta? Porque el día en que la recibió, su esposo consiguió trabajo efectivo, y ella y él decidieron que la mejor respuesta a la generosidad de Dios para con ellos debía ser el compartir lo poco con los que menos tienen.
El pasado domingo 22 de julio, dos días antes de su muerte, la visité por última vez. Le administré otra vez el sacramento de la Unción de los enfermos dada su gravedad, asistida como estaba por el oxigeno.
Su rostro marcado ya con la proximidad de la muerte, se le ilumina ante la cercanía del Señor.
¿Podrás comulgar? -le dije. Me indicó que aunque sea una pequeña partícula, como oyendo las palabras del Señor: “Sígueme, Ven”.
Ya fortalecida y preparada por “el pan de los ángeles” se fue apagando, rezando, acompañada por el consuelo de Dios y de sus seres queridos, a quienes quiso y por los que ofreció su dolor.
Su rostro plácido, ya muerta, denotaba el gozo de los que mueren en el Señor, transmitiendo a los suyos la paz que sólo viene de Dios.
Pasados unos días, el domingo 29 de julio, después de la misa como cada día del Señor, conversé un rato con su esposo Alberto y su hija mayor -que se
prepara para la confirmación y primera comunión-.
Pregunté por los otros hijos, pequeños aún.
Me transmitieron la fuerza del mismo Dios que los sostenía. Se palpaba en el aire la presencia de Carina, que desde el Señor protegía a sus seres más queridos.
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