1 de abril de 2008

"La paz, la misericordia, la misión y la justicia, frutos del resucitado"

“En la justicia distributiva entonces tenemos por un lado la percepción de los impuestos que sean justos, y lo serán cuando estén conforme a las posibilidades de cada uno, o sea que se “ajustan” a las verdaderas capacidades de cada uno”.

1.-La novedad de la Pascua del Señor otorga la paz.

Muchas veces nos pasa a nosotros lo del apóstol Tomás que dudamos de la resurrección del Señor.

El pedía pruebas concretas: si no toco las heridas de sus manos, de sus pies y del costado, no creeré.

A nosotros nos sucede lo mismo -con una mirada actualizada- cuando decimos: si yo no veo que el mundo y la sociedad cambian de raíz, no creeré que Cristo ha resucitado.

Como si razonáramos pensando también para qué celebrar la Pascua del Señor cada año si todo sigue igual, ya que el hombre vive buscando crecer a expensas de sus hermanos y no acaba de convertirse, si pareciera que el egoísmo es el que reina permanentemente en nuestra sociedad.

Y así como el Señor a Tomás le mostró sus heridas, probándole que era Él quien estaba vivo, también a nosotros en nuestro tiempo nos dice: Yo estoy vivo, yo vengo a renovar todas las cosas.

Para lo cual es necesario, que nosotros los creyentes escuchando la voz del Señor realmente vivamos a fondo lo que Él nos va proponiendo.

Y los textos bíblicos de hoy son muy ricos en este sentido. Nos van dejando a nuestra consideración, a nuestra reflexión y para nuestra encarnación en la vida de cada uno, toda una serie de enseñanzas.

Y así uno de los frutos de Cristo resucitado es precisamente el don de la paz, y así tres veces Jesús dice: “la paz esté con ustedes”.

Pero esto que les dice a los apóstoles indudablemente tiene como fundamento el que ellos están reconciliados con el Señor, están pacificados en su interior porque habitan en la comunión con Cristo.

No puede haber paz interior ni tampoco podemos transmitirla a los demás si el corazón no está en paz con Dios.

Si el corazón del hombre no está en comunión con Dios, si no hay una aceptación firme y concreta de que Él es el Hijo de Dios no habrá paz en el corazón del hombre.

2.-La misericordia como fruto del amor del resucitado.

Por eso el mismo Jesús conocedor de esto nos ofrece a manos llenas su misericordia.

Imploramos en la primera oración de la misa de este domingo que Dios aumente en nosotros los dones de su gracia, atentos a su infinita misericordia.

Pues bien, la misericordia del Señor que significa tener el corazón cerca de las miserias del hombre, se presenta permanentemente en la historia de la salvación.

Hoy celebramos justamente en la Iglesia esta fiesta de la misericordia de Dios en la devoción de Jesús misericordioso.

Alabamos al Hijo de Dios hecho hombre que habiéndonos salvado a través de su muerte y resurrección nos dice: “vengan a Mi”. Vengan a mí, traigan sus penas, sus angustias, sus pecados, sus debilidades, sus imposibilidades de vivir una vida nueva.

Entréguense tal como son pero con el deseo de cambiar, con el deseo de ser sanados interiormente, que yo los transformaré.

Y esa transformación que el Señor promete es la que justamente produce esta paz interior que nadie nos la puede quitar.

Pero al mismo tiempo que Jesús nos da la misericordia, nos da el instrumento para alcanzarla.

Por eso les dice a los apóstoles: reciban el Espíritu Santo, los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.

Y así el mismo Cristo instituye este gran sacramento de la reconciliación con Dios y los hermanos, para recibir en abundancia la misericordia de Dios, alcanzar la amistad con Él, -recuperada la paz del corazón- y llevar estos dones a quienes nos rodean.

3.-Enviados por el resucitado para transmitir la paz y la misericordia.

Y esto porque el mismo Cristo que nos da la paz y la misericordia nos dice: “como el Padre me envió, yo también los envío a ustedes”.

Nos envía a cada uno ¿a qué?, a ser instrumentos de pacificación, e intermediarios de la misericordia de Dios.

Este año a partir del domingo próximo comienza la misión Arquidiocesana en la zona oeste de la ciudad.

Como parroquia se nos invita a misionarla en el mes de octubre si Dios quiere, yendo al encuentro de un sector concreto de la comunidad parroquial y llevar el mensaje que nos deja el Cristo de la Pascua.

Llevar y prometer la paz, previo encuentro personal con el Señor. Transmitir su misericordia, haciendo ver que es posible salir del estado de postración propio del pecado, para elevarnos a lo que Dios quiere hacer de cada uno de nosotros.

Sentirnos enviados es también reconocer con entusiasmo todos los dones que el Señor nos ha dado y que no los guardamos para nosotros, sino que los llevamos a todos nuestros hermanos.

Esta vida nueva que nos trae Jesús, el Cristo resucitado, lleva también a dar frutos en el ámbito de la vida comunitaria y es la señal de Cristo resucitado presente también esa transformación de la comunidad cristiana.

4.- La comunidad cristiana primitiva continuada en nosotros.

San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos dice que los primeros cristianos se reunían para escuchar la enseñanza de los apóstoles, participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.

Escuchar la enseñanza de los apóstoles será en nuestro caso, escuchar la palabra de Dios.

Reunirnos para la fracción del pan significa reunirnos para la Eucaristía, para la misa dominical.

Porque cada vez que participamos de la misa dominical estamos diciendo vengo a celebrar el acontecimiento más pleno de la vida humana que es la muerte y resurrección de Cristo misterio de fe por el cual la humanidad fue redimida y salvada.

Venimos a la eucaristía dominical para dar gracias, para implorar la misericordia del Señor, para adorarlo y recibir la paz purificatoria que viene de El

Y todo esto también nos lleva a la participación plena en la vida en común, la vida comunitaria, sentirnos familia.

No solamente en el seno del hogar sino también en el trato con los demás, en la vida parroquial.

Sentir realmente que estamos convocados, de ahí el sentido de familia con un mismo fin, la gloria de Dios, y la salvación de todos los que nos rodean.

5.-La resurrección nos abre a las necesidades de los demás.

Pero esto también lleva a una actitud de apertura a las necesidades de los demás.

Precisamente el texto de hoy nos relata cómo los primeros cristianos vendían sus propiedades y sus bienes y ponían lo suyo en común.

Es decir, era tan fuerte la experiencia de Cristo resucitado que no solamente se unían en la eucaristía, en la oración y en la escucha de su Palabra, sino que llegaban a despojarse de aquello que cuesta tanto al ser humano como son los bienes temporales y los ponían a disposición de sus hermanos y esto según las necesidades de cada uno, es decir para que a nadie le faltara y a nadie le sobrara.

Es cierto que aplicar este sistema hoy en día no sería nada fácil, de allí que la misma Iglesia iluminada por la palabra y el Espíritu, nos ha dejado riquísimas enseñanzas sobre esta materia tal como lo describe ampliamente lo que conocemos como la doctrina social de la Iglesia.

Surge casi con espontaneidad la pregunta de qué manera el cristiano participa con sus bienes a los demás, de qué modo el cristiano es solidario con sus hermanos.

Hay muchas formas, pero me parece conveniente decir alguna palabra sobre algo que nos ha tocado a todos en estos días en nuestra patria.

6.- La justicia distributiva a la luz del resucitado.

Se trata de la justicia distributiva que es una clase o especie de la justicia, no la única.

La justicia como virtud busca siempre el derecho, o sea el dar a cada uno lo suyo.

La justicia distributiva que implica el distribuir con equidad entre todos los habitantes de un país los bienes que son de todos.

Dios ha querido que de todas las maravillas de la creación participen todos los hombres.

En la medida que haya alguien en el mundo que no goce de esos bienes se está cometiendo injusticia con él.

Los bienes de este mundo no son para que unos pocos -como acontece en la actualidad- se enriquezcan, mientras millones padecen hambre.

Somos conscientes, - por ejemplo- que todo lo que se está implementando en el mundo contra la vida, desde el aborto hasta la eutanasia, tiene una motivación económica.

El razonamiento consiste en destruir seres humanos para que abunden los bienes para pocas personas, obviamente los poderosos de este mundo.

Ahora bien, ¿de qué manera somos solidarios con los demás haciéndolos participes de los bienes temporales?

Una de las formas es el deber de pagar impuestos y el derecho a exigirlos según aquello de dar al César lo que es del Cesar.

La autoridad recauda de sus súbditos para que después eso se vuelque nuevamente a la comunidad.

En la justicia distributiva entonces tenemos por un lado la percepción de los impuestos que sean justos, y lo serán cuando estén conforme a las posibilidades de cada uno, o sea que se “ajustan” a las verdaderas capacidades de cada uno.

Cuando la carga impositiva deja a la gente en la miseria o le impide desarrollarse en su vida cotidiana y futura o cuando se fuerza a no pocos a vender grandes extensiones de tierra para que dos o tres en el país vayan comprando millones y millones de hectáreas, evidentemente no es una percepción justa, sino una injusta exacción de los bienes de los ciudadanos.

Incluso la percepción del IVA ya sea por su porcentaje excesivo, ya sea porque nivela a pobres y ricos en la misma exigencia de los aportes, es ciertamente injusta.

7.- El gobernante en la distribución de los bienes.

Se supone que el acopio de cierta porción de los bienes de la comunidad tiene que estar de acuerdo a las posibilidades de cada uno.

En la medida que perjudique a la comunidad indudablemente allí no hay justicia.

Pero hay otro aspecto, el de la repartición de los bienes propia de la justicia distributiva.

En efecto, ¿qué debe hacer la autoridad en la distribución de lo que percibe del común de la población?

Es importante y esto lo exige la justicia distributiva, que quien recauda, en este caso el estado, asigne los bienes según las necesidades de cada uno.

¿Qué significa esto de según las necesidades de cada uno? que cada uno reciba de acuerdo a lo que precisa para vivir dignamente, de tal manera que a nadie le sobre y a nadie le falte, según su estado, su profesión, y conforme a las obligaciones que pueda tener con su familia o la sociedad.

No es lícito utilizar los fondos para mantener milicias populares o alimentar las ideologías de turno que sean favorables al gobierno de ocasión que pueda haber.

Tampoco es para hacer negocios o para engrosar los bolsillos de aquellos que manejan la cosa pública. No es el fin de estos bienes la utilización de los mismos contraria a la comunidad sino que siempre tiene que apuntar al bien común.

Por eso es que no es de extrañar que en las sociedades surjan tantos problemas y dificultades ya que el pueblo percibe con lucidez cuando no vuelve a la comunidad lo que se recauda.

8.-La incumbencia de la presencia del resucitado.

Ustedes se preguntarán qué tiene que ver Cristo resucitado con esto.

Es muy simple: seguir a Cristo resucitado significa nacer a una vida nueva, implica tomar en serio las cosas, valorar en su justa medida la vida, al ser humano, la economía.

Creer en Cristo resucitado que viene a renovar al hombre implica también planificar hacia el futuro las reformas más convenientes para la población, ya sea en el mundo del agro, o de la industria etc.

Seguir a Cristo resucitado y aplicarlo a la vida cotidiana en definitiva es conducir a todos de tal manera que podamos vivir este don inestimable de la paz que Jesús nos viene a traer.

Como ya lo decía San Agustín:”la paz es la tranquilidad en el orden” no en el desorden.

Por eso nunca habrá paz entre los pueblos y en el corazón del hombre si hay desorden, o sea falta del debido orden de aquello que es según la voluntad de Dios.

Pidámosle a Dios su luz y su fuerza para que podamos vivir a Cristo resucitado predicándolo en la vida cotidiana que nos toca vivir.

No vivamos el divorcio entre fe y vida diciendo estamos hoy en la Iglesia hablemos de las cosas de Dios, mañana discutamos sobre el paro y lo que acontecerá el martes, evitando de ese modo percibir la realidad con la mirada de Cristo resucitado.

Cuando hay violencia, prepotencia, desorden, cuando hay todo eso que desechamos, en definitiva no está Cristo resucitado.

Cristo no ha muerto para que el ser humano se siga peleando con su hermano sino para que constituyamos todos una familia en la que podamos participar de esos dones que el Señor no ha dado a todos.

Pidamos por esta gracia y para que podamos pacificar a los que nos rodean.

Textos bíblicos: Hechos de los Apóstoles 2,42-47; Ira Carta de San Pedro 1,3-9; Juan. 20,19-31.

Reflexiones sobre los textos bíblicos del IIº domingo de pascua, ciclo “A”, domingo 30 de marzo de 2008.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “Nuestra Señora de Lourdes”, Santa Fe de la Vera Cruz.

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