“la vida del hombre está a oscuras sin la presencia de Cristo”.
Desde esta óptica liberadora que nos trae Cristo, sí es posible trabajar para recobrarnos nosotros mismos de las otras esclavitudes y opresiones.
1.-El Señor resucitado camina junto al hombre redimido
El mismo día de la resurrección, por la tarde, el domingo, primer día de la semana dos discípulos se dirigen a Emaús y están desconsolados porque no se sucedieron los acontecimientos como ellos esperaban.
Y Jesús se les acerca y comienza a caminar con ellos. De ese modo nos enseña que tiene interés en compartir nuestras vidas, preocupaciones, angustias, incluso nuestras confusiones, para arrojarnos luz, esa luz que proviene de la vida nueva de su condición de “hombre-Dios resucitado”.
Como a estos dos discípulos, muchas veces nos sucede que no reconocemos al Señor que camina a nuestro lado. Sus enseñanzas pasan inadvertidas o no le damos el valor que tienen.
¡Cuántas veces nos muestra lo importante a lo que tenemos que dedicarnos sin que lo percibamos!
¿Por qué no se lo reconoce? Porque se vive lo cotidiano no desde la fe sino desde las cosas. Las realidades temporales nos impactan tanto y con tanta frecuencia que nos acostumbramos a leer la realidad desde su fugacidad y no desde la perspectiva del resucitado.
Con frecuencia pensamos que nada nos puede decir “el estar aquí” entre nosotros del resucitado, o damos tanto por hecho esta presencia, que terminamos por vivir como si estuviera ausente confiando únicamente en nosotros mismos para solucionar los grandes problemas e interrogantes de nuestra existencia.
2.-La vida es un itinerario con Cristo a la santidad.
De allí la necesidad de hacer realidad el itinerario formativo de la presencia renovadora de Jesús, dejándonos moldear por El, que viene a nuestro encuentro.
Los discípulos que caminan a Emaús, ante la presencia de este forastero que indudablemente les ha caído bien, comienzan a descubrir lo que hay en sus corazones apenados.
¿Que comentaban en el camino? pregunta el Señor. -Tú eres el único extranjero que no sabe lo que sucedió en estos días-le responden. -¿Que cosa?-repregunta Jesús. Y comienzan a decirle que Jesús el Nazareno fue un gran profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de los hombres y cómo fue encarcelado, y muerto en
El corazón de estos hombres, que en realidad es prototipo de tantos otros, se descubre en su deseo más profundo cuando dicen lo que en verdad deseaban: “nosotros esperábamos que El fuera el que librara a Israel” -obviamente de la opresión romana-.
Confiaban que el Señor fuera un Mesías político, alguien que resolviera los problemas cotidianos, o que los librara de Roma.
En realidad, a pesar de que Jesús les enseñara otra cosa, no entendieron en su verdadera dimensión su mensaje, porque al recibirlo no salieron de sí mismos para abrirse a la “buena nueva”.
Jesús comenzará pacientemente a enseñar de nuevo que El no ha venido a liberarnos de las dominaciones políticas de este mundo sino de la opresión del pecado, a redimirnos del sometimiento del demonio, del espíritu del mal con el cual estábamos comprometidos después del pecado original.
Por eso es que el mismo apóstol San Pedro en la segunda lectura que acabamos de escuchar dice: “ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredadas de sus padres, no con bienes corruptibles como el oro y la plata sino con la sangre preciosa de Cristo el Cordero sin mancha y sin defecto predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes” (I Pedro 1,18-21).
3.-La liberación traída por Cristo nos compromete con lo cotidiano.
El Señor viene a liberarnos con su sangre, nos saca de la esclavitud del espíritu del mal y del pecado.
Y desde allí, es decir desde esta liberación y con la nueva fuerza que da su resurrección, - y para que veamos que no se desentiende de los otros aspectos de nuestra vida-, hemos de interesarnos y comprometernos de lleno con la cotidianeidad de nuestra vida.
Desde la óptica liberadora que nos trae Cristo, sí es posible trabajar para recobrarnos nosotros mismos de las otras esclavitudes y opresiones.
Para realizar esta tarea en el hoy de cada día, pero orientándonos a la eternidad, es que el Señor nos ha hecho inteligentes y con voluntad libre.
Iluminados justamente por Él, podremos dar respuestas valederas en medio de una sociedad tan convulsionada y paradójica como la nuestra.
De allí que sea una pretensión ilusoria esperar que Dios lo resuelva todo. El está a nuestro lado, camina junto a nosotros, pero no le podemos pedir al Señor que solucione aquellos males de los que muchas veces el ser humano es responsable.
Dios nos ofrece su luz y fuerza para que libremente resolvamos los problemas de cada día. De allí que sólo el ser humano es el responsable último de un mal gobierno, de un mal manejo de la economía, de problemas en el ámbito social, de disturbios, en fin de tantas cosas.
No es responsable Dios del hecho que un chico pegue y patee a una maestra, o se produzcan hechos de violencia entre los “educandos”, sino de una sociedad que se ha acostumbrado a convivir con la violencia y no es capaz, o mejor dicho no quiere a través de quienes corresponda, poner límite a tanta confusión.
De allí –por ejemplificar esta sólita situación que mencionamos- la necesidad de que cada uno asuma sus propias responsabilidades: el gobierno, no utilizando las milicias populares que actúan al margen de la ley y el orden; los padres que eduquen a sus niños y adolescentes y respeten ellos mismos a las autoridades educacionales no dándoles la razón irracionalmente a sus hijos- como sucede en el presente- ,el ciudadano común exigiendo la implementación de medidas correctivas de una situación cada vez más anárquica, y en fin todos, trabajar por la paz y la convivencia entre hermanos desde la óptica de que todos somos hijos de Dios.
Si estamos enseñando a la sociedad que todo vale, que todo es legítimo con tal de imponer el pensamiento único de los poderosos, no nos extrañemos que se desate lo más degradante para la persona humana.
4.-Cómo reconocer a Jesús en la vida diaria.
Pero tengamos en cuenta que los discípulos lo reconocen al partir el pan.
O sea que es
La participación del Cuerpo y
Es participando de
De tal manera que quien se une así con El Señor ya no lo deja más.
Como en varias oportunidades lo expresé, en nuestra existencia perdemos todo o podemos perderlo todo. Aún incluso sin nuestra voluntad.
Lo único que no perdemos si no queremos, es la amistad con el Señor, la amistad con Cristo, ya que nadie tiene potestad para quitar esa unión, esa intimidad con El, el ir profundizando en la vida de Jesús que transforma realmente al cristiano.
¡Cuánta gente en la sociedad vive desorientada, angustiada, sin rumbo, y pareciera que todo está perdido! Sin esperanza, ni siquiera en la vida eterna. Y todo porque no tienen a Jesús en su corazón y su vida.
De hecho si ahondamos en las angustias del hombre actual, la mayoría de las veces se debe a la ausencia de Cristo Nuestro Señor. Pareciera que todo se va perdiendo o que es difícil de entender.
Es una manera de expresarle: la vida del hombre está a oscuras sin la presencia de Cristo.
Humildemente decirle al Señor “quédate con nosotros”, quédate conmigo, mi vida está oscura porque mi familia está a oscuras, anochece por los problemas, las dificultades, te necesitamos a ti.
Enséñanos como a los discípulos de Emaús cómo descubrir tu voluntad, tu vida, el camino que nos muestras para estar cada día mas unido a Ti y a partir de allí caminar seguros al encuentro del Padre.
Por otra parte, todo esto nos lleva a la misión, ya que la eucaristía, la comunión con Cristo, lleva al cristiano a desear permanentemente comunicar esta alegría a los demás.
Estos dos discípulos luego de caminar diez kilómetros con Cristo vuelven en medio de la noche a Jerusalén para transmitir el gozo y la alegría del resucitado.
También nosotros estamos llamados a llevar el gozo y la alegría del resucitado.
Hoy el Señor Arzobispo en Guadalupe dio comienzo a la misión Arquidiocesana para la zona oeste de la ciudad.
Se nos pide que sigamos el impulso misionero que transmite Cristo resucitado y que vayamos con alegría a comunicar a los demás el misterio Salvador del Señor.
Y así, cuando nos encontremos con alguien que está sumido en el pecado o alejado de Dios o de una vida sin rumbo o con un camino distorsionado poder decirle con humildad: “levántate, únete a Cristo resucitado”.
¡Cómo es posible que sigamos todavía en la esclavitud y sumidos en la oscuridad más terrible! No estamos llamados más que a la vida nueva que Cristo resucitado nos ofrece.
Pidámosle a María Santísima de Guadalupe que hoy honráramos, que nos enseñe a conocer cada vez más a su Hijo y nos lleve al encuentro del Señor.
Y Ella que es por esencia misionera, que se hace presente permanentemente en los distintos lugares de nuestra Patria, nos dirá “aquí estoy yo para conducirlos al encuentro de mi Hijo”.
Reflexiones sobre los textos de la liturgia dominical del 06 de Abril de 2008. IIIº domingo de Pascua. I Pedro 1,17-21; Lucas 24,13-35.
Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”
www.nuevoencuentro.com/tomasmoro;
http://ricardomazza.blogspot.com.
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