“En nuestros días es patente esta larga serie de traiciones y de compra y venta de voluntades”.
Para conseguir dichos objetivos era necesario silenciar al pueblo en su profesión religiosa, dando carta blanca al paganismo más profundo, retrocediendo el pueblo de su fe en el Único Dios para someterse al Dios Estado.
En rigor esta nueva propuesta de desculturalizar un pueblo fue un antecedente en el pasado de la filosofía de Gramsci.
Es cierto, hay que reconocerlo, que Antíoco pensaba producir el cambio a sangre y fuego, mientras que Gramsci es partidario de producir transformaciones lentamente, variando el pensar del pueblo para ir inculcando “nuevos valores”, o mejor dicho “nuevos desvalores”.
En lo que ambos coinciden es que hay destruir la fe del pueblo o vaciar esa fe de un contenido pétreo, ya que la misma es un obstáculo para la dominación de un pueblo.
Para Antíoco la piedra que hay que desplazar es el culto al Dios de
Pero volvamos a Antíoco IV Epífanes.
Es propio del tirano tratar de imponer su voluntad a través de la fuerza bruta pensando que el temor diezmará al enemigo.
En rigor este modo de razonar no hace más que dejar al desnudo la debilidad del gobernante invasor que pretende lograr por el poderío militar lo que no puede conseguir con la fuerza de los argumentos, ya que estos no existen o porque no condicen con el pensamiento de los oprimidos.
El poder de las armas, sin embargo, no logra lo que pretende el rey ya que se le opone un pueblo que no está dispuesto a dejarse vencer renunciando a su fe en el único Dios.
Antíoco entonces, profundizando su proyecto, idea una solución que muchas veces los gobernantes utilizan: lograr la traición de las clases dirigentes.
Es notable percibir cómo a lo largo de la historia humana, muchos pueblos son vencidos por medio del “precio de la traición”.
Partiendo de la tesis de que todo hombre tiene un precio, se busca tentar a los líderes -que se enfrentan al tirano- para debilitarlos y conseguir su objetivo, mediante la compra de las voluntades.
Y así la miserabilidad de los distintos actores de esta trama siniestra aparece en toda su bajeza.
La “compra” de voluntades habla a las claras de la existencia de seres humanos que no vacilan un instante en degradar la dignidad humana, no sólo la propia sino también la ajena.
Nos enfrentamos con una especie de idolatría, ya que se deja de adorar al Dios verdadero y a
Se cede a la tentación latente desde el pecado original de querer ser como “dioses”, perdiendo de esa manera la personal dignidad de hijos de Dios, y disponiéndose a realizar lo que les da la gana.
Los “traidores” demuestran a las claras que no les interesa si sus decisiones denigran o perjudican a los demás. No buscan con sus acciones el bien de todos, sino el suyo propio.
En el fondo dejan al descubierto su personal sordidez y su incapacidad para oponerse al poder de turno para defender la verdad.
Dirán para justificarse que deben ser fieles al bando que los ha encaramado en alguna esfera del poder, como si esta fidelidad puede ser superior a una más alta: la fidelidad a la verdad.
La conciencia de estos ingratos fácilmente se tranquiliza suponiendo que “si no soy yo será otro” el que actúe de manera pérfida.
Por lo general este tipo de personajes tiene un pasado no muy santo, que los hace débiles para asumir con valentía compromisos enaltecedores, vulnerables siempre ante las pretensiones del poder de turno.
Y como no se puede servir simultáneamente a Dios y al dinero, prefieren inclinarse ante el espejismo de grandeza que les ofrece el mismo, antes que servir a la verdad que les presenta su Creador.
En nuestros días es patente esta larga serie de traiciones y de compra y venta de voluntades.
Y así por ejemplo, el vaciamiento de los países de sus recursos naturales supone siempre la existencia de un poder tiránico que quiere despojar a las naciones de su patrimonio para utilizarlo como factor de dominio, y de una clase dirigente a la que no le interesa traicionar su propia Patria si eso supone atiborrarse los bolsillos de abundante ganancia.
La imposición del aborto, la eutanasia, la esterilización, la anticoncepción y todo género de elemento denigratorio de la persona humana, no significa sólo una concepción ideológica particular que se quiere cargar a toda costa en los pueblos vaciando su cultura, sino que están en juego la codicia de riquezas y el dominio de los fuertes sobre la debilidad de los que ya no tienen voz en este mundo: los pobres, los niños, los enfermos, los ancianos.
En el mundo laboral, para someter al hombre, se implementan políticas que estudian los “recursos humanos” que se necesitan para las empresas modernas.
Para ello no pocas veces un selecto número de profesionales de la salud “mental” deberán convencer a los trabajadores a través de cursos de “perfeccionamiento laboral”, que su verdadera realización y perfección supone siempre trabajar más, sin pretender mejores remuneraciones, mayor presencia en sus familias o el descanso dominical.
Y si algún rebelde trabajador se presentara oponiéndose a este sistema agobiante, deberá llamarse a silencio – porque los que han de velar por los derechos laborales ya “han sido convencidos” de la bondad de este sistema- o escuchar: “si no te gusta, ahí tenés la puerta”, detrás de la cual esperan impacientes, innúmeros candidatos dispuestos a probar suerte.
El recorrido podría extenderse mucho más si contamos con los que ascienden a cargos altos a pesar de su ineptitud, porque tienen el sólo “mérito” de ser esclavos del poder de turno, o los que –como en la antigua Roma- por paga mercenaria aprueban leyes irracionales, juzgan al inocente por un par de monedas, o forman fuerzas de choques para mantener el esquema de poder reinante.
Pero volvamos -luego de este paréntesis de pensamiento- a la figura de Antíoco.
El pasaje de 1 Macabeos 2,15-29 narra los comienzos de la revuelta macabea. Todo empieza cuando un inspector real llega a Modín, lugar de residencia del sacerdote Matatías.
El pueblo, situado a unos
Invita de manera especial a Matatías por su ascendiente sobre los demás tratando de comprarlo: “Tú y tus hijos recibirán el título de amigos del rey, serán premiados con oro y plata y muchos regalos” (v.18).
El intento de sobornar voluntades está consumado. El emisario real toma esto como un hecho bastante frecuente, posiblemente lo ha repetido muchas veces para obtener el favor de los que suelen tener vocación de traidores.
Pero Matatías no sólo se niega sino que muestra su dignidad diciendo “¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres! No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda” (vv. 21 y 22).
Este lenguaje habrá desconcertado al emisario real. No estaba acostumbrado a que alguien se negara ante las seducciones del poder y el dinero.
Pero allí estaba presente la dignidad de toda una familia de judíos fieles que ofrendaban sus vidas por defender la verdad de su Dios.
Pero sucede entonces que un judío, para evitar posteriores represalias contra el lugar, intenta cumplir las órdenes del rey.
Matatías, estremecido de cólera al ver a un judío sacrificar a los dioses paganos, y siguiendo los preceptos de la ley (Dt. 13,7-12) castiga con la muerte al apóstata y mata también al inspector real.
Esta acción supone el paso de la resistencia pasiva a la lucha abierta huyendo Matatías y sus hijos a los montes, ¡para comenzar la lucha de guerrillas!...
Después de un período de resistencia, acompañado de numerosos fieles y ya a las puertas de la muerte afirma:"Ardan de celo por
Y exactamente eso le ocurrió a Antíoco Epifanes a su muerte! (1Mac. 6, 8-13).
Hermosos consejos deja a la posteridad Matatías, permitiendo entrever a quienes creemos que es necesario ser testigos de la verdad aunque muchas veces tengamos que sufrir el desprecio, la ignorancia, la indiferencia y hasta la misma muerte.
En Matatías se conjuga el amor a Dios y el amor a
Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”.
Santa Fe de
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