Habíamos meditado la semana pasada sobre la gratuidad de los dones que provienen de Dios, y cómo al ser humano le cuesta entender esto.
Acostumbrados a aquello que nos es debido en justicia, pretendemos que también Dios con sus dones tenga idéntica actitud para con nosotros.
Pero el Señor siempre nos sorprende y nos muestra que todo lo que proviene de El, es dado en abundancia, generosamente, y lo entrega como quiere y cuando quiere.
En relación a esto es importante que demos gracias a Dios, porque si se pesaran sus acciones con la medida de la justicia humana, no podríamos merecer lo que El nos entrega tan abundantemente, ya que nuestras obras son tan pobres, tan miserables, que en nada se pueden comparar con la gracia que proviene de Dios.
Y Dios sigue invitando a trabajar en su viña, esto es, la Iglesia, como la denomina el Concilio Vaticano II.
Cuando Jesús invita a trabajar a su viña, atrae a laborar en la Iglesia, la nueva viña del Señor, como en el Antiguo Testamento Israel era la viña del Señor.
Dios no quiere que haya alguien ocioso, sin trabajar en su viña, y por eso sigue llamando a través del tiempo, de la historia humana, y a pesar de que muchas veces el corazón humano no esté dispuesto a responder.
El texto del evangelio que acabamos de proclamar, resulta un tanto extraño en una de sus afirmaciones. Jesús les dice a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo de Israel que los publicanos y las prostitutas les llevan la delantera en orden a la salvación.
Sorprende que Cristo pueda decir eso. Pero El explica de inmediato a qué se refiere: “Vino Juan enseñándoles el camino de la justicia y Uds. no le creyeron, en cambio los publicanos y las prostitutas sí le creyeron” (Mateo, 21,32) y se convirtieron.
Y más aún, Uds. “viendo esto no se convirtieron”…. Y siguieron adelante con sus costumbres, con sus mañas, con sus pecados.
Jesús no hace más que aplicar lo que dice anteriormente refiriéndose al propietario que pide a sus dos hijos vayan a trabajar a la viña.
El primero le dice “No quiero, pero después se arrepintió y fue” (vers.29), el segundo responde “Voy Señor, pero no fue (cf.Mt.21, 30), siendo el primero el que realiza el deseo del padre.
El pueblo de Israel, elegido por el Señor, dice “sí” al Dios Creador, al Dios de la Alianza, de los Patriarcas, pero después expresa “no” con sus perversiones y habituales infidelidades, llegándose a endurecer su corazón de tal manera que no reconociera al Salvador, a Jesucristo.
Y aquel otro hijo que dice “no”, pero después va, son los publicanos y las prostitutas que en un primer momento se han cerrado a la gracia de Dios, pero que después ante el llamado del Señor, se convirtieron y comenzaron una nueva vida.
Es decir no por ser publicanos o prostitutas o pecadores van delante de los ancianos y sumos sacerdotes o de los “externamente” puros y santos, sino porque se han convertido.
Conversión que supone la búsqueda, quizás sin saberlo, del Dios verdadero, y que una vez encontrado, le dijeron “si”.
Este proceder del Señor que recibe a quien se ha convertido no es injusto, -otra vez aparece en el profeta Ezequiel (cf. Ezequiel, 18, 25-28) el tema de la presunta injusticia de Dios, según el pensamiento y el decir humanos - .
¿Cuál es la causa de esta queja del pueblo elegido? Llegados a su tierra después del exilio, se encuentran los israelitas con una tierra devastada y piensan en la solidaridad en el bien y en el mal, de manera que los hijos deben pagar las culpas de sus padres, o verse beneficiados por las buenas obras de ellos.
Pero el profeta quiere producir en ellos un cambio de mentalidad: cada uno debe responder por sus actos ya que para Dios cuenta la actitud del individuo ante el bien y el mal.
De allí que el profeta hable de aquel que se ha mantenido fiel a Dios, pero que si en un momento de su vida pervierte esa voluntad y da la espalda a su Creador y decide el mal, no se salva de morir en ese estado.
En cambio aquel otro que estuvo lejos de Dios pero se convierte, motivado por la gracia de Dios, dejando su maldad, alcanza la salvación si muriera en ese estado.
Es decir que conversión y perversión conscientes anulan el pasado.
Vemos así la conexión entre la profecía de Ezequiel y el texto del Evangelio.
En efecto, el que dijo no pero después se dirige a la viña, es el convertido; el que dijo Sí, pero después no fue, es el que pervierte su recto camino.
Cuando los textos bíblicos presentan esta temática lo hacen de una manera muy simple, no podemos pedir a la palabra de Dios que caiga en detalles, es decir cómo se realiza la conversión.
En efecto, no se trata sólo de pedir perdón, confesarse, rezar tres aves marías y quedar limpio de todo, sino que tiene que existir una actitud de reparación.
Hay determinados pecados que exigen reparación por el daño provocado. Por ejemplo el pecado de escándalo que consiste en inducir a otros a pecar, a hacer el mal, exige la reparación del daño. Y a veces es imposible reparar, volver a la situación anterior.
En la TV, por ejemplo, hoy en día, hay una actitud permanente de inducir a otros al mal, incluso quienes así obran están felices y tranquilos pensando que están a tono con la cultura de nuestro tiempo, y eso es suficiente.
No tienen en cuenta que la corrupción del alma es mayor que cualquier otro mal.
De allí que es necesario vivir lo que nos dice el Apóstol San Pablo en la segunda lectura “tengan entre ustedes los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús” (Filipenses 2,5).
Como Cristo viene como Hijo de Dios hecho hombre a salvar al hombre, también nosotros como Iglesia, hemos de trabajar, metiéndonos en la viña del Señor, transmitiendo el mensaje de salvación, haciendo todo lo posible para atraer a quien está alejado, conducirlo a encontrarse con su Dios.
¡Cuántas veces hablando con gente conocida, amiga, dicen que se sienten vacíos, que su vida no llega a nada, que sienten necesidad de buscarle sentido a su existencia!
Pues bien, es necesario volver a las fuentes, que es Dios mismo y darnos cuenta que necesitamos transformarnos, tratando de atraer a otros a esta amistad con Cristo.
En este contexto de la misericordia de Dios y de la conversión del hombre sintámonos interpelados para trabajar en la viña del Señor.
Decir sí, y llevarlo a cabo en actitudes concretas y trabajar realmente para que el mensaje de Jesús sea conocido cada vez más, para que su vida se transforme en ideal para muchos.
Con su ayuda podemos realizar esto, ya que aunque en el mundo en que vivimos pareciera que todo se derrumba y nada podemos hacer, contamos con la fuerza invencible del Espíritu.
Reflexiones sobre los textos bíblicos de la liturgia del domingo XXVI durante el año (ciclo “A”), 28 de Septiembre de 2008.
Padre Ricardo B. Mazza, Director del CEPS “Santo Tomás Moro”.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com;
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