"Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada." Edmund Burke
11 de junio de 2009
La revelación de la intimidad divina
La Iglesia celebra hoy solemnemente a la Santísima Trinidad.
Nos presenta este misterio que es la razón de ser de nuestra fe católica.
En Dios, único por naturaleza, subsisten tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Ese Dios que existe y siempre existirá porque es eterno no ha hecho más que manifestar su amor para con todo lo creado, pero muy especialmente para con nosotros, que nos ha creado a imagen suya, para hacernos participar de su misma vida.
En este misterio de la Trinidad, Dios se desborda a sí mismo y devela su intimidad.
Y así, la pregunta que muchas veces acucia el corazón humano sobre quién es Dios, se ve respondida a través del misterio de la intimidad de Dios que se despliega.
Un Dios que incluso va mostrándose de acuerdo a las posibilidades del entendimiento humano.
Y así escuchamos en la primera lectura tomada del libro del Deuteronomio, cómo el pueblo de Israel tiene experiencia de un Dios que vive, a diferencia de otros pueblos vecinos que adoraban dioses sin vida. Frente al culto de divinidades muertas, el pueblo de Israel tiene experiencia a través de signos, señales y proezas verdaderas, de un Dios que vive, que le va diciendo al pueblo elegido: Aquí estoy, yo vengo a salvarlos.
Y así, rescatado de la esclavitud de Egipto, llevado a la tierra prometida, celebrando la alianza del Sinaí, descubre el amor de Dios para con ellos.
Y se dan cuenta que ese amor de Dios se remonta mucho más lejanamente, a los orígenes, a la creación. Y por eso Moisés les va diciendo que han de responder a ese Dios con el cumplimiento de los mandamientos, de los preceptos del Señor.
E inmediatamente es precisado en el texto de hoy, cómo de este modo, -el de vivir en comunión con Dios-, el corazón del hombre se ve liberado alcanzando la felicidad plena.
De hecho no es más que una manifestación de lo que sucede habitualmente, y que todos de alguna manera hemos comprobado: por el camino del mal, el hombre no encuentra más que desasosiego y vacío interior, causado por no vivir con quien se está religado desde la creación .
Y Dios se va mostrando indicando que su intimidad no está encerrada en sí misma, sino que su amor se manifiesta para que podamos compartirlo.
De allí que el mismo apóstol San Pablo nos dirá que por el bautismo fuimos constituidos hijos adoptivos de Dios en su Hijo Unigénito, y que esa filiación divina nos permite llamar a Dios Abba, que es más que Padre, “ papito”, e introduce al hombre en un diálogo amical, de ternura, con Dios.
Permite que por inspiración del Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo, cada uno de nosotros pueda dirigirse al Padre.
Qué hermoso es poder sentirse profundamente hijo del Padre y poder acercarnos cada día al Padre del Cielo y decirle: “¡Señor, yo soy tu hijo!, no soy como Jesús, estoy lejos de serlo, pero quiero por Él que me ha redimido, entrar también en esta relación de filiación y poder llamarte siempre: Padre”. “Quiero poder vivir y sentir cada día que tengo un Padre en el cielo”. “Cuando pareciera que todo se derrumba, que a nadie puedo acudir, saber que te tengo a Ti, y que si sé apreciar que tengo un Padre en el cielo experimentar que no existe la soledad en el corazón humano”.
De hecho, aunque tengamos todo, si nos falta el Padre, no somos nada, aunque nos faltara todo, si lo tenemos a Él, es suficiente.
Un Padre que nos mira, que se goza cuando hacemos el bien.
Porque así como un hijo que obra bien delante de su padre le produce alegría, y por el contrario lo entristece cuando obra el mal, también el hombre ante la mirada del Padre es causa de alegría cuando tratamos de imitarlo, y lo entristecemos cuando nos rebelamos contra Él creyendo que no tenemos Padre en el cielo.
Muchas veces el hombre se rebela contra Dios, especialmente cuando no todo sale como uno quisiera o cuando pensamos por alguna adversidad que no nos ama, o que no lo necesitamos, tentados siempre por la autosuficiencia.
Sin embargo es imposible negar que seamos hijos del Padre del cielo.
Como un hijo en la tierra por más que reniegue de su padre, no puede destruir la filiación y la paternidad, en el orden sobrenatural es imposible separarnos del Padre.
El Padre que espera al hijo, como el hijo pródigo, el que nos llama y siempre espera a su hijo y que al mismo tiempo nos va mostrando que el camino para llegar a Él es su propio Hijo Unigénito.
Desde el Padre nos sentimos movidos a ir al encuentro del Hijo para apreciarnos hermanos suyos, y considerarnos amados por el Padre como Él, e ingresando al mismo tiempo en la intimidad de hijos.
Por otra parte conocemos a Jesús más íntimamente cuando nos aproximamos mucho más a Él a través del misterio de la Cruz, de la muerte y de la resurrección.
Es la intimidad del Hijo que se nos despliega como diciéndonos “te he querido tanto como hermano que hice entrega de mi vida para salvarte”.
“No solamente para seguir lo que el Padre ya había mostrado al amarte, sino que yo como Hijo del Padre te amo como hermano y por eso quiero rescatarte de la muerte en la que has incurrido por el pecado de los orígenes para poder encauzarte por el camino que lleva a mi Padre que es también el tuyo”.
Y así Jesús nos va guiando por medio de sus enseñanzas y de su Palabra al encuentro del Padre.
Pero al mismo tiempo nos promete otro regalo, el don del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el amor entre el Padre y el Hijo constituyendo ese amor una Persona divina.
En efecto, el amor del Padre y del Hijo se manifiesta plenamente en nuestros corazones, y nos otorgan de un modo rebosante la gracia que viene de lo alto.
Es el Espíritu que promete estar siempre con nosotros, permitiéndonos ahondar en el conocimiento de lo que es la intimidad de Dios.
En la actualidad escuchamos tantas veces hablar de energía, de experiencias provenientes del mundo oriental para poder llenarnos de no sé qué fuerza, llegando hasta el panteísmo.
Nosotros desde la fe sabemos que esa fuerza y energía no salen de un mundo desconocido sino que es el mismo Dios que nos da la “energía” de la gracia santificante para participar de la vida de Dios.
Lejos de Dios no hay energía rara que valga, hace falta el don de la conversión y el entregarnos de lleno a vivir en comunión con Dios.
Esta es la verdadera presencia de la divinidad entre nosotros, la del Espíritu Santo con sus siete dones que nos va llevando poco a poco a la intimidad divina.
Comunión con Dios que no es desaparecer en Dios como algunas doctrinas filosóficas sostienen, no se diluye la persona en Dios, sino que seguimos siendo seres humanos que entran en comunión con Dios sin necesidad de desaparecer o diluirnos en la misma divinidad.
Por eso, entrar en la intimidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar en la intimidad del mismo hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios.
Esta imagen de la Trinidad la percibimos muchas veces en nuestra familia donde el padre y la madre son distintos entre sí y diferentes a los hijos, y estos lo son también entre sí, y están llamados a constituir una unidad a pesar de la distinción que dio lugar a la unión matrimonial y familiar.
Esta intimidad de Dios que nos lleva también a conocer al hermano que entra a formar parte de esta nueva vida que se nos ofrece.
Por eso es importante entrar en la intimidad de Dios y vivir siempre bajo la mirada del Padre, buscando la amistad del Hijo y siguiendo el movimiento interior del Espíritu, que nos conduce al bien, a lo que engrandece a la persona, y nos permite vivir en plenitud lo que somos : hijos adoptivos de Dios.
Sintiéndonos enviados por el Señor para hacer de los pueblos de la tierra discípulos suyos, para que entren en la intimidad desbordante del Dios Uno y Trino, enseñemos a guardar las enseñanzas de Aquél que prometió estar con nosotros, despejando todo temor, hasta el fin del mundo.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz. Reflexiones en torno a los textos bíblicos de la liturgia dominical del 07 de Junio de 2009, Solemnidad de la Santísima Trinidad (Deut.4, 32-34.39-40; Rom. 8,14-17; Mateo 28,16-26).-
ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-
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