El segundo libro de Samuel (12,7-10.13) nos presenta la figura del rey David en una situación muy particular, el David pecador. Ese hombre que se había distinguido por soportar todo tipo de persecuciones por parte de Saúl y que nunca quiso atentar contra su vida por el ser el ungido del Señor, que en muchas oportunidades manifestó humildad y confianza en el Señor, el que venció a Goliat desde su pequeñez y debilidad, salvando al pueblo elegido, presenta aquí el lado oscuro de su vida. Atraído por Betsabé la seduce aprovechando que su marido está en el frente de batalla y como fruto del adulterio ésta mujer queda embarazada. Para ocultar esto convoca a su marido con la esperanza de que encontrándose éste con su mujer, pudiera quedar libre de la culpa. Pero Urías, pensando que otros están en batalla arriesgando su vida, no se dirige a su casa. El rey David al no conseguir lo planeado lo hace regresar con cartas al comandante en jefe que indica su deseo que lo dejen solo cuando arrecie el combate para que muera. De resultas de esto Urías muere.
A causa de esto, por medio del profeta Natán, Dios le comunica al rey que su pecado ha sido abominable.
En el texto, Dios se muestra como el verdadero agraviado para que se vea que el adulterio, la mentira y el homicidio si bien son pecados que directamente se cometen contra el prójimo, apuntan al mismo Dios, habida cuenta que el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y, por lo tanto todo pecado contra el hermano es un dejar de lado al Dios de la Alianza que es el Padre común de todos.
No solamente se ofende al prójimo en sí mismo considerado, sino que se desconoce también su filiación con el único Padre de todos.
David, movido por la gracia de Dios, sin duda alguna, recapacita, reconoce su pecado, pide perdón, –el salmo 50 es fiel reflejo de la profundidad de su arrepentimiento, por cierto- y éste se le concede. David tendrá que ir purificándose para poder vivir nuevamente en profundidad la alianza con su Señor que abundantemente lo ha bendecido con toda clase de bienes y dones.
Su arrepentimiento supone que ha de reparar por su pecado, por el daño que ha ocasionado a su prójimo.
El texto bíblico puntualiza que Dios mira con agrado el corazón arrepentido de quien reconoce su pecado y desea retomar la amistad perdida, aunque el rey tenga que entregar como prenda el fruto del adulterio.
2.-La redención de la mujer pecadora.
En el texto del Evangelio (Lc. 7,36-8,3) aparece la misma temática aunque en otro contexto. En la ocasión, Jesús deja una serie de enseñanzas. La principal de ella es que como Hijo amado del Padre que se hace hombre, viene a buscar la oveja perdida y a todo pecador, y está dispuesto a perdonar el corazón arrepentido- ya que por los pecadores, -que somos todos, aunque redimidos-, viene a morir crucificado.
La escena que nos presenta el relato evangélico nos expresa que ha sido invitado a comer a casa del fariseo Simón. En medio de la comida y del diálogo que seguramente compartían, aparece esta mujer sin ser invitada. Censurada por muchos en la ciudad por la mala vida que tenía en su haber, aunque la habían utilizado para pecar, se acerca al Señor.
En ella está presente el influjo de la gracia que la conduce a la conversión. Ella se destaca entre todos ya que tiene para con Jesús los gestos propios de la hospitalidad que había omitido el fariseo.
Simón el fariseo que representa al hombre que juzga a la persona pecadora como si él fuera perfecto, piensa dudando de que Jesús fuera profeta ya que no reconoció que quien lo tocaba era una pecadora.
Jesús que conoce los corazones y, por lo tanto penetra el pensamiento de Simón, le deja a él y a todos los comensales, una enseñanza hermosa.
Le reprocha que mientras él no ha cumplido las reglas de cortesía para con un huésped, entre las que se menciona el recibirlo con el ósculo de la paz, como nosotros recibimos a alguien en nuestra casa con un beso, esta mujer no ha cesado de manifestar su reconocimiento para con el Señor.
Con estos gestos la mujer deja entrever su arrepentimiento y consiguiente respuesta de amor hacia quien la ha transformado rescatándola del pecado.
Al respecto Jesús nos alecciona también diciendo que el amor que manifiesta quien se arrepiente es fruto del perdón.
Cristo ha perdonado mucho -lo expresa a través del relato de los dos deudores a quienes se les perdonan sus deudas, aunque en diferente grado de importancia-, y esta mujer como respuesta ama mucho también.
Dios ha producido en el corazón de esta mujer un crecimiento en el verdadero amor, un agradecimiento hacia quien le ha devuelto la vida del Espíritu.
“Aquél a quien más se ha perdonado manifiesta más agradecimiento y amor”-afirma Jesús. El corazón noble de la persona que reconoce lo mucho que le debe al Señor, responde con amor.
En ambos casos, ya sea con David como con la mujer pecadora, se trata de dos personas que han recibido mucho de Dios.
En el caso de la pecadora –que muchos identifican con María Magdalena- no aparece una descripción, pero indudablemente ha recibido muchos dones del Señor que han sido traicionados y malgastados a través del pecado.
En el contexto podemos ver que es el mismo Dios quien comienza a recorrer ese camino de vuelta para el pecador para que entre nuevamente en contacto con el Salvador, ya que le dice Jesús “tu fe te ha salvado”.
La fe puesta en el Señor misericordioso que perdona, fe que implica reconocer que Dios es el más importante en nuestra vida.
De hecho cuando la persona no tiene una concepción de grandeza respecto a Dios, al pecado no lo ve como tal, ni le interesa pedir perdón porque minimiza todo. En cambio, cuanto más grande es la persona a la que ofendemos y así lo advertimos, mayor es el dolor y el arrepentimiento. Por eso la palabra del Señor “tu fe te ha salvado”.
3.-San Pablo salvado por las obras de la fe.
En la figura de San Pablo (Gál. 2,16.19-21) -relacionado con lo que venimos diciendo-, aparece encarnado aquello que la fe es la que salva, ya que para él es ésta la que justifica y no las obras de la ley. Él vivió esto en carne propia ya que cuando estaba sujeto a la ley de sus antepasados perseguía a los cristianos y no era este un medio de salvación.
En la medida que el apóstol respondió al Dios de la misericordia que por medio de Jesús le dice camino a damasco, “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, es cuando comienza su camino de estatura personal.
Él vivió la experiencia de lo que significa lo mucho que se le ha perdonado a alguien, respondiendo con amor inalterable a pesar de las pruebas.
Constata su pecado gracias al encuentro con Cristo y, por lo tanto, movido por su gracia, responde a ese Dios de infinita misericordia a lo largo de su vida, de día y de noche, en todo momento, en la estrechez y en la abundancia, en la cárcel y siendo libre.
Por eso llega a decir, -tan convencido está de los bienes de Dios-, que “yo estoy crucificado con Cristo”. Es decir que todo aquello que interfiera en la relación con Dios, está dispuesto a dejarlo. Y siendo Cristo el más importante en su vida expresará “ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí”.
¡Qué hermoso el que nosotros podamos llegar a esta altura, a esta santidad de vida que nos permita repetir convencidos estas palabra del apóstol!
Y que esto sea visible para todos como un ejemplo de vida, implicaría por cierto, testimoniar que es posible vivir en este mundo, a pesar de sus trampas e ilusiones, el ideal de la imitación de Cristo.
4.-Los bienes al servicio de la Evangelización
En conexión con esto quería recordarles, para concluir, que hoy se realiza en todo el país la colecta a favor de Caritas. Providencialmente encontramos en el mismo texto del evangelio de hoy una relación con la misma. El texto afirma que un grupo de mujeres acompañaban a Jesús y a los doce y “los ayudaban con sus bienes”.
¿Qué sentido tenía el ayudarlos con sus bienes? Como eran mujeres de fe son conscientes que debían auxiliar a la tarea de la evangelización, -dado que al no ser ángeles, necesarios son los bienes temporales que Dios da generosamente a todos para las necesidades propias y para sustentar a quienes menos poseen-.
Se trata de una enseñanza que se prolonga en la Iglesia que continúa la obra de Jesús: colaborar generosamente con los dones recibidos de Dios a la obra de la evangelización.
Cuando la Iglesia instituye estas colectas nacionales o universales como la de Caritas, Más por Menos, las Misiones, o al Servicio Universal de la Iglesia, siempre tienen esa finalidad: el compartir lo que tenemos para que algo tengan los que no tienen o para proveer a sufragar los gastos de las distintas obras de la Iglesia de modo que Cristo se haga presente en el corazón de todos.
En el caso concreto de esta colecta, se pretende prolongar la caridad, el amor del Señor en los hermanos más necesitados a través de nuestra ofrenda generosa según nuestras posibilidades.
Además, si recordamos lo que vivimos en cada Cuaresma, la limosna aparece siempre como una posibilidad concreta para expiar nuestros pecados personales y los del mundo.
Pidamos que nunca nos falte la luz de lo alto para ir conociendo lo que nos permite crecer en la vida cristiana.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”. En Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el XI domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 13 de junio de 2010. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario