3 de junio de 2010

La presencia de la Santísima Trinidad en nuestras vidas.


Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Santísima Trinidad que constituye el núcleo de nuestra fe católica. Hablar de la Santísima Trinidad no siempre es fácil ya que siendo un misterio de fe sólo la inteligencia humana elevada por este don sobrenatural puede alcanzar a vislumbrar que en una naturaleza divina subsisten tres personas, la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. Tres personas iguales en dignidad pero distintas en cuanto se manifiestan como Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Misterio de fe que si bien es incomprensible a nuestra pobre inteligencia humana, sin embargo se va develando mientras al mismo tiempo se oculta.
Eso sí, nos puede acercar a la intimidad de este misterio, el reflexionar sobre lo que es cada uno de nosotros, ya que nos enseña la Palabra de Dios fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.
Pues bien, en cada uno de nosotros encontramos como vestigios de la presencia de la Trinidad, ya que cuando hacemos algo que proviene de nuestra interioridad estamos expresando de alguna manera el ser divino.
En efecto, antes que se lleve a cabo la obra de arte que surge de las manos del artista, o la artesanía que crea el artesano, o la intervención quirúrgica realizada por el médico en beneficio del prójimo, o cualquier otra actividad buena que realice el hombre como creatura de Dios, la misma está presente en su pensamiento. Y una vez realizada la obra sigue residiendo el pensamiento humano en ella como su idea original y originante.
Sucede análogamente a lo que describe el libro de los Proverbios en la primera lectura (Prov.8, 22-31). El texto destaca que la Sabiduría de Dios estaba presente antes de la creación del mundo, y cuando afirma que fue creada desde la eternidad refiere a que fue engendrada, presente desde siempre junto a Dios, ya que se trata del mismo Hijo de Dios, anticipado de alguna manera en el Antiguo Testamento.
Ya el libro del Génesis –en sintonía con el libro de los Proverbios- cuando el relato de la Creación, repetirá invariablemente que Dios “dijo” y, fueron llamadas a la existencia todas las cosas, con lo que el pensamiento del Padre, hecho Palabra suya, se plasma en las obras.
Antes de la creación del mundo existía la Sabiduría, y una vez llamada a la existencia la realidad temporal, está presente la Sabiduría regocijándose ante lo creado, como nosotros nos alegramos ante la presencia de las obras realizadas que nos enaltecen y nos hacen presentes ante el mundo.
Y Dios sigue revelándose a través nuestro incluso por medio de la palabra. ¿Qué es la palabra? Es el medio al que recurrimos para exteriorizarnos ante los demás. También nos damos a conocer a través de signos y gestos, pero fundamentalmente con la palabra. Por la palabra descubrimos nuestro interior, pero también lo ocultamos. Se da un permanente develamiento de nuestro ser profundo pero al mismo tiempo ocultamiento, porque nunca nos damos a conocer totalmente. Y esto porque el ser humano es misterio que participa del misterio divino. Por eso nosotros decimos en tono coloquial que nunca acabamos de conocer al otro o de entendernos a nosotros mismos, porque somos misterio.
A través del lenguaje participamos nuestra interioridad, pero también la ocultamos, porque el misterio que es cada uno de nosotros es incomunicable, señalando así la imposibilidad por ser cada uno persona, de revelar plenamente lo sagrado misterioso que somos y poseemos.
En Dios se da esta manifestación de su interioridad a través de la Palabra. Así llama al Hijo de Dios San Juan en el prólogo del cuarto evangelio.
Pero Dios hace, que esa su Palabra, se haga hombre en el seno de María, ingrese en la historia humana, porque su delicia es “estar con los hijos de los hombres” (Prov. 8,30). Y justamente a través de Jesús, que es el Hijo de Dios hecho hombre, la Palabra viva del Padre, vamos entrando poco a poco en la intimidad de Dios.
Ese Dios que se descubre pero que se oculta, ya que nunca lograremos conocerlo plenamente, ni siquiera en la Vida Eterna, ya que allí lo veremos cara a cara pero al modo humano, es decir, según la capacidad posible al hombre. Imposible ver a Dios como Él se conoce ya que nuestra inteligencia es incomparablemente inferior como para poder tener acceso a la infinitud divina, pero que es suficiente para completarnos según nuestra capacidad de “verlo cara a cara”.
Pero Dios se muestra también como Amor. El amor entre el Padre y el Hijo en una contemplación eterna, presencializa al Espíritu Santo.
Al mismo tiempo, ¿qué es lo que el ser humano puede mostrar como lo más hermoso de sí mismo? El amor. Ese vocablo que tiene cabal importancia en la vida del hombre, aunque haya que purificar tanto en el presente, ya que el amor se confunde muchas veces con egoísmo, individualismo, búsqueda de uno mismo, faltando esa apertura hacia Dios y hacia las otras personas.
El amor de Dios Padre que se manifestó en la Creación y a través de la muerte y resurrección de su Hijo hecho hombre, se desborda derramándose en el interior del hombre para santificarlo, por medio del don del Espíritu.
De allí que el ser humano ha de luchar permanentemente para que el amor orientado a Dios y a los demás se vaya clarificando, de modo que cuanto más el hombre se purifica en su capacidad de amar, en el amor de Dios, más se realiza como persona y por el contrario cuando ese amor está contaminado se vive en la soledad más profunda, por no ser una prolongación del amor de Dios.
La Santísima Trinidad como misterio, pues, se acerca a nosotros. Cuanto más el hombre reflexiona sobre sí mismo va encontrando en su interior esos vestigios de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ya que fuimos creados a su imagen y semejanza.
¿Cómo ejercen la paternidad de Dios los padres en el seno de la familia? A través de la providencia. Como Dios es providente y cuida de sus creaturas, el ser humano prolonga en el tiempo la Providencia de Dios cuando busca el bien de los que se le confían, de los que están más cerca de él.
¿Cómo manifiestan las personas o cómo perfeccionan y continúan en el tiempo al Hijo? Cuando somos capaces de entregarnos hasta entregar la vida por Dios y los demás. Tenemos la experiencia que lo que cuesta, lo que es arduo se aprecia más, porque uno ha muerto a sí mismo para entregarse generosamente a la obra alcanzada. El ejemplo de Cristo es una invitación al hombre para prolongar en el tiempo idéntica vocación de entrega.
El Espíritu Santo que se derrama abundantemente en nosotros nos permite vivir en el misterio del Amor divino. Amor que rompe las barreras que dividen los corazones humanos y causa la unidad por el mismo Espíritu. Aún en medio de las diferencias que pueden existir entre las personas, cuando el fin es el mismo para todos, –Dios y el prójimo-, el Espíritu causa la unidad en una misma familia de creyentes.
En definitiva, la Trinidad de personas en la misma esencia divina, va impulsando nuestro corazón por medio de la esperanza –nos dice San Pablo en la segunda lectura (Rom. 5, 1-5)- de tal manera que caminamos por este mundo ansiando la plenitud que promete el encuentro con Dios.
Por eso el corazón humano aunque esté rebosante de cosas y de éxitos, nunca está satisfecho hasta que se encuentra con su Señor.
El que cada hombre haya sido creado a imagen y semejanza de Dios es un llamado permanente a encontrarlo a Él algún día.
Hermanos: Caminemos por este mundo tratando de hacer presente y de afianzar nuestra relación con el Padre reconociéndolo siempre como tal, ya que me ama y busca lo mejor para mí. Consolidemos nuestro trato con Jesús para que nos enseñe a vivir teniéndolo siempre a Él como camino que nos conduce al Padre. Unámonos más al don del Espíritu para que nos ayude a vivir en unidad y que por él hagamos presente en el mundo el amor que viene de Dios.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la Parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía del domingo de la Santísima Trinidad, Ciclo “C”, 30 de mayo de 2010. ribamazza@gmail.com; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.como.ar/tomasmoro.-

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