San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles (1,1-11) nos explica cómo el Señor después de su Pasión y Resurrección estuvo cuarenta días apareciéndose a sus apóstoles a quienes tenía que confirmar en la fe sobre su Persona y mensaje.
Lo comenzó a realizar en la misma tarde de su resurrección con los discípulos de Emaus que habían afirmado de sí mismos “nosotros esperábamos otra cosa”. Se trataba de hombres enseñados por Jesús, pero eran débiles, influidos por el mundo en el que estaban viviendo y no siempre se adherían con una fe firme a las enseñanzas que les había transmitido tantas veces.
Lo comenzó a realizar en la misma tarde de su resurrección con los discípulos de Emaus que habían afirmado de sí mismos “nosotros esperábamos otra cosa”. Se trataba de hombres enseñados por Jesús, pero eran débiles, influidos por el mundo en el que estaban viviendo y no siempre se adherían con una fe firme a las enseñanzas que les había transmitido tantas veces.
De igual forma continúa preparando los corazones del resto de los apóstoles después de la resurrección, mientras recuerda que Él vuelve al Padre para enviarles el don prometido, el Espíritu Santo que completará la obra iniciada por Él.
En relación a su anunciada vuelta al Padre le preguntan, “¿Señor es ahora cuando restaurarás el Reino de Israel?”. Siguen pensando en un reino temporal y no en el verdadero Reino de Dios que comienza con la persona misma de Jesús que se manifiesta y ofrece a los hombres para su salvación y se prolonga en la Iglesia. De allí que Jesús les contesta que no les corresponde a ellos conocer el día y la hora, sólo al Padre. Únicamente han de retener que recibirán el Espíritu Santo y serán testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría. Dicho esto se despide de ellos y vuelve al Padre.
Este retornar al Padre nos deja varias enseñanzas.
Por un lado, y esta es la primera, el cumplimiento de la promesa de que también nosotros estamos llamados a vivir en unión con el Padre del Cielo.
En efecto, pedíamos recién en la primera oración, que a través de la ascensión del Señor nos afirmemos en la certeza de que la humanidad ya está presente junto al Padre por medio de Jesucristo. De este modo se cumple también lo que había indicado anteriormente “me voy al Padre para prepararles un lugar, y cuando lo haya preparado volveré a buscarlos”. En definitiva la presencia de la humanidad de Cristo junto al Padre, anticipa que nos dirigimos desde la creación por designio de Dios, a que nuestra propia humanidad entre a participar de la divinidad.
Pero, y esta es la segunda enseñanza, Jesús indica el cumplimiento de lo ya anunciado por Él, el momento de su glorificación, que comenzando en la pasión, muerte y resurrección, culmina con la ascensión.
Se trata de un llamado a nosotros en el sentido de comprender que como el Maestro, hemos de pasar por esta vida llevando su cruz, asumiendo el dolor y la situación de siervos sufriente, para luego encontrarnos con el Padre.
Nos está diciendo que mientras transitemos por este mundo hemos de asumir las persecuciones de las que seremos objeto si somos fieles al evangelio, mientras nos asegura que después de la vida temporal llegaremos a la gloria junto al Padre.
Por ello es importante, y esta es la tercera enseñanza, pedir lo que el apóstol Pablo (Ef. 1, 17-23) desea para cada uno de nosotros “que Dios nos ilumine de tal manera que podamos valorar la esperanza a la que han sido llamados”, la del encuentro con Dios, “los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos”. Es decir que el cristiano puede alcanzar esa sabiduría que le hagan apetecer los tesoros de gloria que se nos prometen. Esta vida que no es solamente para el futuro sino que somos iluminados ya en este mundo.
Cuando el cristiano espera la plenitud más allá del tiempo, y esta es la cuarta enseñanza, se da cuenta que el transcurrir en el “ahora”, si bien lo asumimos como voluntad de Dios, no nos ata el corazón, sino que por el contrario nos orienta a buscar aquello que constituye la plenitud que la persona por el sólo hecho de ser imagen y semejanza de Dios anhela desde lo profundo de su corazón.
La vida del cristiano será un caminar hacia esa plenitud que se corona con Cristo Nuestro Señor que fue puesto por encima de todo lo creado, y esta es la quinta enseñanza. San Pablo lo afirma diciendo “elevándolo por encima de todo principado, potestad, poder y dominación y de cualquier toda divinidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro”.
Un mundo como el nuestro que se ha vuelto incrédulo, seguro de sí mismo y autosuficiente, de tal modo que no reconoce a nadie ni nada superior, no entiende que lo existente está puesto bajo la soberanía absoluta de Cristo.
De allí que se hace necesario recordar esta verdad que nos transmite el apóstol San Pablo cuando dice en una oportunidad “todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo del Padre” resumiendo así este señorío de Cristo sobre todo lo creado. Esta verdad ilumina y da sentido a nuestra vida ya que nos impide caer en la tentación tan frecuente de “adorar a otros dioses”, como el dinero, el poder o el placer.
La ascensión de Jesús nos interpela, en su sexta enseñanza, a ascender siempre en el camino de la santidad evangélica, en la imitación de Cristo. En la vida cotidiana luchamos siempre para “ascender” en todos los campos de la vida, y muchos de esos deseos y trabajos no son necesariamente malos en la medida que aspiramos ser mejores nosotros y poder servir al hermano, pero es fundamental que todo esto esté inserto en el deseo de ascender en conocimiento y servicio de Cristo y su Iglesia.
En este ascenso, y he aquí la séptima enseñanza, estamos llamados y enviados a la misión. Como a los apóstoles envía Jesús a todo el mundo para llevar el evangelio, nos envía a nosotros a realizar otro tanto.
En efecto, si bien es bueno contemplar las realidades celestiales para desde ellas darle a lo temporal un sentido nuevo sin que creamos erróneamente que en lo pasajero debe estar nuestro corazón, también es cierto que no debemos solamente contemplar como Jesús asciende, deseando el encuentro definitivo con el Padre, sino que hemos de ir al encuentro del hombre de nuestro tiempo para llevarle las enseñanzas del Señor.
En este Año de la Vida, pidamos al Señor resucitado que apeteciendo el encuentro definitivo con Él, no olvidemos llevar al mundo de hoy el mensaje de salvación que nos enaltece, nos colma de profunda alegría y, nos permite crecer permanentemente en la vida divina que nos da la gracia.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de la Ascensión del Señor. (Ciclo “A”). 05 de Junio de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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