Con la solemnidad de la Maternidad de María Santísima ingresamos nosotros a este Nuevo Año del Señor. Comenzar este espacio nuevo de tiempo en nuestra historia personal de la mano de María Madre de Jesús y Madre nuestra, es el mejor augurio que recibimos.
Un anuncio de esta realidad lo encontramos en el libro de los Números (6,22-27) en el que se recuerda la costumbre vigente en el pueblo judío, y que nosotros actualizamos. El sacerdote bendecía al pueblo en las situaciones especiales de la vida cotidiana y particularmente al comenzar un nuevo año. Se desea al rebaño elegido la bendición y protección de Dios, el cual hará brillar su rostro sobre cada uno de los miembros que permanezcan fieles a la Alianza.
Pues bien, gracias a María Madre, nosotros recibimos por el nacimiento de su Hijo la plenitud de la bendición de Dios, su protección. Dios hizo brillar sobre nosotros su rostro precisamente en el nacimiento en carne de su Hijo unigénito. Hasta el momento de este acontecimiento central en la historia humana no habíamos contemplado el rostro de Dios. Por medio de Jesús podemos contemplarlo con rostro humano y recibir en abundancia la gracia que nos quiere entregar. Todo este signo de bendición que es la maternidad de María, el nacimiento de Jesús, se traduce en el corazón del hombre en la posibilidad de vivir la paz, la que el mundo no puede alcanzar por sí mismo y mucho menos otorgarla sin Dios. En este día la Iglesia celebra desde hace años la Jornada Mundial por la Paz, pidiendo con énfasis este don que se nos otorga en el nacimiento de Jesús. Esta paz que como decía san Agustín es “la tranquilidad en el orden” que se consigue por la unión de la creatura con su Creador, en el caminar con perseverancia hasta el encuentro definitivo con quien nos ama con amor eterno. Es Él quien ordena nuestra vida, evita los desequilibrios que el mundo muchas veces quiere introducir en nuestro interior. En definitiva es Dios quien nos otorga su Paz para que podamos transmitirla a los demás. Todo esto lo recibimos de María, la cual, llegado el momento previsto por el Señor de la historia desde toda la eternidad, dio a luz a su Hijo.
El apóstol san Pablo nos recuerda (Gál. 4, 4-7) que este Hijo de Dios nació de mujer para ingresar en nuestra historia alcanzando ésta un matiz nuevo, no ya meramente la sucesión del tiempo, sino el “kairós”, el momento privilegiado en el que el hombre tiene la posibilidad de ser hijo de Dios.
Como decíamos el día de Navidad, nadie puede decir ya, que Dios no está con nosotros, porque con el Emanuel se ha hecho uno de nosotros para enseñarnos el camino al Padre.
Cuanto más profundizamos nuestra amistad con el Señor vamos comprendiendo más y más lo que implica ser “hijos adoptivos” del Padre. De allí que podamos decirle “Abba”, es decir papito, o padrecito, en la ternura del lenguaje íntimo y coloquial con Él, entablando una relación de exquisita confianza. Y esto es así, porque el Hijo unigénito ha venido a mostrarnos el rostro de su Padre que es al mismo tiempo nuestro.
Por eso lo vital que significa el ir a beber en las profundas aguas de la Sagrada Escritura para descubrir el misterio de Dios y del hombre.
En este encuentro con la Palabra divina, el texto del evangelio (2,16-21) de hoy nos deja varias enseñanzas en medio de su sencillez.
En primer lugar nos dice el texto “que los pastores fueron rápidamente” al encuentro del Niño recién nacido según las indicaciones del ángel. Vayamos también nosotros presurosos al encuentro de Jesús, no solamente en el lugar de su nacimiento, sino a lo largo de su vida, rápidamente, sin detenernos en otros entretenimientos que retardan nuestra verdadera felicidad, y así encontrarnos con el develamiento del misterio del Dios-hombre.
En segundo lugar se nos invita a no perder la capacidad de admirarnos. Tener la actitud de quien se encuentra siempre con la novedad profunda de un Dios que se manifiesta en la persona de Jesús, en su intimidad que se devela ante el que vive de la fe.
El estar con Jesús siempre dará lugar a la admiración por sus gestos y palabras. Y mientras nos admirarnos profundizamos el encuentro con su persona, con sus enseñanzas, con su vida.
¡Cuántas veces un texto del evangelio que pasa desapercibido para nosotros en diversas ocasiones en un momento determinado ilumina toda nuestra vida dándole nuevo sentido! Descubrimos así que lo que nos enseña no lo pecibiremos en otra parte.
Nos dice también el texto del Evangelio –en tercer lugar-, que María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. ¡Qué sublime poder conservar en el corazón todo lo que se refiere a Jesús y meditarlo!
Nosotros conservamos en nuestro corazón muchas veces el repudio hacia alguien, rencillas, envidias y secretas pasiones que no hacen más que envenenar nuestra vida interior impidiéndonos crecer como personas. María, en cambio, plácidamente guarda en su corazón lo que ve y escucha referido a su Hijo y, lo que éste produce en los pastores y en todos los que se acercan a contemplarlo.
Guardar en el corazón aquello que nos permite crecer como hijos del Padre, desechando lo que nos envenena, lo que nos aparta de Dios y de los demás, será nuestra tarea de cada día.
En cuarto lugar se nos dice que los pastores volvieron alabando y glorificando a Dios por lo que habían visto y oído. También nosotros estamos llamados a alabar y glorificar a Dios.
¡Cuántas veces manifestamos nuestra alegría y gozo ante acontecimientos positivos en nuestra vida, mientras que referidos al misterio del nacimiento en carne del Hijo de Dios no manifestamos demasiado entusiasmo! Con la gracia de lo alto hemos de sentirnos llamados a alabar a Dios por lo que Él es, e imitando a los pastores ir al encuentro de los demás para llevarles la presencia de Jesús.
Cuando alguien se siente mal, está amargado, no sabe qué hacer de su vida, decirle, “ve al encuentro de Jesús, detente en su presencia, en su vida, en su Palabra, búscalo, y allí encontrarás la paz que el mundo no puede dar”.
Queridos hermanos entremos de lleno en el misterio de la maternidad de María, agradezcámosle por que ella dio su consentimiento y así el Hijo de Dios se hizo hombre y nosotros fuimos constituidos hijos adoptivos del Padre, entrando de lleno en su misma vida.
Pidámosle a María que nos acompañe a lo largo de este año 2012, que nos proteja y ayude, para poder ver brillar sobre nosotros el rostro de su Hijo.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la misa de la Maternidad de María Santísima. 01 de enero de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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