Con el gesto de colocar el libro de los evangelios junto al Niño, queremos indicar que la Palabra de Dios se ha hecho carne, se hizo presente entre nosotros de un modo nuevo.
El anuncio de la venida del Mesías como Salvador, que hemos recordado en el tiempo de adviento es hoy realidad como lo recuerda el profeta Isaías en la primera lectura (9,1-3.5-6).
Y así “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz, sobre los que habitaban en la oscuridad ha brillado una luz”, refiere al pueblo elegido que en el siglo VIII a.C. veía peligrar su seguridad por la invasión de las tropas asirias presentes en Galilea en marcha a Jerusalén, y salvado por la intervención divina porque “el yugo que pesaba sobre sus espaldas” fue destrozado.
Pero el Señor siempre salvador de su pueblo, hace exclamar a Isaías hacia el futuro “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”.También hoy, al mundo que camina todavía en tinieblas, le ha nacido un niño, el Dios fuerte, el Príncipe de la Paz.
A este mundo que transita en tinieblas, sin rumbo, en el temor, sin sentido de trascendencia muchas veces, se le ha hecho presente Aquél que es la luz del mundo.
Este niño es el Hijo de Dios hecho hombre que viene a sacar al hombre de sus postraciones y miserias, interpelándolo para que dé una respuesta a su persona, su vida, su enseñanza.
Aunque Cristo es la Luz que ilumina a todo hombre de buena voluntad, se encontrará con muchos corazones en tinieblas que no le abrirán su corazón. De allí la importancia de ir al encuentro del Señor que ha nacido.
El texto del evangelio (Lc. 2,1-14) nos dice que el ángel del Señor anuncia a los pastores este acontecimiento “les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo, hoy en la ciudad de David les ha nacido un Salvador que es el Mesías del Señor”. Anuncio hecho a los pastores, humildes de corazón, preparados para recibir ese anuncio, deseosos de encontrarse con la Salvación. Seguramente formaban parte de los judíos piadoso y creyentes que a lo largo de los siglos esperaban la venida del Mesías. Se dirigen presurosos a Belén y encuentran al recién nacido envuelto en pañales, recostado en el pesebre, que les deja un mensaje muy profundo, el que Dios se hace presente en la historia humana en la humildad de la carne.
Ya no se podrá decir que Dios está lejos del hombre, guiando al hombre a través de los signos de la nube, el fuego o la voz de los profetas. No, Dios se hace presente en la historia humana haciéndose Él mismo hombre en el seno de María Virgen, demostrándonos de esa manera cuánto importa cada persona humana. No nos ha dejado solos, a nuestra suerte, después del pecado de los orígenes, sino que ha venido a buscarnos para mostrarnos el verdadero rostro de Dios, y no ya figura alguna.
La ida de los pastores al pesebre es todo un signo porque no cualquiera se dirige a un niño en la debilidad de la carne. En efecto sólo pueden contemplar al Fuerte de Dios los que viven de la fe, con la certeza del cumplimiento de las profecías.
Instintivamente el hombre se dirige a lo que es foco de poder, de importancia, a aquello que representa riqueza, aspectos que no se vislumbran en Aquél que irrumpe en nuestra historia en la debilidad de la carne humana, en la pobreza, en la austeridad.
El Niño es la Vida Nueva ofrecida, no representa a los poderes efímeros que marean al ser humano y lo dejan a la deriva. De allí que no todos se dirigen al pesebre.
Nosotros, en cambio, sí debemos orientar nuestros pasos al pesebre y aprender que no estamos solos, que el Hijo de Dios ha entrado en la historia humana transformándola, no con el cambio que imponen desde la sociedad de consumo donde lo que sobresale es la figura de papá Noel y la frivolidad de la diversión.
Tenemos que vacunarnos ante esta cultura mediática que se mete en nuestra mente y corazón, con el peligro de concluir pensando con los criterios del mundo, de la propaganda, del comercio. El barbado vestido de rojo invierno nada tiene que ver con nuestra fe, con lo que hemos recibido desde antiguo.
Hoy nace Cristo el Salvador, el Hijo de Dios hecho hombre. Verdad que hemos de transmitir a los niños, muy particularmente, desde pequeños. Creer en que Dios se humaniza, se hace uno más con nosotros, nos acompaña a lo largo de la vida por más dificultosa que ésta sea, se hace camino que conduce al Padre, muriendo para la salvación del mundo.
No ser ingenuos y darnos cuenta que todos estos modos modernos de vivir la Navidad apuntan a vaciar nuestra vida de la fuerza del Evangelio. Desaparecido Cristo, presentando como algo intranscendente su nacimiento entre nosotros, concluimos que el hombre no necesita más que de sí mismo para salvarse de tantas miserias y males. Si Navidad es sólo encuentro entre amigos y familiares es fácil concluir que únicamente por ellos encontramos el bienestar en nuestras vidas.
Hoy en día son muchos los elementos que nos distraen de la verdadera fe y que si nos los advertimos captan nuestro corazón, haciéndonos vivir contrariamente a lo que nos comunica la luz de Cristo, reinando más lo que nos enseña la televisión o la moda.
¿Quién nos ha salvado rescatándonos del poder del maligno para dirigirnos al Padre? Desde la fe sabemos que Dios se hace hombre para hacernos partícipes de su misma vida. Todo esto está en sintonía con lo que san Pablo le dice a su discípulo Tito (2,11-14) “la gracia de Dios que es fuente de salvación para todos los hombres se ha manifestado”. Esto se cumple en el advenimiento de Cristo, el verdadero “Él” que salva.
Al respecto nos dice el catecismo de la Iglesia Católica “El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la Persona de su Hijo (cf. Hch 5, 41; 3 Jn 7) hecho hombre para la Redención universal y definitiva de los pecados. Él es el Nombre divino, el único que trae la salvación (cf. Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación (cf. Rm 10, 6-13) de tal forma que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4, 12; cf. Hch 9, 14; St 2, 7) (n°432).
Sigue diciendo san Pablo refiriéndose a la gracia como fuente de salvación, “ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad mientras esperamos la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús”.
Como se advierte, ya en el tiempo del apóstol, siempre la tentación que acecha al cristiano, es el dejarse llevar por las costumbres de cada época en perjuicio de la vivencia de la fe.
La experiencia de la Navidad nos debe impulsar, entre otras cosas, a revalorizar la participación en la Misa dominical en la que gozosamente celebramos el misterio de nuestra salvación y manifestamos nuestra alegría de ser los predilectos de Dios que se ha dignado descender de su gloria tomando naturaleza humana para compartir nuestra suerte en este mundo.
El Señor viene a nuestro encuentro porque tiene esperanza de nosotros, es decir, que sepamos abrir nuestro corazón a su gracia salvadora convirtiéndonos a la vida de hijos de Dios, iluminados por la luz que viene del Niño recién nacido, dando testimonio a todos de la alegría que sólo procede de Dios.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la misa de Nochebuena del 24 de diciembre de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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