24 de febrero de 2012

“Nuestro sí ha de ser vivir como Cristo en la fidelidad al Padre”

Dios ha elegido al hombre para hacerlo partícipe de su misma vida.
 En esto consiste el proyecto de Dios sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros y lo mantiene a pesar de nuestras infidelidades, porque el sí de Dios no se transforma en no, sino que siempre es un sí que permanece.
Precisamente nos dice san Pablo (2 Cor. 1, 18-22) hoy, que las promesas de Dios “encuentran su sí en Jesús” y, su presencia entre nosotros manifiesta su voluntad de transmitirnos su misma vida. Sí de Dios que se mantiene a través del tiempo a pesar de la infidelidad del mismo hombre. Esta condición cambiante del corazón humano que hoy es sí, mañana no, la proclama el mismo profeta Isaías cuando dice “porque tú no me has invocado Jacob, porque te cansaste de mí, Israel, me has abrumado en cambio con tus pecados, me has cansado con tus iniquidades”.
Como recordaba san Pablo, la persona de Cristo es un continuo sí a la voluntad del Padre, ya que entra en la historia humana para realizar sus promesas, el proyecto de salvación sobre nosotros.
¿Y qué ha prometido desde antiguo el Padre? El profeta Isaías (43, 18-19.21-22.24b.25) nos dice “No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas, yo estoy por hacer algo nuevo, ya está germinando. ¿No se dan cuenta?”.
La tentación del hombre es vivir en el pasado, siempre refunfuñando por lo que sucedió, detenerse en lo que le impide vivir en plenitud el tiempo presente y el futuro que Dios le brinda para crecer y santificarse.
El estar absorto en lo que sucedió, se presenta como un gran obstáculo para descubrir que el Señor siempre quiere hacer algo nuevo, renovando nuestro corazón.
El Señor ofrece una liberación total realizando algo nuevo en el corazón del hombre, en la sociedad toda y en las estructuras temporales en las que estamos insertos.
Con la curación del leproso, el domingo pasado, reflexionamos sobre la primera parte del itinerario penitencial de cada hombre de buena voluntad. El leproso va al encuentro de Jesús y le dice “Si quieres, puedes curarme”. Tocado por la gracia encuentra la salvación cuando abre su corazón a la acción misericordiosa de Cristo, dejando atrás las prescripciones del Levítico para acudir al único que podía curarlo.
Dejó atrás las cosas pasadas para permitir que Jesús hiciera algo nuevo en su interior, a través del envío al sacerdote, anticipo del sacramento de la reconciliación que nos permite “ir germinando” y creciendo la novedad de la gracia.
En el texto evangélico (Mc. 2, 1-12) de hoy, Cristo sigue insistiendo en la misma línea cuando cura al paralítico, produciendo el asombro de los presentes porque “nunca habían visto nada igual” realizado por los hombres, anticipando así el hecho de quienes prolongarían en el tiempo la acción salvífica de Jesús.
Estos “hombres”, a pesar de sus pecados, por el sacramento de la penitencia, levantarán a muchos de la parálisis del pecado.
El pecado impide caminar hacia Jesús y hacia los demás, por eso la necesidad de la fuerza curativa del maestro. Y entra aquí en juego no sólo la fe del reconciliado y curado, sino también la comunidad.
En efecto, el texto proclamado señala que Jesús al ver la fe de esos hombres, los cuatro que llevaban al paralítico, dijo al enfermo “tus pecados te son perdonados”. No solamente causa la salvación la fe personal del paralítico, sino también la de la comunidad que junto con el enfermo se dirige hacia el Señor y la salvación que otorga.
La presencia de Cristo pone en evidencia que viene a curarnos, resaltando esto como algo inaudito, ya que “¿quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”. De modo semejante nosotros omitimos la confesión porque pensamos que el sacerdote, hombre igual que nosotros, no puede perdonar los pecados a causa de sus imperfecciones o porque sólo Dios puede perdonarlos. Y a la postre, el católico se comporta como si fuera protestante, ya que al no creer en el poder otorgado al sacerdote, prefiere arrepentirse sólo ante Dios sin tener nunca la certeza de haber recibido la reconciliación debida.
Esta mentalidad ingresó de tal manera entre nosotros que negamos la mediación de la Iglesia pensando que es suficiente el sólo encuentro con Dios.
Abarcando esto a la misma eucaristía, la reducimos a una simple cena entre amigos y, no creemos que es el sacrificio por excelencia por el cual somos reconciliados por y con el Padre. Y si es una simple cena entre amigos, nos damos el lujo de omitir la misa semanal dando prioridad a otras cosas.
Junto a esto la pérdida del sentido del pecado en nuestras vidas –como señalaba hace mucho Pío XII-, nos lleva a pensar que sólo nos equivocamos, o tenemos un desliz, o fallamos, pero no nos sentimos como en realidad lo somos, indiferentes a la grandeza de Dios, al cual ofendemos sin sentimiento de culpa alguno, ya que nada pareciera ser pecado.
Por eso la imposibilidad tan frecuente de acercarnos a Cristo, ya que forma parte de mi existencia de fe. Y Cristo nada podrá hacer por nosotros, ni decirnos “levántate y camina” evocando la realidad de la resurrección que nos brinda cada vez que nos perdona. Imposible así salir del sepulcro del mal que nos tiene sujetos para tener la vida propia de los “hombres nuevos” en el “hombre nuevo” que es Jesús.
Todo esto nos debería llevar a preguntarnos si queremos realmente que Jesús haga en nosotros lo que indica Isaías “Yo estoy por hacer algo nuevo, ya está germinando”.
¿Queremos que “esto nuevo” sea realidad en nuestro interior, o seguiremos viviendo nuestra fe a medias, sin profundizar nunca el don del bautismo?
¿Viviremos siempre en el pasado pensando que siempre fuimos así y por lo tanto no hay posibilidades de que germine la novedad del encuentro con la persona de Cristo y su palabra? O por el contrario, ¿nos orientaremos hacia el Maestro que siempre fue un sí constante al Padre, buscando por medio de la fidelidad a la salvación, ser un sí permanente a Jesús?
No seamos un día sí, otro día no o vamos a ver, ante la gracia recibida, sino seamos un continuo y vigoroso sí al proyecto divino sobre nosotros.
Pidamos esta gracia y trabajemos con sincero corazón para merecerla.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 7mo domingo durante el año. Ciclo “B”. 19 de febrero de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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