Evangelio significa Buena Nueva. Jesús es Evangelio del Padre, su Buena Noticia, con su persona, palabra, y su vida entera.
La necesidad de proclamar la Buena Nueva está urgiendo ya en el Antiguo Testamento cuando la condición del hombre luce miserable.
El libro de Job (7,1-4.6-7) deja al desnudo lo que padece el ser humano en este mundo: “¿no es servidumbre la vida del hombre sobre la tierra?” Nos acostamos de noche pensando en el amanecer, la noche se hace larga, los días corren rápidamente y llega a su fin nuestra existencia, y concluye “recuerdo que mi vida es un soplo y mis ojos no verán más la felicidad”.
Esta vivencia dramática de que la existencia temporal “es un soplo”, toca lo más profundo del corazón del hombre. Percibiendo nuestra orientación constante hacia la vida eterna, Job calla ante la presencia tan acuciante del mal y del sufrimiento.
Es tan consciente el hombre de la precariedad y tedio de la existencia humana, que las distintas ideologías que buscan acaparar al hombre, le prometen siempre el paraíso en la tierra, mientras acusan a la Iglesia de presentar “el espejismo” del paraíso celestial.
En realidad, la promesa del paraíso en la tierra, no es más que una ilusión que entretiene y distrae de la verdadera búsqueda del Creador por parte del hombre.
En nuestros días experimentamos el permanente llamado de vivir en el disfrute de las cosas, en todo tiempo y lugar, sin que alcancemos por ello la verdadera felicidad, porque nunca podremos llegar al “paraíso original” y terrenal, concluido como está por el ingreso del pecado en la humanidad toda.
¿Estamos, pues, condenados al pesimismo, a la angustia de por vida, por no lograr la felicidad que anhelamos? No. Cristo se presenta entre nosotros como evangelio, buena nueva liberadora de nuestras limitaciones y heridas.
“Llevaron a todos los enfermos y endemoniados” (Mc. 1, 29-39)- afirma hoy el texto evangélico, y sigue, “sanó a muchos enfermos que sufrían de diversos males” y “expulsó a muchos demonios”. El estado de cosas vigente en el libro de Job, pues, se repite ante Jesús interpelándolo, y Él se presenta como médico del alma y del cuerpo.
Viene a sanarnos del mal del pecado -que ha herido de muerte la vida misma del hombre-, por medio del perdón y de la misericordia, y con la sanación del cuerpo, -si bien no promete que esto suceda necesariamente en todos los tiempos-, nos hace percibir cómo desde la enfermedad y limitación somos elevados para poder servir al Creador y a los hermanos, continuando su obra evangelizando, es decir, siendo buena nueva para el mundo, dando a conocer las maravillas que realiza cada día.
Esta verdad aparece brevemente en la curación de la suegra de Simón. El escueto relato está lleno de significación. Muestra la enfermedad, “tenía fiebre”, y sus consecuencias, “estaba en cama”, la actitud de Jesús “Él se acercó”, “la tomó de la mano y la hizo levantar”. Tomar de la mano afirma la cercanía del Señor ante las miserias del hombre sacándolo de la hondura de las mismas, levantándolo para seguir en esta vida con una mirada nueva, evocando también la futura resurrección.
Prosigue el texto recordando “que no tuvo más fiebre, y se puso a servirlos”, señalando que la curación es una ocasión favorable para continuar sirviendo a los demás y anunciando la buena nueva salvadora que es Cristo.
Por eso la evangelización o anuncio de Cristo, se da junto a la promoción del hombre.
El verdadero anuncio de Cristo como Salvador apunta siempre a rescatar al hombre de sus miserias y elevarlo a su dignidad como persona.
Si hermanos nuestros siguen en la miseria, sin trabajo, sin vivienda, sin salir nunca de la postración, mutilados por las degradaciones más grandes, sin que se tengan en cuenta sus derechos, es porque Cristo buena nueva no ha sido proclamado, y si lo fue, no ha significado más que un bello discurso pero no una verdadera transformación del hombre y de la sociedad, porque continua vigente el pecado del hombre.
Cuando en cambio la conversión ha calado hondo por la recepción de la persona de Cristo y su enseñanza, el creyente tiene iniciativas que miran a la exaltación de la vida, a la promoción del prójimo en todos los campos de la existencia, a la proclamación de la justicia, luchando para que cada uno de nosotros crezca como hijo de Dios.
Cuando Jesús cura a los enfermos y a los endemoniados no lo hace para que zafen de esa situación, sino para que se de inicio a algo diferente en beneficio de los demás dentro de una visión nueva de la fe. El mismo Cristo prohíbe a los demonios referirse a su persona para que gente no se acerque a Él como si fuera un milagrero, sino con la actitud de fe de quien reconoce que es el Hijo de Dios y, por lo tanto, se adhiere a su persona y vida con la intención de comenzar un cambio auténticamente cristiano.
En nuestros días también esto acontece a menudo cuando buscamos lo prodigioso realizado por sedicentes sanadores, pero sin que esto implique un cambio en el modo de vivir nuestra fe, que sigue siendo algo meramente epidérmico.
Esto nos lleva a considerar aplicándolo a nuestra vida, aquello que afirma san Pablo hoy (1 Cor. 9,16-19.22-23), “pobre de mí si no evangelizara”. Preguntémonos si Cristo Buena Nueva ha entrado en nuestro corazón, si nos ha transformado de tal manera que a su vez lo anunciamos a los demás con profunda alegría.
Pensando en esto recuerdo que días pasados en un hospital de la ciudad de Rosario un grupo de personas rectas se hicieron presentes en apoyo del equipo de médicos que no se prestaba a la política abortista del gobierno de la provincia. La intendente, socialista ella, mencionaba la necesidad de que sean trasladados a otra parte, mientras se buscaba a otros que se plegaran al homicidio institucionalizado.
A los honestos que no asesinan chicos se los pretende infamar colocando sus nombres en una lista de objetores de conciencia, como si esto fuera un delito, cuando en realidad es un derecho y un deber. En realidad, los que gobiernan a través de estas políticas siniestras, si están tan seguros que hacen el bien, deberían hacer una lista de los médicos que decidan asesinar niños no nacidos traicionando su vocación de salvar vidas. De esa manera todos sabríamos quiénes son los Herodes de Santa Fe.
La Buena Nueva de Cristo es siempre la vida, mientras que la “buena nueva” de la muerte que presenta la cultura de nuestro tiempo procede siempre del demonio y de sus fieles seguidores, que desgraciadamente son muchos.
Ante éste y otros desvíos del bien, evangelizar y promover al hombre significa vivir desde nuestra fe católica.
En efecto, cada vez se hace más urgente que obremos y defendamos nuestros principios no dejándonos avasallar por quienes buscan imponernos cuanto desvío y perversidad anda suelta.
No podemos dejarnos dominar por dos o tres ideólogos del mal que usan el poder que se les ha confiado para hacer lo que quieren, imponiéndonos lo que les place avanzando paso a paso ante nuestra indiferencia. De una vez por todas tenemos que frenarlos y sentarlos de traste, como en estos días están haciendo los obispos norteamericanos –dándonos un excelente ejemplo- ante las políticas perversas del presidente Obama. Saber decir “¡Ustedes no avanzan más en su empeño por destruir la dignidad humana!”
No tengamos miedo, vayamos pensando en que vendrán tiempos cada vez más difíciles para vivir nuestra fe con autenticidad.
Ante ello, ni protestar por lo bajo sin hacer cosa alguna, ni dejar hacer vencidos ya de ante mano, sino saber presentar rostro frenando los avances de los sin Dios y sin Patria que pretenden aplicarnos estilos de vida contrarios a la razón natural y a la fe.
Como los malos defienden sus ideas, nosotros mucho más hemos de defender y proclamar aquello que nutre nuestra vida desde el evangelio, sin dejarnos captar por las modas que refulgen en los distintos ámbitos de la vida humana.
Quiera Dios que como Pablo digamos cada uno de nosotros “¡pobre de mí si no evangelizara!”, sin quedarnos tranquilos pensando que todo lo resuelve Dios.
Cada día vivimos en situaciones contrarias al evangelio. Es allí donde hemos de decidir seguir a Cristo o borrarnos yendo detrás del montón encandilados por las falsas promesas de la modernidad.
Pidamos que el Señor nos siga iluminando dándonos la fuerza para seguir sus pasos.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo durante el año. Ciclo “B”. 05 de febrero de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
1 comentario:
Siempre me llamó la atención de la vida de Jesús: se ocupaba de los pobres, de los enfermos, de los pecadores. Si queremos imitarlo debemos estar atento a estas cuestiones.
Una vez le pregunté a un sacerdote: ¿es posible vivir el cielo en la tierra? El me contestó: por allí tenemos momentos en que saboreamos la felicidad semejante a la del cielo.
Luego yo reflexioné, de hecho cuando uno recibe la eucaristía está saboreando un bien del cielo (como si estaría en el cielo. Eucaristía cima, culmen, fuente de la vida cristiana).
La pregunta sería: como hago para recibir el cuerpo y la sangre de Cristo en un estado lo más perfecto posible de acuerdo a mi naturaleza.
La eucaristía algo natural y sobre natural que actúa sobre mi naturaleza corpórea y espiritual (compuesto de cuerpo y alma).
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