3 de febrero de 2012

“Como Cristo profeta del Padre, anunciemos el Evangelio con la autoridad de la Verdad revelada”

En el salmo interleccional
pedíamos a Dios la gracia de escuchar siempre su voz, conforme con el mensaje de las lecturas de este domingo que refiere al ministerio que encarna el profeta.
En el libro de Deuteronomio –o segunda ley- (18,15-20) se manifiesta la voluntad de Dios de suscitar en medio del pueblo elegido el ministerio del profetismo, como una manera de comunicarse más directamente y no a través de otros signos. Indudablemente esta misión se orienta a anunciar al propio Mesías, profeta del Padre.
El profeta no tendrá como misión el predecir acontecimientos catastróficos por venir, sino el dar a conocer la voluntad de Dios -no lo que él piensa o cree-, para con su pueblo.
Se le pide manifestar la palabra recibida en un clima de fidelidad, encarnando en la transmisión del mensaje los mismos sentimientos de quien lo envía. Es por eso que su misión no será muchas veces simpática o agradable para los oyentes, será duro en sus afirmaciones cuando es necesario como Amós, no buscando agradar a los oyentes sino a aquel de quien es mensajero como Jeremías, anunciando el plan salvador como Isaías, o manifestando la bondad de Dios con imágines de ternura como el profeta Oseas.
En la historia de la salvación, pues, el profeta anuncia la verdad según el querer de Dios.
Por eso, la Iglesia, continuadora de la misión de Cristo, debe manifestar a la sociedad de cada tiempo la verdad revelada oportuna o inoportunamente, aunque no siempre es escuchada, más aún, es ridiculizada por sus detractores, o se pretenda neutralizarla asustándola haciendo públicos sus propios pecados.
El profeta del AT también era pecador pero no por eso dejaba de proclamar el mensaje que se le había encomendado. La iglesia también a pesar de los ataques que siempre soportó, debe mantenerse firme no sólo en la fidelidad a Dios sino al ser y misión que le son propios mientras peregrinamos en el tiempo.
Nosotros por el bautismo nos hacemos partícipes de esta misión profética y, a pesar de nuestros pecados e incoherencias, no debemos callar en medio de la sociedad el evangelio recibido, el mensaje del Señor que ha de llegar a todos los rincones del mundo.
Jesús nos deja un camino a seguir cuando ejerce su misión profética enseñando con autoridad de manera que no se conformaba con reflexionar sobre los textos del Antiguo Testamento sino que mostrando el camino al Padre iba develando ante aquellos que lo escuchaban el misterio divino escondido desde toda la eternidad.
Como Jesús hablaba con autoridad obrando en consecuencia, la gente lo escuchaba con agrado. Esa autoridad no sólo se manifestaba en la Palabra sino también en los hechos que prolongaban la eficacia de la misma.
De allí que el texto (Mc. 1, 21-28) afirme que la gente se preguntaba “¿qué es esto?, enseña de una manera nueva llena de autoridad. Da órdenes a los espíritus impuros y estos le obedecen”. La autoridad en la enseñanza se prolonga en la liberación del mal curando a los posesos. Actuar con autoridad es mostrar que la bondad de Dios se manifiesta cuando libera al hombre de todos los males, de los obstáculos que no permiten orientarnos al bien y a la verdad, siendo el peor el estar sometidos por el diablo, ya que nos aparta de nuestro Creador y de nosotros mismos.
El hablar con autoridad, propio de la misión profética lo encontramos también en lo que nos enseña hoy san Pablo en la segunda lectura (I Cor.7, 32-35). Elogia la vida del célibe porque su condición le permite, libre de toda atadura, agradar a Dios con un corazón indiviso. Esto no sucede en el matrimonio, ya que cada cónyuge busca cómo agradar a la otra persona, el varón a la mujer, la mujer al varón, estando su corazón dividido.
Sin embargo reconoce el apóstol que cada uno debe hacer lo que le sea más conveniente entregándose al Señor, siguiendo en esto su llamado particular.
Por otra parte, si bien el célibe ama a Dios con corazón indiviso, es cierto que muchas veces la condición de tal no garantiza la exclusividad de Dios en su corazón, ya que puede estar atado y sujeto a cosas y situaciones que le impiden ser totalmente libre.
A su vez, el matrimonio no impide amar a Dios a través de la entrega entre los cónyuges.
Si bien Pablo admite la riqueza de la vida del célibe no quiere imponer esto a nadie, sino que lo importante es buscar agradar a Dios en la vida cotidiana.
La palabra de Dios en los textos de este domingo nos ilumina acerca de la misión de profeta que recibimos en el bautismo, de manera que no tengamos miedo de llevar a la sociedad actual el mensaje de Jesús, transmitir las alegrías propias de la vida cristiana, mostrar cómo Dios nos ama y nos convoca a participar de su misma vida.
Cantábamos al principio “entremos al templo cantando alabanzas al Señor”, pero también hemos de entrar en el templo del mundo, cada día, cantando también las alabanzas del Señor, para que sea creíble el gozo que nos embarga al vivir de la fe, de la esperanza y de la caridad.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 4to domingo durante el año. Ciclo “B”. 29 de enero de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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