2 de marzo de 2012

“Venciendo al demonio por la conversión, renovemos nuestra filiación divina”

Comenzamos este tiempo de Cuaresma, tiempo de gracia, que consiste como lo describe la primera oración de esta misa, en progresar en el conocimiento del misterio de Cristo para vivirlo cada día más intensamente.
 ¿Y que nos enseña el misterio de Cristo? Jesús comienza en Galilea su predicación y nos dice a todos (Mc. 1, 12-15) “El Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. Podríamos precisar más bien “el Reino de Dios ya está presente” con la llegada de Jesús entre los hombres, de allí la necesidad de la conversión para poder entender la persona y enseñanza de Jesús. ¿Y qué significa convertirse? Existe un término griego que traduce esta acción interior por “metanoia”, cambio de mentalidad, transformación del corazón.
Es como una revolución mental que se produce en la persona. Hoy día se utiliza este término para indicar un cambio, no siempre para bien, como revolución cultural, social o sexual, pero que mira siempre al exterior de nosotros mismos, permaneciendo el hombre mirando fuera de sí.
En el lenguaje bíblico, metanoia o cambio de mentalidad, mira a la conversión verdadera, es decir, a mirar con la mirada de Dios lo profundo de nuestro ser, con la voluntad firme de volver la espalda al pasado pecaminoso que nos agobia para entrar de lleno en la intimidad de Cristo.
Se trata de una revolución o rebeldía interior ante todo lo que nos aleja del Señor, para regresar a los orígenes de nuestra identidad creatural, -ser imágenes y semejanza del Creador-, de la que nos hemos alejado por haber concedido espacio en nosotros al espíritu del mal.
Estamos llamados entonces a dejar de entretenernos mirando alrededor nuestro, escapándonos con frecuencia del enfrentarnos con nosotros mismos en la profundidad de nuestras miserias, para ver desde la fe nuestro interior.
Se nos convoca a considerar cuántas veces hemos desobedecido a Dios, proclamándonos independientes e indiferentes de Él. La conversión implica en esta mirada interior caer en la cuenta de cómo estamos ante la perspectiva de vivir o no en el Reino de gracia que se nos comunica.
Una vez que hayamos reflexionado sobre la gravedad de nuestras miserias, la conversión significa ponerse en una actitud humilde frente al Salvador, reconociendo nuestra nada y que fuimos modelados del barro de la tierra.
En esa actitud de humildad y dispuestos a salir de nosotros mismos, a realizar el éxodo personal, damos el segundo paso que consiste en creer en la Buena Noticia, en el Evangelio, en Jesús revelación del Padre.
Creer en el evangelio no sólo es escucharlo, leerlo, compartirlo, sino también vivirlo. En muchas situaciones de conversión, el evangelio nos muestra el cómo realizar esta transformación interior.
Y así cuando la metanoia de Zaqueo se produce respondiendo a la gracia del Señor, él se humilla delante de Jesús que quiere visitar su casa, sobre todo la interior, y se compromete no a dar una limosna al templo para tranquilizar su conciencia, sino que restituirá con creces lo obtenido injustamente de sus hermanos, haciendo lo contrario a lo que había sido su vida.
San Pablo mismo, perseguidor de cristianos, al convertirse no sólo deja de combatir a los creyentes, sino que se entrega con alma y vida a la evangelización de todos, especialmente de los paganos.
La conversión supone, por tanto, dejar de mirar fuera de nosotros mismos como buscando culpables de nuestras maldades o juzgando a los demás, para mirarnos interiormente y decidirnos a una vida nueva de entrega y servicio al Señor, luego de reconocer humildemente que por la gracia de Dios tendremos seguro el camino de la salvación, a pesar de nuestras debilidades.
En esta perspectiva de salvación, el libro del Génesis (9, 8-15) versículos antes del texto de hoy, afirma que Dios se cansó del pecado del hombre y se arrepintió de haberlo creado. Busca, sin embargo, a causa de sus promesas, una recreación de la humanidad a través del diluvio, signo del sacramento del bautismo, que hace realidad la conversión por la muerte al pecado y el nuevo renacimiento.
Después del diluvio, Dios hace una alianza con el hombre a través de Noé en la que no se compromete éste, sino que es la misericordia del Creador el verdadero sustento de la nueva situación humana, ya que Dios no se hace mucha ilusión de la fidelidad del hombre o de que éste vaya a decidirse a cambiar sustancialmente en su vida. Será el bautismo –anticipado en el diluvio- el camino de la verdadera transformación interior.
La misericordia del Señor está presente después del diluvio y, no sólo nos asegura que esa gracia está siempre dispuesta para nosotros, sino que también nos interpela para que de igual manera seamos nosotros misericordiosos, lo cual nos reclama el alejar de nuestra vida y criterios, al espíritu del mal.
Las tentaciones de Jesús en el desierto no son meramente un hecho piadoso que nos hace reflexionar, sino que nos quieren enseñar que para hacer posible el camino de la conversión o metanoia es necesario vencer al demonio que busca siempre- como padre de la mentira- engañarnos y esclavizarnos en el pecado que siempre supone rebeldía contra Dios.
Jesús nos indica con su ejemplo la necesidad de vencer la tentación del poder, la tentación de la soberbia y la tentación de esclavizarnos por la sociedad de consumo. El cambio de mentalidad reclama el liberarnos de esos espejismos de felicidad y poder efímeros, no dejando que nos dominen los criterios del mundo sino los del evangelio.
La victoria sobre el demonio, además, nos otorga una armonía especial con los demás seres –habitaba entre fieras, dice el texto- y el poder estar cerca del Padre –“los ángeles lo servían”-.
Todo esto nos hace ver la importancia de aprovechar el tiempo de cuaresma para realizar esta transformación interior. No desechar las gracias que el Señor está dispuesto a otorgarnos generosamente, no sea que lleguemos al final del tiempo de penitencia para quejarnos como sucede con frecuencia por no haber avanzado en la vida espiritual.
El apóstol Pedro nos dice en la segunda lectura (1 Pedro. 3, 18-22) que Jesús en su muerte fue tratado injustamente para hacernos justos ante el Padre.
De allí que busquemos sin pausa alguna, como pedíamos en la primera oración de esta misa, el profundizar en el misterio de Cristo para avanzar en nuestra vida interior imitándolo gozosamente.
Pidamos humildemente esta gracia que ciertamente no se nos negará si hacemos la posible por recrear nuestra vida cristiana.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 1er domingo de Cuaresma. Ciclo “B”. 26 de febrero de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







1 comentario:

Sebastián Elcano dijo...

Converción es la clave. Dejar lo viejo que existe en nuestro interior para renovarnos, ser hombres nuevos,cada vez más semejantes a Cristo.
La gracia, intervención divina sobre nuestras almas quiere transformar aquello que en definitiva nos aleja de Dios, lo malo que todos los hombres debemos cambiar, modificar.
Dios como todo Padre infinitamente Bueno está dispuesto a purificar nuestro interior siempre y cuando el hombre libre se lo permita.
Ojalá que esta cuaresma sirva para limpiar todo aquello que habita en nuestro interior y que no nos permite ser verdaderos cristianos.