30 de junio de 2016

“Al encontrarse la plenitud divina con su irradiación presente en la verdad de cada ser humano, el Creador se goza en su ser amado y éste encuentra la felicidad plena en la contemplación del Creador”.

Pedíamos en la primera oración de esta misa la gracia  de permanecer siempre en el esplendor de la verdad, que es Dios Nuestro Señor, y que nos hacía exclamar a nosotros, su obra creada más preciada, con el salmo interleccional, “Señor, Tú eres la parte de mi herencia” (salmo 15).
En efecto, el esplendor de la verdad es Dios mismo que se manifiesta en el ser humano cuando nos crea a su imagen y semejanza como seres libres, atrayéndonos hacia Él convocándonos para que le respondamos con fidelidad  por haber “sido llamados para vivir en libertad” (Gál. 5, 1.13-18), orientados así a quien no es la “parte” sino el todo de la herencia futura.
En realidad, la verdad total resplandece también en el ser humano cuando unidos al Creador  buscamos vivir conforme a lo que somos por creación.
Cuando la plenitud de la verdad divina se encuentra con su irradiación presente en la verdad de cada criatura, el Creador se goza en su ser amado y el hombre encuentra la felicidad plena contemplando al Creador.
Ahora bien, si gozoso es vivir con Dios en este mundo, ¡cuán mayor será la plenitud de la alegría en la vida eterna!
Esto supone siempre el que previamente exclamemos ante Jesús que con su mirada nos convoca: “¡Te seguiré adonde vayas!," sabiendo que si bien es fácil decirlo no lo es tanto vivirlo, ya que como nos advierte “los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc. 9, 51-62).
Seguir a Cristo requiere que estemos dispuestos a  no tener dónde reclinar la cabeza, es decir, el no poner nuestra seguridad en lo que tanto marea al mundo, sino en lo que nos brinda el Señor de las misericordias.
Como creyentes y seguidores de Cristo no pocas veces buscamos reclinar la cabeza  en los instrumentos puramente humanos en orden a la evangelización, en lugar de confiar en los modos que nos muestra el evangelio.
Nos gusta reclinar la cabeza en nuestras propias concepciones de la fe católica en lugar de ser fieles a lo recibido desde los orígenes.
Jesús con sus enseñanzas no tiene donde reclinar su cabeza, es decir, no consigue seguridad alguna porque no pocas veces es perseguido y desoído.
¡Qué distinto a lo que acontece en nuestros días cuando con facilidad quienes hemos de testimoniar fidelidad  a la enseñanza de Cristo preferimos el arrullo adulador de un mundo que no quiere saber de exigencia alguna de vida!
¡Cuánta verdad abrigan las palabras del evangelio que nos interpelan por  haber tomado el arado para predicar un evangelio auténtico, pero que a la larga hemos terminado vaciando de contenido para conformar a la gente!
¡Cuánta falta hace el recordar las palabras de san Pablo cuando insiste en buscar  agradar a Dios y no a los hombres (Gál. 1, 10)!
En síntesis, el seguimiento de Jesús, como elección de vida, y que no ofrece seguridad alguna, ni apoyo donde descansar, incluye caminar decididamente hacia Jerusalén donde se consumirá su muerte y resurrección salvadoras.
Este caminar se hace más difícil en nuestros días, ya que la tentación constante es ocultar la cruz del Señor como algo del pasado y, reemplazarla por el disfrute constante de lo que envanece al hombre, haciéndole creer que en aquello que lo va vaciando cada vez más de sí mismo se encuentran su gloria y perfección.
Pero como la gracia de Dios siempre acude en nuestra ayuda para no equivocar el camino, llegan a nosotros las palabras de san Pablo: “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley” (Gál. 5,17-18).
Queridos hermanos: nuevamente sintámonos interpelados por el Señor que nos convoca a una vida cada vez más plena como Eliseo sintió el llamado por medio de Elías (I Rey. 19,16b.19-21), y buscando  unirnos más a Jesús en el misterio eucarístico “demos frutos que permanezcan eternamente” (Orac. Post.Com).



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 26 de junio de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com























No hay comentarios: