28 de julio de 2016

“La oración confiada por los pecadores, se funda en la amistad con la divinidad”



También nosotros, como los discípulos del Señor, hemos de decirle a Jesús que se une al Padre del cielo por medio de la oración, “Señor, enséñanos a orar” (Lc. 11, 1-13).

El camino de la oración necesita de todo un aprendizaje por parte de nosotros, ya que  cuando hablamos con alguien vemos sus gestos, escuchamos su voz, mientras que con Dios nos movemos siempre en el plano de la fe.
Aunque Cristo, como Hijo de Dios, se hizo hombre para mostrarnos el rostro del Padre, hablamos con Él como con un amigo, pero siempre desde el ámbito de la fe. 
El conocimiento que nos permite la fe  es superior al que proviene de nuestra inteligencia, pero nos movemos siempre en un “ya pero todavía no”, porque siempre Dios se da a conocer, pero también se oculta en el misterio.
Este hecho hace necesaria la súplica  de que se nos enseñe a orar, para que lo que pareciera lejanía  o imposibilidad, se convierta en cercanía y posibilidad, y aprendamos, más que a pedir cosas o bienes, a suplicar el Espíritu Santo.
La oración confiada se funda en la amistad con la divinidad, como lo comprobamos en el diálogo entre Dios y Abraham (Gn. 18, 20-21.23-32), en el que intercambian sus pensamientos, el patriarca que intercede por los justos que morirían junto con los pecadores y, Dios que reclama un mínimo de personas que obren lo bueno para perdonar a los pecadores.
Este modo de interceder  deja una enseñanza valiosa para nuestra vida, la de implorar por la salvación de los que obran el mal, para que descubran que la verdadera y plena felicidad se encuentra en vivir unidos al Creador.
De este modo ampliamos nuestro horizonte suplicante, ya que no sólo pedimos por nuestras necesidades ya sea espirituales como materiales, sino que intercedemos  por aquellos que no rezan por sí mismos, cegados por el pecado y una vida que profundiza la lejanía de la verdad y del bien.
Este modo de orar por los pecadores nos acerca a la oración perfecta de Jesús en la Cruz, suplicando al Padre “perdónalos porque no saben lo que hacen”. 
Precisamente en la segunda lectura de hoy que hemos proclamado, el apóstol san Pablo (Col. 2, 12-14) recuerda que “ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y de la incircuncisión de su carne, pero Cristo los hizo revivir con Él, perdonando todas nuestras faltas”.
Más aún, insiste en que “Él canceló el acta de condenación que nos era contraria, con todas sus cláusulas, y la hizo desaparecer clavándola en la cruz”, de modo que la humanidad toda fue redimida por el sacrificio redentor de Jesucristo, aplicado a cada uno por el sacramento del bautismo, y así “en el bautismo, ustedes fueron sepultados con Cristo, y con Él resucitaron, por la fe en el poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos”.
Este ejemplo  de Jesús nos ha de ayudar a suplicar siempre por quienes más necesitan de la misericordia y del perdón, agradecidos porque por la gracia de Dios que nos ha transformado, ya nos beneficiamos con el don de lo alto.
La oración dirigida a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, ha de ser confiada e insistente, de allí que debemos buscar para encontrar, pedir para recibir, llamar para que se nos abra, con la condición siempre presente de que se nos responda toda vez  que sea para nuestro bien.
La oración por la que hablamos con Dios como con un amigo debe ser,  a su vez, permanente, evitando que una vez que se nos conceda algo ya nos olvidemos de seguir avanzando por la intimidad divina.
Queridos hermanos, pidamos al Señor que nos enseñe a orar según su voluntad, que encontremos de este modo penetrar en su intimidad y que nos vaya  perfeccionando en nuestra condición de hijos adoptivos, preparándonos ya en este mundo al encuentro definitivo con Él en la gloria.
Pidamos al Padre el don generoso del Espíritu Santo para que bajo su luz interior crezcamos en la búsqueda de su voluntad.




Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XVII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 24 de julio de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
















































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