8 de septiembre de 2016

“La entrega por el Señor solicitada, toca lo más profundo del corazón humano y abarca todos los amores”.


La primera lectura bíblica que hemos proclamado contiene una súplica especial por parte de quien reza con confianza pidiendo la  sabiduría que proviene únicamente de Dios  (Sab. 9, 13-18).

Se trata de descubrir cuál es la voluntad del Creador, sabiduría verdadera. 

Es sabio, pues, aquél que saborea el conocer la voluntad de Dios,  su Ley eterna, participada  por la razón humana, y gusta el llevarla a término a lo largo de su existencia. 
Ahora bien, si para el hombre ya es difícil conocer lo terrenal, dado que sus pensamientos son indecisos y sus reflexiones precarias, cuánto más lo que refiere a la voluntad de Dios, expresión de su pensamiento divino y por lo tanto eterno.
De allí la necesidad de orar con confianza para que el Señor de a conocer su voluntad a cada persona ya que “¿quién habría conocido tu voluntad si Tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?"
La respuesta de Dios no  demora ante una actitud humana de humildad y, “Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron salvados”.
Esta pregunta por conocer cuál es la voluntad de Dios sobre cada ser humano, encuentra su respuesta en el texto del evangelio (Lc. 14, 25-33) cuando Jesús interpela al hombre de todos los tiempos e invita a tomar una decisión radical frente a lo que significa seguirlo a Él y llevar a cabo  sus propuestas.
La palabra de Dios contenida en la Biblia nos permite siempre descubrir la voluntad divina, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, de allí la necesidad de estar siempre dispuestos a meditarla y sacar conclusiones para nuestra vida cotidiana
Y Jesús que es la Palabra del Padre hecha carne, nos pregunta a cada uno de nosotros, si estamos dispuestos a comprometernos con su Persona y sus enseñanzas, si  abrimos nuestro corazón con generosidad para abrazar con gozo el estilo nuevo de vida que nos ofrece, y si la renuncia de todo lo que impide su seguimiento se plantea como algo necesario para ofrecerle con firmeza.
Si la respuesta es afirmativa, ya que hemos probado todo y nada nos ha dejado plenamente satisfechos, sino sólo sedientos de la verdad plena que nadie ni nada puede brindarnos, tengamos la seguridad que contaremos con la iluminación y fuerza divinas para ser coherentes con el llamado del Señor.
La entrega por el Señor solicitada, toca lo más profundo del corazón humano y abarca todos los amores, incluso los más naturales como el amor a la familia.
El amor a la familia, por cierto no se descarta en la consideración del Señor, sino que está comprendido en el amor divino, siendo éste el que da sentido verdadero al primero, por lo que al amar más a Jesús, se sigue que busquemos que nuestros seres queridos aprendan a amar también a su Salvador por encima de todo, ya que se ha conocido al que ama con un amor sin medida.
Al amar al Señor prolongamos este querer amando también a nuestra familia, y a todos los que nos rodean, deseando el bien espiritual  de cada persona por encima de cualquier otro bien perecedero.
De ello nos dejó, por ejemplo, excelente testimonio, santa Mónica, que sólo quedó en paz en medio de sus esfuerzos y preparada para la muerte, cuando ya su hijo Agustín, gracias a su conversión, alcanzara la misericordia divina.
La adhesión a Cristo como persona divina y a su enseñanza para practicarla, cuando es firme e inconmovible, permite que el creyente ante la encrucijada de elegir al Señor, o abandonarlo por otras propuestas atractivas pero lejanas de la verdad y del bien, sea capaz de renunciar a lo malo y seguir solamente a su Señor y Maestro.
De allí la necesidad de  considerar, como lo hace el que va a construir o a entrar en batalla, si estamos provistos de las fuerzas y decisión necesarias para mantenernos fieles al Señor, una vez que decidimos seguir tras sus huellas.
Cada día estamos frente a opciones buenas a tomar o malas a las que sucumbir, develándose así lo más recóndito de nuestro corazón y querer, es decir, seguir al Señor, sucumbir a la tentación o intentar hacer una componenda pretendiendo quedar bien con Dios y con el diablo simultáneamente.
De allí entonces la importancia de pedir humildemente la sabiduría para conocer la voluntad de Dios y la fuerza para realizarla sin claudicación alguna.
Sabios seremos si  vivimos en plenitud el amor a Dios y su prolongación en la dedicación y servicio a  los hermanos, consagrando así nuestra vida terrena a lo que nos ennoblece y nos hace grandes aún sin buscarlo.
El papa Francisco, precisamente hoy,  al canonizar a santa Teresa de Calcuta, la puso como ejemplo de mujer que descubriendo lo que Dios esperaba de ella, se dedicó incansablemente al servicio de la vida, salvando a tantos niños del aborto, consolando a tantos desechados por una sociedad opulenta, ofreciendo su sonrisa a todos en medio del dolor y las lágrimas de los más castigados.
Santa Teresa de Calcuta, en fin, supo ver en cada hermano sufriente, el rostro también sufriente del Cristo de la pasión y la cruz, ayudando a todos a llevar su cruz con una mirada nueva, la redentora.
Hermanos: pidiendo la sabiduría que sólo de Dios proviene, pidamos a Dios que nos sacie con su amor para cantar felices toda nuestra vida (cf. Sal. 89).



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXIII del tiempo ordinario, ciclo “C”. 04 de septiembre de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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