30 de septiembre de 2016

“Cuando las riquezas constituyen el fin del hombre, éstas sepultan todo posible interés por las necesidades de los demás”

El texto de la profecía de Amós (6, 1ª.4-7) y el que corresponde al evangelio del día (Lc 16,19-31), contienen elementos comunes y otros que los diferencian o que profundizan el tema central que se nos presenta para la reflexión personal en orden a la aplicación posterior en nuestras vidas.
La profecía de Amós, segunda mitad del siglo VIII a.C, denuncia la injusticia social que se vivía en Israel cuando la clase rica y gobernante vivía del lujo y de la ostentación, descuidando la conducción del país, mientras que la pobreza y miseria de los pobres crecen rápidamente. Denuncia además el culto vacío a Dios  por servir a la vida licenciosa y,  asegura  el castigo futuro.
La historia es testigo del  final de esta sociedad disoluta, ya que se suceden la decadencia humana, el fracaso social y político, y el destierro con la caída del reino en el año 722.
Es difícil  al contemplar estos hechos no pensar en nuestra propia Patria, en la que desde hace tiempo la diferencia social entre ricos y pobres se va haciendo más ostensible, de manera que mientras los “nuevos ricos” del poder ya político, social o económico, engordan sus cuentas bancarias, un sinnúmero de pobres carecen de lo necesario para vivir, y mientras decae la cultura del trabajo, crece la inseguridad y la violencia  del delito fácil y  promovido.
El texto del evangelio que hemos proclamado personaliza el abismo existente entre ricos y pobres (Lc. 16, 19-31) mediante la parábola del rico y del pobre Lázaro que padece la pobreza más extrema, consolado sólo por los perros.
El rico, aunque ha pasado a la historia con el apodo de epulón –que significa glotón, comilón o voraz- carece de nombre en el texto, indicando de esta manera que la riqueza no basta para pasar a la historia y ser recordado. 
Lázaro, en cambio, cuyo nombre significa “Dios ayuda”, es conducido por los ángeles después de muerto, y recibido en las moradas eternas.
El rico no aparece como un hombre especialmente malvado, sino como alguien que ha cerrado su corazón a las necesidades de los demás, y más precisamente a los agobios y sufrimientos del que está cerca, ya que “a su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico”.
Cuando las riquezas son el objeto del fin del hombre, éstas sepultan todo posible interés por las necesidades de los demás, importando únicamente todo lo relacionado con el propio mundo, como le sucedía a este hombre y, es vivido por  toda persona que padece esta idolatría por el dinero y la vida fácil.
Respecto a la retribución por esta vida egoísta y despreocupada por el bien de los demás, notamos diferencias entre los textos de Amós y el Evangelio.
En efecto, en el primer texto, el pago se concreta en la vida terrenal ya que “irán al cautiverio al frente de los deportados, y se terminará la orgía de los libertinos”, en el evangelio, en cambio, la retribución se realiza después de la muerte con la salvación de Lázaro que fue llevado al seno de Abraham, o la condenación del rico egoísta del cual dice el texto que fue sepultado, ciertamente en el olvido de la memoria humana como sucede cuando no cuenta alguien con amigos que lo reciban en las moradas eternas.
El texto evangélico abunda en detalles de la eternidad después de la muerte. Por un lado señala que el futuro del ser humano se define antes de la muerte, ya que después de ésta, nadie que esté condenado eternamente puede pretender entrar “en el seno de Abraham”, es decir salvarse, como el que está en la vida eterna ya no puede perder ese estado de felicidad plena con Dios.
Por otra parte en el camino de esta vida es necesario escuchar a Moisés y a los profetas, es decir, estar abiertos a la Palabra de Dios para descubrir lo que refiere a la salvación humana, sin que hecho prodigioso alguno, como la aparición de un muerto, pueda suplirla como iluminación de fe para el hombre.
En realidad, cuando el ser humano ha clausurado su corazón ante Dios y sólo le interesa la realización del mal, de tal manera está cegado, que ni siquiera la aparición de un muerto hará mella en la decisión que lo aleja de su Señor, a no ser que una gracia especial, inmerecida por cierto, convierta su corazón.
El apóstol san Pablo (I Tim. 6, 11-16) nos deja hoy un mensaje consolador a seguir, si buscamos vernos libres de la dureza del corazón que a todos nos acecha como tentación: “Hombre Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica profesión de fe, en presencia de numerosos testigos”.
Este estilo de vida que señala el apóstol nos permite crecer en la amistad con Jesús e ir venciendo todo aquello que no pocas veces se nos presenta atractivamente pero que  lleva a la perdición. 
Es por ello  que insiste con énfasis exhortando a cada uno: “observa lo que está prescrito, manteniéndote sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo”.
Queridos hermanos: La gracia de Dios está siempre dispuesta para nosotros, de allí la necesidad de no dejarnos engañar por tantos espejismos de felicidad que aparecen ante los ojos de la carne pero que una vez recibidos nos conducen a la infelicidad y la mentira.
La Palabra de Dios, pues, nos invita a salir de nosotros mismos para brindarnos a la voluntad de Dios, prolongando nuestro verdadero amor en asistir según nuestras posibilidades las necesidades de los demás.



Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVI del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 25 de septiembre de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






  
 























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