22 de enero de 2017

“La predicación del Reino que realiza Jesús, debe alentarnos a realizar lo mismo, buscando el bien de todos al proclamar la Verdad con entusiasmo”.

El profeta Isaías (8, 23b-9,3) nos anuncia la cercanía de Dios con su pueblo, en particular con las tribus de Zabulón y Neftalí- que habiendo sufrido en manos de los asirios opresores, son liberados por la acción divina, conforme a las promesas de salvación. 
Esta liberación se presenta como la gran Luz que es percibida por el pueblo y que a su vez brilla, es decir, actúa en los hombres de buena voluntad, de manera que dejan de estar errantes sin rumbo alguno, para convertirse en un pueblo conducido por la mano de Dios.
¿Qué significó la iluminación de esta luz? Isaías asegura que creció la alegría entre los hombres, por la destrucción de todos los signos de dominación.
¿Quién es esa gran Luz que ilumina y brilla? ¿Cuál el pueblo iluminado?
El evangelio (Mt. 4,12-23) del día responde a ambas preguntas ya que antes de citar el texto conocido de Isaías, dice refiriéndose a Jesús “Y, dejando Nazareth, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías”. Dicho texto concluye dirigiéndose al pueblo reclamándole la necesidad de volver a Dios: “A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”.
Por lo tanto, el evangelio del día, citando al profeta, nos enseña que en Cristo se cumple lo anunciado en el pasado, que el Señor es la Luz que viene a este mundo iluminando no sólo a su pueblo, representado por los pastores en Belén, sino también a todas las naciones de la tierra, como significara el encuentro de los sabios de Oriente con el recién nacido como contemplamos en Navidad.
La humanidad entera deambula por el mundo sumergida en las tinieblas del pecado y del maligno, y sólo puede salir de ese estado difuso por la acción de Jesús que presente en nuestra vida,  ofrece la salvación que sólo Dios puede otorgar, enseñándonos que no se trata de una liberación temporal o política como pensaban sus contemporáneos, sino ingresar en un nuevo estado de vida y de cosas que se llama Reino de los Cielos, es decir, encontrarse con Jesús, adherirse a su Persona, vivir sus enseñanzas y ejemplos, y proclamando con vehemencia esa novedad evangélica a la humanidad toda.
Pero esta salvación que trae Jesús al mundo requiere para su concreción que nos convirtamos: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”.
La liberación total del hombre comienza con el rescate del pecado por la conversión, continuando después al sacudirnos toda forma de esclavitud que pesa sobre nosotros, ya que la libertad del corazón es la que permite cambiar las estructuras sociales, políticas, económicas en las que se encuentra inserto el ser humano. Y así, es ilusorio, por ejemplo, y la experiencia lo muestra cada día, pretender liberar nuestra Nación de tantas maldades y corrupciones, sin que antes cambie el corazón de cada uno recibiendo al Creador para reconocerlo como Señor y Luz de nuestro existir cotidiano.
Si los seres humanos, incluyendo a los creyentes, vivimos a espaldas de Dios, o adoramos a dioses creados a nuestra semejanza, seguiremos en penumbras, buscando inútilmente soluciones que jamás vendrán a nuestros problemas.
Sólo la conversión sincera a Cristo, como camino, verdad y vida, hará posible un existir diferente, lleno de promesas de grandeza y felicidad.
La conversión que el Señor reclama implica, pues, volvernos a Él, encontrarnos con su Persona y vivir conforme a sus ejemplos y enseñanzas. 
El Reino de los Cielos que anuncia ya ha comenzado con Él, y señales son que los enfermos son curados, los posesos liberados y la Buena Nueva proclamada.
Para seguir en el tiempo con su misión de salvación de los hombres y  proclamar la gloria de Dios, Jesús convoca a sus primeros discípulos, para que dejando las redes, se dediquen a atraer a muchos a la salvación.
Este primer llamado apostólico es anticipo del llamado que nos hace a cada uno de nosotros, para que nos animemos a seguirlo para el anuncio de la Palabra de Vida que sale de sus labios.
Al respecto, en nuestros días, escuchamos que no debemos hacer proselitismo y, que dejemos a cada uno con su vivencia  personal  de la  fe.
Sin embargo, el ejemplo de Jesús es  diferente ya que “recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente”.
Este proceder de Jesús nos debe alentar a realizar lo mismo, esto es, predicar el mensaje del Reino, sin querer obligar a nadie a una adhesión que no decida libremente, pero sin bajar los brazos en el anuncio de lo que sabemos es la verdad revelada, buscando el bien de todos al proclamarla con entusiasmo.
Este amor a Cristo y a los hermanos, debe ser el centro de nuestro existir, de allí que nunca será suficiente el trabajar por la unidad de todos los que formamos parte de la Iglesia Católica, evitando los partidismos que socavan la credibilidad de la misma Iglesia.
Al insistir en esto, san Pablo (I Cor. 1, 10-14.16-17), nos habla también a nosotros, católicos de una Iglesia que se ve sacudida por dentro por luchas continuas, en las que se busca no tanto la primacía de la verdad y del bien, sino el triunfo de posturas personales radicalizadas, o lo que es más lamentable, pretender imponer una Iglesia que se dice “mas encarnada”, pero que a la postre no es más que una Iglesia diluida que busca acomodarse al mundo olvidando la misión por Jesús encomendada, de invitar a la conversión del corazón  aceptando el estilo nuevo de vida que nos entrega el Redentor.
No nos dejemos engañar, fuimos bautizados en el nombre de Cristo, no en el nombre de “ídolos humanos” que buscan engañarnos. 
Fuimos salvados por la Cruz de Cristo, no por los falsos redentores que aparecen cada tanto en la vida de la Iglesia, que hoy tienen peso pero que mañana ya no existirán, busquemos siempre a Jesús nuestro Salvador.
Sólo Él es el verdadero Camino que conduce a la Vida que está junto al Padre, Verdad inagotable que nos ilumina ya en este mundo y saciará plenamente en la eternidad, en la que veremos a Dios Uno y Trino en la plenitud de su gloria.
Hermanos: pidamos a Jesús que no defrauda, nos ilumine y ayude para cambiar de corazón, de modo que dejado atrás el pecado, nos adhiramos a Él y su Iglesia, sacramento de salvación, por medio de la conversión, buscando vivir siempre en la Verdad que hemos recibido desde antiguo y que permanece a través de los tiempos, transmitida por la Tradición y el Magisterio.
Confiados, además, de poseer la protección de María Santísima, imploremos su intercesión para alcanzar los dones de santidad que necesitamos.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el III°  domingo durante el año. Ciclo “A”. 22 de enero de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.




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