26 de noviembre de 2017

“La degradación humana comienza cuando Dios y su ley son soslayados, mientras que la primacía de Cristo y su enseñanza, dignifican al hombre”


El año litúrgico culmina con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, de manera que  “la Iglesia anuncia en esta solemnidad el triunfo de Cristo, y en Él, el triunfo final de la creación….” (Misal del Vaticano II).

Cristo es rey porque por Él fue creado todo lo que existe, visible e invisible; lo es también por derecho de conquista, porque venciendo el pecado y la muerte nos rescató para Dios en el trono de la Cruz, desde donde reina sobre todo aquél que le sirve fielmente.
Es rey porque nos conduce al encuentro del Padre que desde siempre espera hacernos partícipes del reino. Rey porque nos gobierna con su ley de amor y porque a su Nombre ha de arrodillarse toda creatura  que habite en  la tierra y en el cielo, como proclama san Pablo.
Ante esta realidad del reino de Cristo, cabe preguntarse: ¿Reina Cristo en la sociedad actual? ¿Es reconocido como rey por los cristianos? ¿Qué visión  sobre el reinado de Dios sobre el hombre tienen los no cristianos?
Ciertamente que la respuesta es  negativa en muchos hombres de este tiempo, ya sea que se llamen creyentes o no, se vive esto como una idea de la Edad Media, como algo propio del “oscurantismo” pero no de una cultura “iluminada” y perfecta como la nuestra.
De hecho las leyes divinas, las que llamamos del orden natural, son permanentemente quebrantadas e ignoradas, y esto porque previamente Dios no tiene cabida en muchos corazones, que lo han reemplazado por ídolos de nuestro tiempo, el placer, el poder, el dinero, el culto a la persona y a las ideologías de turno, considerándose autoritario todo lo que provenga de la amistad con el Dios verdadero.
Infiltrados en la misma Iglesia de Cristo procuran destruirla y hacer inútil toda pertenencia a su Cuerpo, el juicio divino no es ya temido y la recompensa que se promete a los servidores fieles es tenida por despreciable.
Sin embargo la realidad es totalmente distinta, no aparece publicitada pero tiene existencia desde los orígenes, incluso del mundo mismo.
Todo reinado humano poderoso que brilló en las distintas etapas de la historia, con el tiempo ha sucumbido, víctima de otros poderes o consumido por los vicios y pecados, ya que se han apoyado en lo terrenal y no en Dios.
En cambio, el reino de Cristo, expresado por medio de la misma Iglesia Católica, a pesar de ser duramente combatida desde dentro y desde fuera, permanece incólume, ya que no será vencida por el poder infernal.
El reino de Cristo no tiene ejércitos que lo defiendan, pero sin embargo, crece sigilosamente por medio de aquellos sencillos elementos que el mundo soberbio desprecia: la oración, la penitencia, la misericordia y toda la amplia gama de virtudes cristianas, sin que pueda ser abatido por las miserias de los mismos cristianos, aunque resulte abrumador el peso de sus pecados.
Cristo Rey sigue siendo el Buen Pastor, que como describe el profeta Ezequiel (34, 11-12.15-17), sale en busca de la oveja perdida y averigua la forma de reinar en el corazón del humilde, y de  toda persona que  lo busca con sencillez y deseo de entregarse totalmente a una vida de verdad y de bien.
Cristo desea reinar en quien se esfuerza por ser cada día mejor y en aquel que aunque herido por el pecado acepta el bálsamo de su misericordia.
Cristo reina pero debe reinar aún más como insiste san Pablo (I Cor., 15, 20-26.28) especialmente en la sociedad actual en la que debe ser reconocido como Señor de todo lo creado, declaración voluntaria que anticipe incluso el “forzoso” que se dará en los últimos tiempos, cuando aniquilados todos los poderes que se han opuesto a Él, se cumpla aquello “porque es necesario que Cristo reine “hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies”.
Necesitamos hoy más que nunca que la presencia de Cristo rey esté presente en todos los ámbitos de la vida ya sea familiar, económica  o social, en el sentido que desde la mirada de Cristo pueda transformarse la realidad toda para gloria de Dios y el bien de las personas.
¡Qué distinta sería la familia si en lugar de estar “iluminada” por las costumbres de la época fuera la enseñanza de Cristo su sostén principal!
Si se reconociera a Cristo como rey de toda institución humana la mirada de todos sería diferente cuando se trata del bien de los hermanos.
En efecto, las leyes civiles cada día más buscan prescindir del orden natural consagrando como “verdadero” lo antinatural y lo que degrada permanentemente al ser humano, desfigurando el matrimonio y la familia, aprobando la experimentación genética, deseando cambiar el origen mismo de la vida por medio fecundaciones artificiales.
El ser humano es considerado no pocas veces como objeto de recambio ante intereses egoístas que llegan a entronizar la cultura del descarte humano, lejos del respeto que desde la fe debiera ser calificado siempre.
¡Cuando la ley divina y su autor son soslayados, comienza la degradación humana más cruel, mientras que si Cristo reina en la sociedad toda, hasta el orden social se ve también dignificado!
Decíamos que todo debe someterse a Cristo, de allí el sentido del juicio universal de las naciones que nos relata san Mateo (25, 31-46).
En ese momento la historia humana quedará puesta en evidencia, toda injusticia quedará descubierta como toda acción buena exaltada.
Aparentemente el juicio se limita a observar el comportamiento con el prójimo, sin que interese demasiado la gloria misma de Dios. Sin embargo, el juicio versa sobre ambas realidades: el amor a Dios y el amor al prójimo.
Cristo no premia a los buenos porque atendieron filantrópicamente a los necesitados de atención, sino porque lo asistieron a Él presente en los demás, es decir, se contempló el rostro de Cristo en el rostro del hermano.
Es apropiado pensar que quien ama a Dios lo verá presente en el rostro del pobre, del hambriento, del sediento, del preso injustamente, de los desechados de este mundo, mientras que el olvido de Dios conduce fácilmente a no hacerlo presente entre los prójimos sufrientes.
La falta de amor a Dios hace que el prójimo sea atendido no pocas veces por obligación, por demagogia, para obtener votos seguros, pero no porque cada uno es imagen y semejanza del Creador mismo.
“Las obras mencionadas no son las que habitualmente consideramos necesarias. Se juzga al hombre a propósito de cosas que no está acostumbrado a considerar obligatorias. Es fácil de comprender la sorpresa de los condenados; nunca aceptaron el hecho de que se encontraban con Jesús en los demás y que no es posible distinguir entre sus deberes para con Dios, y sus deberes para con los hombres” (Comentario Bíblico san Jerónimo).
Pero hemos de recordar que el juicio versará también  sobre si hemos obrado para el bien de los demás cuando ejercimos cargos políticos o en el desempeño de nuestras profesiones, o en las obligaciones familiares.
Hermanos: pidamos a Jesús que reine siempre en nuestros corazones, que nos guíe con su sabiduría para descubrir su voluntad y nos fortalezca con su gracia para llevar a cabo lo que Él nos encomiende por difícil que esto sea.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo de Cristo, Rey del Universo. Ciclo “A”. 26 de noviembre de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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